Caleidoscópica Nathalie Poza

Uno de los premios Goya que más feliz me han hecho fue el de actriz protagonista

Uno de los premios que más feliz me han hecho es el Goya a Nathalie Poza. Soberbia, mutante, caleidoscópica actriz. El primer adjetivo es innegable. Los otros dos quizás sean cosa mía, pero cada vez que la veo (en la pantalla, en las tablas o en vivo) me cuesta reconocerla, y se lo digo. Ella cree que es una manía o un chiste privado, pero yo creo que es un regalo de los dioses para un intérprete. Así ha sido mi relación escénica con ella. Selecciono una serie de trabajazos a partir de 20...

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Uno de los premios que más feliz me han hecho es el Goya a Nathalie Poza. Soberbia, mutante, caleidoscópica actriz. El primer adjetivo es innegable. Los otros dos quizás sean cosa mía, pero cada vez que la veo (en la pantalla, en las tablas o en vivo) me cuesta reconocerla, y se lo digo. Ella cree que es una manía o un chiste privado, pero yo creo que es un regalo de los dioses para un intérprete. Así ha sido mi relación escénica con ella. Selecciono una serie de trabajazos a partir de 2000, porque me perdí buena parte de su época en Animalario. Para mí comienza a girar el caleidoscopio en 2004: Como en las mejores familias, de Jaoui y Bacri, a las órdenes de Manel Dueso, donde era Betty, una heroína rebelde y fatigada. En 2007 es Carlota Corday, la fanática de Marat / Sade, de Weiss, dirigida por Andrés Lima, a la que insuflaba inquietantes acentos esquizoides. En 2009 vuelvo a verla llevándose el gato al agua en Tito Andrónico, uno de los shakespeares más brutales: de nuevo a las órdenes de Lima (diría que su director "de cabecera") es una Tamora sensual, suculenta de perfidia. 2011: Penumbra, de Mayorga y Cavestany. Quizás el espectáculo más personal, más íntimo, más arriesgado y doliente de Animalario, otra vez firmado por Lima, donde Poza era una madre con el terror sacudiendo sus ojos, su cuerpo entero, que le hubiera dado cien vueltas a Shelley Duvall en El resplandor. 2013, triunfazo: Kyra Hollis en A cielo abierto (Skylight), de David Hare, mano a mano con José María Pou, que también dirigía. Su Kyra era un portento de fuerza serena, empeño y elegancia, y admirable también la química que transmitían ambos intérpretes. Al año siguiente, otra maravilla que no fue celebrada como merecía: Desde Berlín (Tributo a Lou Reed), otra gran pareja (esta vez con Pablo Derqui) y dirigida, lo adivinaron, por Lima. Escribí: "La Caroline de Nathalie Poza tiene algo de la pureza de Sharon Tate, de la deriva sonámbula de Edie Segwick, de la mezcla de dulzura y tiniebla de la primera Marianne Faithful. ¡Y cómo canta y toca el piano!".

En 2017, doble y rotunda mutación en Sueño, texto y puesta en escena de Lima que ha girado por toda España, donde Poza pasaba de ser la Helena del bosque shakesperiano a convertirse en Andrés, el hijo del desnortado Faustino: una pieza alucinada y llena de fuerza.

He paseado por algunas muestras de su talento múltiple pero a veces, por el contrario, surgen roles inequívocos. El otro día hablaba de Regreso al hogar, de Pinter, con un director, y a la hora de imaginar el papelazo de Ruth los dos dijimos, a la vez: "¡Nathalie Poza!". Propongo otro clásico que le iría como anillo al dedo: Hester Collyer, el corazón libre y salvaje de The Deep Blue Sea, de Rattigan. Pero tendrá que esperar. Noticia: para la próxima temporada tiene en cartera la protagonista de La resistencia, la estupenda función de Lucía Carballal, a las órdenes de Israel Elejalde. Cuento los días.

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