Existencialismo naif

El buen hacer del director Miguel del Arco convierte en teatro un texto narrativo de escaso interés

Una escena de 'Ilusiones', dirigida por Miguel del Arco.vanessa rábade

Dos cosas destacan en esta función: la pericia del director Miguel del Arco para convertir en teatro un texto narrativo y la fuerza escénica de la actriz Verónica Ronda.

Sobre Del Arco, poco queda por decir: desde su irrupción en el olimpo teatral con La función por hacer (2009) se ha alabado de sobra (y merecidamente) su dominio del oficio de director de escena. Brilla especialmente su inteligencia: aprovecha al máximo la artillería teatral (todo eso que no es el texto) para mantener la atenc...

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Dos cosas destacan en esta función: la pericia del director Miguel del Arco para convertir en teatro un texto narrativo y la fuerza escénica de la actriz Verónica Ronda.

Sobre Del Arco, poco queda por decir: desde su irrupción en el olimpo teatral con La función por hacer (2009) se ha alabado de sobra (y merecidamente) su dominio del oficio de director de escena. Brilla especialmente su inteligencia: aprovecha al máximo la artillería teatral (todo eso que no es el texto) para mantener la atención del público de principio a fin. En Ilusiones, la obra del ruso Ivan Viripaev que nos ocupa aquí, esta inteligencia se hace más evidente porque el texto no atrapa por sí mismo.

Veamos: dos matrimonios amigos al final de sus vidas hacen balance, se preguntan si sus existencias han tenido sentido y si han experimentado el amor verdadero; en el repaso de sus biografías, que se va dando a conocer al público de manera no cronológica por medio de narraciones de episodios claves, van descubriendo infidelidades cruzadas y sinsentidos continuos.

ILUSIONES

Autor: Ivan Viripaev. Director: Miguel del Arco. Reparto: Marta Etura, Daniel Grao, Alejandro Jato y Verónica Ronda. Escenografía: Eduardo Moreno. Vestuario: Sandra Espinosa. Iluminación: Juanjo Llorens. Teatro Pavón-Kamikaze. Madrid. Hasta el 13 de mayo.

Se entiende la intención del autor al decidir contar estas historias de forma no lineal, pues de ese modo subraya la imposibilidad de encontrar un significado a la existencia humana o al menos un relato coherente —“Debe haber al menos alguna clase de permanencia en este inmenso y cambiante cosmos, ¿verdad?”, se pregunta uno de los personajes minutos antes de morir—, pero la fórmula de la narración produce en el espectador un distanciamiento excesivo, lo que puede funcionar bien cuando se abordan temas sociales o políticos, pero no tanto cuando lo que transcurre en el escenario no deja de ser una sucesión de líos amorosos. Es difícil empatizar con un existencialismo tan naif.

Volvamos al escenario. La escenografía evoca de forma melancólica un espacio teatral: viejas butacas de terciopelo rojo, telones carcomidos, vestuarios de distintas épocas... En ese lugar quedan encerrados cuatro personajes-actores con la misión de narrar las historias de las dos parejas de amantes. Los cuatro intérpretes cumplen sus papeles con solvencia, pero es preciso señalar el trabajo de Verónica Ronda: pasa de un registro a otro con una naturalidad pasmosa, se mueve por el escenario con firmeza, salta de la risa al llanto mágicamente, canta... Es lo que se dice un animal escénico.

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