Un periodista

Forges era un periodista. En este periódico, en el que ha publicado desde 1995 hasta hoy mismo, su firma y sus personajes complementan la visión editorial con la perspicacia de un ermitaño que baja a la ciudad y se asombra de lo vana que es la vida de los poderosos y de los fatuos. Era un filósofo de la vida cotidiana, un debelador de entuertos, un defensor de causas pendientes o un juez implacable, dotado de un envidiable sentido crítico. Era un...

Forges era un periodista. En este periódico, en el que ha publicado desde 1995 hasta hoy mismo, su firma y sus personajes complementan la visión editorial con la perspicacia de un ermitaño que baja a la ciudad y se asombra de lo vana que es la vida de los poderosos y de los fatuos. Era un filósofo de la vida cotidiana, un debelador de entuertos, un defensor de causas pendientes o un juez implacable, dotado de un envidiable sentido crítico. Era un periodista que habitaba detrás de las noticias, las subrayaba con su peculiar dibujo, con su grafismo que ahora ya es lo que se ve de un lenguaje propio que nació de su convicción de que la claridad reside no tanto en la burla como en la ternura. Él ha aportado, en EL PAÍS y en los medios en los que anteriormente publicó, lo que se dice en la calle, en los desolados campos en los que sus personajes se burlan de la solemnidad burocrática y de las oscuridades políticas.

Forges se ha atrevido, con un lenguaje que ya es inmortal e inimitable, a lo que quizá nunca podrían decir los editoriales, vencidos tantas veces por el lenguaje de plomo de las grandes palabras. En ese espacio que ahora deja Forges estará siempre, como está Antonio Fraguas, generoso, dispuesto siempre a apoyar cualquiera de nuestros proyectos, en el alma de EL PAÍS. Gracias, Forges, compañero.