CRÍTICA | TODO ES DE COLOR

Trabajo de amor ganado

El territorio de la utopía contracultural que encarnó Triana, es revivida y transubstanciada en viva materia cinematográfica por dos tipos que conocieron bien al grupo

Como sugiere un personaje de esta película libre, desaforada y radical, el barrio de Triana encarna algo así como el Otro Lado de Sevilla: el espacio de lo verdadero, lo espiritual y lo elevado. Y, se podría añadir, también el espacio de lo posible (y lo imposible): el territorio de la utopía contracultural que encarnó la formación roquera homónima que aquí -en esta película que no es documental nostálgico, ni biopic, ni tampoco remembranza de una ausencia...

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TODO ES DE COLOR

Dirección: Gonzalo García Pelayo.

Intérpretes: Javier García Pelayo, Alfonso Sánchez, Jorge Cadaval, Natalia Rodríguez.

Género: musical.

España, 2016.

Duración: 94 minutos.

Como sugiere un personaje de esta película libre, desaforada y radical, el barrio de Triana encarna algo así como el Otro Lado de Sevilla: el espacio de lo verdadero, lo espiritual y lo elevado. Y, se podría añadir, también el espacio de lo posible (y lo imposible): el territorio de la utopía contracultural que encarnó la formación roquera homónima que aquí -en esta película que no es documental nostálgico, ni biopic, ni tampoco remembranza de una ausencia, sino festivo ritual de transmisión de una sensibilidad y una manera de estar en el mundo de una generación a otra- es revivida y transubstanciada en viva materia cinematográfica por dos tipos que la conocieron bien (y contribuyeron a forjarla); los hermanos Javier y Gonzalo García Pelayo.

El primero, que en la película explora a fondo su vena corsaria y su inmenso carisma como actor natural, fue su mánager. Gonzalo, que ha pasado de ser el secreto mejor guardado del cine español de la Transición a ejercer de infatigable forajido de la imagen en tiempos de Otro Cine Español, fue su productor.

Aunque empiece con un planto funerario, Todo es de color adopta la forma de una celebración colectiva. El espectacular plano secuencia, rodado con un dron, que parte, a ras de suelo, de la entrada del cementerio para alzar el vuelo y seguir a un grupo de motoristas convencidos de que la libertad no es su destino, sino su camino, bien podría ser uno de los arranques más enérgicos y absorbentes que ha dado el cine español de este año. La posterior interpretación coral de Tu frialdad marca la cumbre expresiva de una película que no deja de tomar decisiones entre lo discutible y lo pintoresco -algunas notas de humor-, pero que resulta irrebatible en su condición de trabajo de amor ganado.

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