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Yonquis de nostalgia

'Stranger Things' es para yonquis echados a perder

Winona Ryder pierde la cabeza en la serie ‘Stranger Things’

Stranger Things, contra lo que su título afirma, es una cosa de lo más normal. No en el sentido de anodina, que es lo peor que se puede decir de cualquier creación. Me refiero a que su éxito y su pertinencia no tienen misterio:una serie que apunta a las válvulas cardíacas de los nacidos en los setenta, y esas válvulas empiezan ya a acumular porquerías y colesteroles y han alcanzado una edad en la que agradecen con latidos entusiastas cualquier mimo (ya sé que el símil no es del todo correcto en términ...

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Stranger Things, contra lo que su título afirma, es una cosa de lo más normal. No en el sentido de anodina, que es lo peor que se puede decir de cualquier creación. Me refiero a que su éxito y su pertinencia no tienen misterio:una serie que apunta a las válvulas cardíacas de los nacidos en los setenta, y esas válvulas empiezan ya a acumular porquerías y colesteroles y han alcanzado una edad en la que agradecen con latidos entusiastas cualquier mimo (ya sé que el símil no es del todo correcto en términos anatómicos, no me lo tengan en cuenta).

Para quien aún no lo sepa, Stranger Things es una serie de terror ambientada en un pueblo de Estados Unidos en 1983, con desapariciones de niños, trama policial y muchas cosas sobrenaturales. La gracia es el contexto y el envoltorio: todo viene salpicado de guiños y homenajes a E. T., Los Goonnies, Poltergeist y hasta Pesadilla en Elm Street. Cada plano complace la nostalgia de los que fueron (fuimos) niños en los años ochenta, sin caer nunca en la cita burda ni en la caricatura fortuita.

Hace tiempo que mi generación es el blanco de los productores de nostalgias, y cada vez nos venden obras más sofisticadas, porque la nostalgia es una droga y, cuando la pruebas, necesitas más y mejores dosis. Buscas sensaciones más fuertes y completas. Si Yo fui a EGB se presentó como la primera calada, Stranger Things es para yonquis echados a perder. Disfrutar de sus capítulos supone reconocerse en un relato generacional, y el día en que eso sucede te has convertido en lo que antes se llamaba un carroza. Para nuestros hijos seremos tan insufribles como nuestros padres lo fueron con los Beatles.

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Hay una lectura política más apropiada para esta España nuestra, eternamente postelectoral: ser un carroza significa tener la sartén por el mango. Para saber quién domina un país basta con identificar las nostalgias de más éxito, porque uno de los privilegios del poder es convertir tu propia infancia en la infancia oficial. Quienes tienen que negociar quizá deberían dejar de regalarse temporadas de Juego de tronos y sentarse juntos a ver Stranger Things. Puede que no lleguen a un pacto, pero se reconocerán los unos en los otros como yonquis de la misma nostalgia. Y eso, visto lo visto, ya sería mucho.

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