Opinión

Cuando Julio se reencontró con Cleo

'César y Cleopatra' está más pensado para su gira en teatros a la italiana que para el exigente escenario del Teatro Romano de Mérida

Marcial Álvarez y Lucía Jiménez, al fondo, y Ángela Molina y Emilio Gutiérrez Caba en 'César y Cleopatra' en el Festival de Mérida.DAvid ruano

César y Cleopatra podría haber sido una revista, con apenas hacer un clic dramatúrgico... y con más presupuesto. En el espectáculo que firman Emilio Hernández (texto) y Magüi Mira (dirección), el dictador y la reina de Egipto se reencuentran, dos mil años después de sus muertes respectivas, y pasan revista a sus vidas, para recordarnos quienes fueron: él, por lo que ella dice, un mujeriego, y ella una amante entregada. Lo cierto, aunque no se mencione aquí, es que ...

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César y Cleopatra podría haber sido una revista, con apenas hacer un clic dramatúrgico... y con más presupuesto. En el espectáculo que firman Emilio Hernández (texto) y Magüi Mira (dirección), el dictador y la reina de Egipto se reencuentran, dos mil años después de sus muertes respectivas, y pasan revista a sus vidas, para recordarnos quienes fueron: él, por lo que ella dice, un mujeriego, y ella una amante entregada. Lo cierto, aunque no se mencione aquí, es que Cleopatra también adoró a César (y luego a Pompeyo y a Marco Antonio) para garantizarse el ejercicio del poder. “Sin ti mi amor, yo moriré”, canta obstinadamente la reina por boca de Ángela Molina, pero podría haber cantado igual “Sin tu plácet, no reinaré”.

Hernández y Mira ofrecen una versión romántica hasta la médula de una relación marcada también por el cálculo. Para sacarle jugo escénico al diálogo, el autor desdobla los personajes: junto a la pareja que se reencuentra a día de hoy, aparece la pareja originaria, joven y efervescente, y entran ambas en diálogo, como entra en conversación consigo misma en cinco edades distintas la protagonista de Albertina en cinco tiempos, de Michel Tremblay. El cuarteto encadena opiniones, anécdotas y divagaciones, establece analogías entre pasado y presente e interpola alguna canción con la misma ligereza y arbitrariedad con la que se hace todo eso en la revista. Por ello, cuando la pasarela traslúcida por la que entran los personajes se ilumina desde su interior con luz fluorescente (lo mismo sucede con el escenario), Lucía Jiménez se arranca a cantar, la Molina se contonea cual áspid (o cual Bob Fosse interpretando a la serpiente de El principito) y Emilio Gutiérrez Caba y ella entonan el Only You, caemos en la cuenta de que en César y Cleopatra hay una revista amagada, en ciernes, en la cual, de haber habido voluntad y presupuesto, ese pueblo en cuyo interés el dictador dice gobernar, a buen seguro hubiera sido encarnado por las coristas. En ese contexto, los chistes del tipo “ensalada César” o “encima o debajo de ti me da igual” calzarían mejor.

El caso es que César y Cleopatra, que se desarrolla en el reducido espacio de un escenario a la italiana inscrito en la inmensidad del escenario del Teatro Romano, parece pensado más para la gira que tiene garantizada de antemano por la fama de sus intérpretes que para satisfacer las exigencias que Talía impone en semejante marco. Emilio Gutiérrez Caba tiene autoridad en las escenas decisivas; Lucía Jiménez, un empaque sorprendente; Ángela Molina saca adelante su parte con genio y figura, y Marcial Álvarez tira por el camino más corto.

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