teatro

‘La gaviota’, zumba que zumba

Una función irrepetible en el Teatro Valle-Inclán en la que realidad y ficción se enfrentaron a cara de perro

Una función irrepetible, la de anteanoche, porque realidad y ficción se enfrentaron a cara de perro. El Teatro Municipal de Vilna (Lituania) estrenaba La gaviota en el Teatro Valle-Inclán, sede del Centro Dramático Nacional. Añorábamos a Oskaras Korsunovas, su director, desde que convirtió el escenario de La Abadía en una pizzería donde Montescos y Capuletos se lanzaban harina mientras intentaban demostrar quién tenía la pizza más grande: la tragedia de Romeo y Julieta, tensada como una ballesta y puesta al día sin pe...

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Una función irrepetible, la de anteanoche, porque realidad y ficción se enfrentaron a cara de perro. El Teatro Municipal de Vilna (Lituania) estrenaba La gaviota en el Teatro Valle-Inclán, sede del Centro Dramático Nacional. Añorábamos a Oskaras Korsunovas, su director, desde que convirtió el escenario de La Abadía en una pizzería donde Montescos y Capuletos se lanzaban harina mientras intentaban demostrar quién tenía la pizza más grande: la tragedia de Romeo y Julieta, tensada como una ballesta y puesta al día sin perder hondura. Pero el comienzo de La gaviota fue desconcertante: los actores salieron a escena al tiempo que el público iba entrando; Martynas Nedzinskas, intérprete de Kostia, pinchó sonidos campestres (para ambientar la obra de teatro dentro del teatro del primer acto), mientras sus compañeros seguían a la espera; Rasa Samuolyte (Masha) dijo: “El espectáculo empezará en un minuto”; una espectadora protestó desde la grada; un actor intentó comenzar la función, sus compañeros se pusieron a decirle al público cosas que no aparecían traducidas en los sobretítulos y, por fin, Nedzinskas le espetó a los de la mesa técnica: “No se puede trabajar con ese zumbido de fondo”.

En el Valle-Inclán transcurrían cuatro espectáculos simultáneos: La gaviota, el metateatro dirigido por Kostia, el que improvisaban los actores en vista de que el ruido crecía, y el que sucedía atrás, entre técnicos del teatro y de la compañía, buscando el origen del ruido

Pero la función continuó, con la luz de sala prendida, mientras se oían gritos entre cajas. Una espectadora gritó a su vez: “¿Pero el espectáculo es así?”. “Comsì comsà”, le respondió Nedzinskas con un gesto de la mano, para añadir, en inglés, que el ruido les perturbaba. A estas alturas, el desconcierto era mayúsculo, porque mientras unos seguían representando La gaviota, otros interpelaban al personal de la cabina técnica o hacían comentarios que nadie traducía, algún espectador alzaba su voz y al fondo de la platea se escuchaban unos portazos tremendos, signo de que algo andaba fuera de control.

Como la función seguía contra viento y marea, muchos tendimos a pensar que todo era un formidable despliegue metateatral hasta que, a los 22 minutos, tras un desconcertante oscuro que nadie sabría decir si era fetén o fallo, con algún espectador rebotado pero con la mayoría fascinada con cuanto estaba sucediendo (“Es la mejor gaviota que he visto, y llevo diez”, comentaba un actor), Nedzinskas decretó 15 minutos de pausa, para intentar silenciar la zumba incesante, en primer plano ya.

En ese momento, en el Valle-Inclán transcurrían cuatro espectáculos simultáneos: La gaviota, el metateatro dirigido por Kostia, el que improvisaban los actores en vista de que el ruido crecía, los portazos se multiplicaban, parte del público se iba y nadie cortaba, y el que sucedía atrás, entre técnicos del teatro y de la compañía, buscando el origen del ruido. Cuando por fin hicieron salir a un acomodador que portaba un walkie talkie (y que cual buen timonel no quería dejar su puesto), el zumbido cesó al instante y la comedia siguió mientras se propalaba la versión oficial: que todo aquello estaba preparado. Pero no.

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