CRÍTICA | EL GRUÑÓN

Un merluzo sin tiempo

La película, como suele ocurrir en los peores casos, termina reculando su mala leche

Las películas sobre un ser humano, habitualmente hombre, que ya no se siente partícipe del tiempo que le ha tocado vivir son un clásico del cine. John Ford, Michael Powell y Emeric Pressburger, y Jacques Tati incluso asentaron buena parte de sus carreras en semejante subtexto. Del mismo modo, de Cuentos de Tokio, de Yasujiro Ozu, a Todos están bien, de Giuseppe Tornatore, también se ha ido conformando como clásico el relato de padres cercanos a la ancianidad de visita natural o forzada en casa de sus hijos, poniendo de manifiesto la insoslayable distancia entre dos universos ...

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Las películas sobre un ser humano, habitualmente hombre, que ya no se siente partícipe del tiempo que le ha tocado vivir son un clásico del cine. John Ford, Michael Powell y Emeric Pressburger, y Jacques Tati incluso asentaron buena parte de sus carreras en semejante subtexto. Del mismo modo, de Cuentos de Tokio, de Yasujiro Ozu, a Todos están bien, de Giuseppe Tornatore, también se ha ido conformando como clásico el relato de padres cercanos a la ancianidad de visita natural o forzada en casa de sus hijos, poniendo de manifiesto la insoslayable distancia entre dos universos antagónicos. Una doble esencia a la que se apunta la finlandesa El gruñón, sexta película de Dome Karukovski, inédito hasta ahora en los cines españoles.

EL GRUÑÓN

Dirección: Dome Karukovski.

Intérpretes: Antti Litja, Kari Ketonen, Janne Reinikanen, Timo Lavikainen.

Género: comedia. Finlandia, 2014.

Duración: 104 minutos.

"Me fastidia mucho que cambien los tiempos", clama el protagonista en la primera frase de la película, convirtiendo casi en obvio el mensaje. Y, sin embargo, qué distintos son un hombre agotado en tiempos agitados y presurosos que ya no le pertenecen (Sean Thornton en El hombre tranquilo, Clive Candy en Vida y muerte del coronel Blimp, el señor Hulot en Playtime) y un simple mastuerzo sin una gota de capacidad afectiva ni de verdadero ideario propio. Karukovski presenta no solo un personaje insoportable, sino que además lo rodea de un hijo acogotado y de una nuera impía, lo que lleva a la película a un territorio difícilmente empático que, al menos, sería arriesgadamente molesto si alguna de las situaciones fuera un tanto identificadora, con los consiguientes remordimiento e inquietud para el espectador.

Nada más lejos de tal riesgo. El gruñón, como suele ocurrir en los peores casos, termina reculando su mala leche y acaba logrando la paz a través de un fullero deus ex machina de guión, con el regalo de una defensa final patética a quien no era más que un condenado merluzo retrógrado.

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