Cómo un niño afrontó el autismo gracias a los clásicos de Disney

'Life, Animated', nominada al Oscar al mejor documental, cuenta cómo las fábulas animadas sacaron a Owen Suskind de su aislamiento

De repente, el silencio. Ni una palabra más. A los tres años, Owen Suskind dejó de comunicarse con el mundo exterior y se encerró en el suyo. “Buscamos pistas de quién había secuestrado a nuestro hijo”, recuerda su padre, Ron. El primer pediatra no les ofreció ninguna: consideró que los problemas del chico le superaban. Finalmente, otro doctor resolvió el caso: Owen era autista. Los Suskind se quedaron noqueados. Decidieron, sin embargo, que la enfermedad no les impediría mantener ciertas tradiciones. Por ejemplo, ver los clásicos de Disney juntos en el sofá. “Le seguía haciendo feliz”, rememo...

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De repente, el silencio. Ni una palabra más. A los tres años, Owen Suskind dejó de comunicarse con el mundo exterior y se encerró en el suyo. “Buscamos pistas de quién había secuestrado a nuestro hijo”, recuerda su padre, Ron. El primer pediatra no les ofreció ninguna: consideró que los problemas del chico le superaban. Finalmente, otro doctor resolvió el caso: Owen era autista. Los Suskind se quedaron noqueados. Decidieron, sin embargo, que la enfermedad no les impediría mantener ciertas tradiciones. Por ejemplo, ver los clásicos de Disney juntos en el sofá. “Le seguía haciendo feliz”, rememora Ron. Pero la alegría se volvió euforia cuando Owen rompió su aislamiento. Y habló. Los padres creyeron que pedía un “juice” [zumo]. Sin embargo, decía: “It’s just your voice” [“Y solamente es tu voz”]. Sus primeras palabras en un año venían de una canción de La Sirenita.

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“Memoricé cada película de Disney”, cuenta Owen en Life, Animated, un filme de Roger Ross Williams que opta este domingo al Oscar al mejor documental. La película, que en España se puede ver en Movistar +, parte del libro que Ron escribió sobre su hijo (Life, Animated: A Story of Sidekicks, Heroes, and Autism) para contar el mundo a través de los ojos de Owen. Y, con una mezcla de animación e imágenes reales, relata cómo las fábulas animadas ayudaron al chico a combatir el autismo. “Usa estas películas para darle sentido al mundo”, asevera un especialista en el filme.

Así, Hércules le animó a seguir luchando. De El Libro de la Selva sacó la importancia de los buenos amigos. Y los títulos de créditos le enseñaron a leer. “Me conmovía que Owen, que no podía hablar, conectar con los demás o incluso mirar a los ojos, encontrara un camino a través de los clásicos de Disney”, tercia por teléfono Williams. De ahí que el cineasta siguiera a su protagonista durante todo 2014: ante la cámara, Owen se licencia, descubre luces y sombras del amor y se muda a un piso solo para él. No antes de repasar la secuencia más apropiada para ese día: el traslado del circo de Dumbo.

“Estas películas expresan las emociones de forma más evidente que en la vida. Así Owen podía verlas y estudiarlas. También conectaba con la animación hecha a mano. Fue una gran guía para llevarle a comunicarse de nuevo y expresar sentimientos como alegría o desesperación”, agrega Williams. Aunque entender el mundo con Disney también tiene sus desventajas. ¿Cómo explicarle a Owen que el amor no siempre es eterno? ¿Y el sexo? Su hermano mayor, Walter, llegó a plantearse mostrarle la versión pornográfica de sus adorados clásicos.

En general, y como en El Rey León, Bambi o La Cenicienta, el camino hacia un final más feliz fue complicado. Porque, tras su primera frase, Owen regresó a su prisión. Un médico concluyó que quizás tan solo había repetido las palabras de Úrsula. Y otros cuatro años de silencio parecieron darle la razón. Hasta que, el día de su 9º cumpleaños, volvió a ocurrir. Esta vez Owen se refirió a su hermano: “Walter no quiere crecer, como Mowgli o Peter Pan”.

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Días después, Ron se encontró a su hijo sentado en su cama. Cerca de él, estaba su muñeco de Yago, el loro de Aladdín. Y el padre tuvo una intuición genial. Se tumbó en el suelo y sacó el peluche por encima de las sábanas. “¿Cómo estás?”, le preguntó Yago a Owen. Y el chico se sinceró: “Mal, porque no tengo amigos”. “¿Y por qué tú y yo somos amigos?”, indagó entonces el loro. “Porque en Aladdín me hiciste reír”. Padre e hijo conversaban, Yago mediante, por primera vez en sus vidas.

A partir de ahí Owen Suskind no dejó de avanzar. Y ante los obstáculos de la vida —fue expulsado de un instituto porque no progresaba, sufrió acoso de varios compañeros—, acudía a sus compañeros fieles, con los que concibió y dibujó su propia historia: La Tierra de los Sidekicks Perdidos [los aliados secundarios del héroe]. En sus páginas, Rafiki, Baloo, Abu y compañía se juntan con el propio Owen y escapan del malvado Fuzzbutch, el autismo encarnado en un demonio. “Soy el protector de los sidekicks. Nadie es dejado atrás”, escribió Owen. Tanto que hasta lanzó un cineclub de Disney y hoy en día da conferencias por el mundo ilustrando su caso. “Es impresionante su pureza. Como documentalistas siempre intentamos contar la verdad y que nuestro sujeto sea honesto. Owen no sabe hacer otra cosa”, afirma Williams.

El cineasta se siente identificado con su protagonista. Negro, homosexual, de orígenes pobres, Williams ha centrado su filmografía (God loves Uganda, Music by Prudence) en la defensa de los marginados: “Tras ver la película, me gustaría que la gente pensara que todos tienen un sitio en este mundo”. Y añade: “Ahora más que nunca, los documentalistas tenemos que contar la verdad. Y ofrecer una alternativa a los mensajes de odio que llegan desde la Casa Blanca”. Tal vez los filmes de Disney atesoren lecciones también para Donald Trump. Por ejemplo, aquello que decía la liebre enganchada al té de Alicia en el País de las Maravillas: “Si antes no piensas, no deberías hablar”.

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