Yo fui un yakuza vampiro

Cineasta con un ritmo de producción casi patológico, Takeshi Miike ha llegado a rodar hasta siete películas en un año

El director Takeshi Miike, en el Festival de Sitges.alejandro garcía (efe)

La última película de Takeshi Miike, Yakuza Apocalypse, presentada en esta 48ª edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges, empieza casi como una aplicada versión japonesa de Uno de los nuestros (1990), de Martin Scorsese: una voz en off y el relato en primera persona de la fascinación de un joven por el jefe yakuza local, de quien logra convertirse en su hombre de confianza. Una de las frases de la introducción -”ser un hombre significaba ser un yakuza”- podría ser casi la pareja de he...

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La última película de Takeshi Miike, Yakuza Apocalypse, presentada en esta 48ª edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges, empieza casi como una aplicada versión japonesa de Uno de los nuestros (1990), de Martin Scorsese: una voz en off y el relato en primera persona de la fascinación de un joven por el jefe yakuza local, de quien logra convertirse en su hombre de confianza. Una de las frases de la introducción -”ser un hombre significaba ser un yakuza”- podría ser casi la pareja de hecho de una de las afirmaciones más rotundas que contenían los primeros minutos del trabajo de Scorsese: “Desde que recuerdo, siempere quise ser un gángster”. No obstante, esto es una película de uno de los cineastas más provocadores e imprevisibles del cine japonés y no tardan en surgir elementos desconcertantes: los yakuzas torturan a sus prisioneros obligándoles a someterse a clases de punto; en un bar de sake se sirve una bebida bastante parecida a la sangre... Yakuza Apocalypse va sumando extraños puntos de fuga hasta estallar en el puro delirio: finalmente, esto resulta ser una película de yakuzas vampiro enfrentados a un grupo de seres mágicos entre los que figura un kappa -un duende tortuga del folclore tradicional japonés- y cuyo efectivo más aterrador es un tipo con traje de rana de felpa que, en el clímax, se agiganta como Godzilla y pisa una evidente maqueta habitada por muñecos estáticos. Por si eso fuera poco, Yakuza Apocalypse reflexiona sobre la crisis económica y el vampirismo social de las extorsiones mafiosas y cuestiona los fundamentos de la masculinidad sobre los que se asienta la cultura del crimen organizado japonés.

“A lo largo de mi carrera he tratado varias veces el tema de la yakuza, pero cade vez resulta más difícil enfrentarse a él, porque las grandes estrellas del cine japonés se resisten cada vez más a volver sobre este universo”, señala Miike, “aquí quería tratar a los yakuzas como simples personas, que no viven ajenas a los cambios de este mundo. La idea de juntar crisis económica y vampiros sirve a este propósito: los vampiros son inmortales y, por tanto, creen que nada va a cambiar, pero, en los últimos años, la sociedad japonesa ha sufrido terremotos, tsunamis y los efectos de la crisis financiera global; todos ellos fenómenos caóticos que han hecho temblar el suelo bajo los pies de todos, yakuzas incluidos”.

Cineasta con un ritmo de producción casi patológico, Miike ha llegado a rodar hasta siete películas en un año. En esta temporada sólo ha firmado dos y está a punto de empezar el rodaje de una tercera. Los dos títulos terminados han estado presentes en Sitges: acompaña a Yakuza Apocalypse la no menos delirante As the Gods Will, una comedia sangrienta donde un grupo de adolescentes tiene que enfrentarse a un grupo de dioses coléricos encarnados en iconos japoneses como los gatos de Pachinko y las muñecas Daruda. En esta ocasión, el otro gran agente provocador del cine japonés, Sion Sono, le ha ganado en el pulso numérico: Sono tenía tres largometrajes de muy diverso signo programados en este certamen. “Cuando comes, no dejas de tener hambre al cabo de dos o tres horas. Es lo que me pasa a mí cuando ruedo películas. No puedo conformarme con irme a casa en cuanto termino un proyecto: necesito enlazarlo rápidamente con el siguiente. Para mí rodar es una forma de vida, es algo natural, pero tampoco le concedo mayor importancia a este ritmo de creación. Ni creo que tenga ningún sentido especial”, confiesa Miike sin ápice de arrogancia.

Miike y Sono encarnan uno de los grandes valores de seducción del nuevo cine japonés para los ojos occidentales: allí, los tabúes de representación en cuanto al sexo y a la violencia son muy distintos y quien siga el trayecto de estos dos francotiradores sabe que una buena dosis de imaginería extrema siempre estará garantizada. Pero, ¿es difícil ser provocador en el seno de una cultura con menos límites? “Bueno, en realidad nuestras películas no dan una imagen precisa de lo que puedes encontrarte en el grueso del cine japonés. Se producen entre 600 y 700 películas al año, de las cuales una gran mayoría se inscribe en el género de la comedia ligera y sentimental para adolescentes. Lo que ocurre es que, cuando el circuito internacional de festivales quiere programar cine japonés, recurre a nosotros”, remata Miike, de profesión, estajanovista de la transgresión para certámenes cinematográficos occidentales.

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