Kureishi: “El ideal de un mundo blanco ha acabado”

El londinense fue el icono del estallido de la inmigración y el pop en Londres

EL escritor inglés Hanif Kureishi en el hotel Santa Clara durante el Hay Festival de Cartagena de Indias 2016.Daniel Mordzinski

Hanif Kureishi dedicó años, intentos, versiones y más versiones a encontrar el tono exacto que necesitaba para construir su historia. “En eso consiste escribir. Pruebas y pruebas, parece que nunca lo logras y, de repente, un día encuentras una frase que dice: ‘Mi nombre es Karim Amir y soy inglés de los pies a la cabeza, casi’. Y te dices: lo tengo, tengo la historia, y tengo el tono, tengo la voz. Todo ha encajado. Y ya puedes seguir”.

Han pasado 25 años desde que este autor nacido en Londres en 1954, de padre indo-paquistaní y de madre británica, publicó ...

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Hanif Kureishi dedicó años, intentos, versiones y más versiones a encontrar el tono exacto que necesitaba para construir su historia. “En eso consiste escribir. Pruebas y pruebas, parece que nunca lo logras y, de repente, un día encuentras una frase que dice: ‘Mi nombre es Karim Amir y soy inglés de los pies a la cabeza, casi’. Y te dices: lo tengo, tengo la historia, y tengo el tono, tengo la voz. Todo ha encajado. Y ya puedes seguir”.

Han pasado 25 años desde que este autor nacido en Londres en 1954, de padre indo-paquistaní y de madre británica, publicó El buda de los suburbios, un clásico con el que dibujó a una generación que no estaba marcada por la clase social y laboral, o no solo, sino por su origen racial: hijos de la inmigración, de las colonias, asentados en Reino Unido, ricos o pobres, que se sentían tan ingleses como Bowie, Lennon o Agatha Christie. Los pata negra británicos —blancos, protestantes y adictos al té tipo Breakfast todo el día—, sin embargo, les situaban al margen de un mundo que querían perpetuar y que ya se ha acabado. “Fui el primero en contar eso”.

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Kureishi habla en la terraza del Hotel Santa Clara de Cartagena, sentado al sol húmedo y tropical con más valentía que la de un lagarto. Ha llegado para participar en el Hay Festival. “¿No se va a quemar? Hace 30 grados”, se le advierte. “En Londres, hace diez años que no vemos el sol. No voy a desaprovechar”, dice mientras el sudor celebra la fiesta. El escritor que convirtió en iconos los sentimientos de su comunidad no ha vuelto a leer El buda… ni quiere hacerlo, pero se emociona al recordar que recientemente tuvo que leer en público unos pasajes por el aniversario. “Me quedé en shock, de repente vi mi infancia pasar ante mí, todos los detalles de mi casa, de la ropa, de mi madre, de la música. Lo había olvidado porque ningún autor quiere releer su obra, pero todo estaba allí”.

Su libro narra su propia historia, la de un chaval que está descubriendo la música, las drogas, la sexualidad y la ambición de crear en un mundo en el que es diferente, y mientras lo hace logra convertir la anécdota en categoría, esa magia de la literatura capaz de transformar lo particular en universal: el desarraigo, la música pop, la fractura entre lo que se esperaba de esos chicos y lo que querían de verdad.

—¿Por qué lo escribió?

—Lo escribí porque tenía que escribirlo. Quería ser escritor y, desde adolescente, había querido escribir la historia de mi vida. Es mi historia personal pero también política: sobre Inglaterra, sobre el crecimiento, sobre la música, sobre la sexualidad, sobre la raza, sobre la inmigración y sobre el cambio social, sobre los sesenta y los setenta, y además quería que fuera una comedia. Posiblemente, fui la primera persona que escribí sobre esta cuestión racial desde el punto de vista de un inmigrante o hijo de inmigrante, y esto fue nuevo. Y sigue vigente, mi libro aborda cosas que están ocurriendo en torno al islam y la inmigración.

Aquel Londres de los suburbios puede haber cambiado, reconoce, ya que somalíes, españoles, turcos, paquistaníes o jamaicanos han hecho de esa ciudad un entorno cosmopolita completamente internacional. “Ya no hay un ideal blanco, se ha terminado, esa cuestión tal y como era cuando yo era niño se ha superado”. Pero de ahí a la integración va un mundo. “Cada comunidad tiene una identidad muy separada, españoles o turcos están ahí y no necesariamente van a las casas de los otros, pero viven pacíficamente, trabajan, llevan a sus hijos a los colegios. Así que la integración es un mito. Llevan vidas separadas, así como tampoco los ricos y pobres están integrados. Los ricos tienen gran poder e influencia y los pobres salarios muy bajos y casi nada de oportunidades”.

El mundo musical que también fue suyo, con David Bowie (que había estudiado en su instituto de Bromley), Billy Idol, Siouxsie and The Banshees y otros se ha evaporado, o ha sido sustituido por otro en el que Kureishi no participa. “Mis hijos oyen house y yo no. Ellos tampoco escuchan mi música, aunque uno de ellos tiene un póster de Jimmy Hendrix en su habitación”, relata. “Pero la música de los sesenta era tan grande porque estaba conectada al cambio político, no se trataba solo de Jimmy Hendrix por Jimmy Hendrix, sino de derechos humanos, raciales, de drogas, de liberación social y de toda la politización de los sesenta. No era solo un simple disco, era una liberación de los valores muertos del pasado. No sé si la música ahora significa eso, lo que significaba entonces, tal vez sí, pero no lo creo”.

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