Una república de huérfanos
Una inmersión emocionante en el corazón del gueto de Varsovia y en la filosofía pedagógica de Janusc Korczak
Una inmersión sin botella de oxígeno en el gueto de Varsovia. El tiempo y las circunstancias que Juan Mayorga retrata en El cartógrafo, representados aquí sin ambición filosófica, de manera llana, directa y lograda. Último tren a Treblinka sumerge al público en el interior del Hogar de Huérfanos, laboratorio pedagógico fundado por Janusz Korczak y Stefania Wilczynska en 1912.
Korczak, que prefiguró los derechos del menor declarados por la ONU 17 años después de su muerte, corresponsabilizó a los pequeños de la gestión de sus dos orfanatos: les permitió redactar sus est...
Una inmersión sin botella de oxígeno en el gueto de Varsovia. El tiempo y las circunstancias que Juan Mayorga retrata en El cartógrafo, representados aquí sin ambición filosófica, de manera llana, directa y lograda. Último tren a Treblinka sumerge al público en el interior del Hogar de Huérfanos, laboratorio pedagógico fundado por Janusz Korczak y Stefania Wilczynska en 1912.
ÚLTIMO TREN A TREBLINKA
Argumento: Ana Pimenta y Fernando Bernués. Texto: Patxo Telleria. Intérpretes: Alfonso Torregrosa, Maiken Beitia, Jon Casamayor, Gorka Martín, Kepa Errasti, Mikel Laskurain, Nerea Elizalde, Tania Fornieles y Mariano Estudillo. Dirección: Mireia Gabilondo. Madrid: Sala Cuarta Pared, hasta el 12 de febrero. San Sebastián: Tabakalera, 8 y 9 de marzo. Eibar. Teatro Coliseo, 25 y 26. San Sebastián: C. C. Larratxo, del 24 de abril al 7 de mayo.
Korczak, que prefiguró los derechos del menor declarados por la ONU 17 años después de su muerte, corresponsabilizó a los pequeños de la gestión de sus dos orfanatos: les permitió redactar sus estatutos, discutir en común los asuntos disciplinarios y poner las sanciones. Coloquialmente, llamó “repúblicas de los niños” a dichos centros (uno para cristianos, otro para judíos), pues ambos tenían parlamento, notaría y hasta caja de préstamos. Dentro, los chicos hacían teatro, radio y una revista. Para que inconscientemente se formaran una idea de lo que les esperaba, poco antes de ser enviados a Treblinka montó con ellos El cartero del rey, drama poético de Tagore donde el pequeño Amal, convaleciente, aguarda a la Parca.
Este espléndido espectáculo inmersivo tiene la virtud de situar al público en el centro de la acción, sentado a alguna de las muchas mesas donde ayunan los chavales o encaramado en una de las literas donde duermen: cada espectador es un huérfano más. La recreación del ambiente es formidable: no falta detalle en el comedor-dormitorio colectivo creado por Fernando Bernués e Iñigo Lacasa, ni en el fidedigno vestuario diseñado por Ana Turrillas, ni en el atrezo o en la documentada labor musical de Iñaki Salvador, pero tampoco en las interpretaciones, íntimas, minuciosas y entregadas, entre las que cabe destacar las de Nerea Elizalde, Tania Fornieles, Jon Casamayor y Maiken Beitia, por su sinceridad. Veraz, espléndido y conmovedor, Alfonso Torregrosa, en el papel del abnegado protagonista.
A pesar de su título, en Último tren a Treblinka la vida continúa, los mozos bailan, se enamoran, se casan y contemplan el porvenir con fe. La alegría y vitalidad que transmiten sus protagonistas, contrasta violentamente con lo que les espera: es un logro de la directora, Mireia Gabilondo, pero también de Ana Pimenta y de Bernués, ideólogos del proyecto, y de Patxo Telleria, que lo escribió.
El espectáculo no da tregua al público y le obliga a escoger entre seguir la escena muda secundaria que transcurre a un palmo suyo, la principal que sucede diez metros más allá, la que tiene a sus espaldas… En una función de a diario, en todos los rostros se percibía verdadera emoción: también en los de los actores, al recoger un aplauso largo, cálido y sincero, de los que se dan en ocasiones contadas.