La providencia

La escritora colombiana Carolina Sanín (Bogotá, 1973) da el pie a este relato para que lo continúen los lectores. Acaba de publicar la novela 'Los niños' (Siruela)

Ilustración de Nicolás Aznárez.

Agradecí que me asignaran a la Oficina de Planeación, pues, como planeación podía significar cualquier cosa, también podía significar lo que yo pedía en secreto. Me dieron un carbón y un papel, y me dijeron: “Póngale cosas al parque”. El papel era triangular, y yo no supe si representaba una esquina del futuro parque o el parque completo, que tendría tres lados. Decidí no dibujar lo que se me ocurría sin pensar (un farol, un árbol, una fuente), y traté de pensar fuerte. Entonces se me ocurrieron la oscuridad, los cables y unos ceros (¿o eran unos cerdos?).

No, eran cardos. Muchos carros...

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Agradecí que me asignaran a la Oficina de Planeación, pues, como planeación podía significar cualquier cosa, también podía significar lo que yo pedía en secreto. Me dieron un carbón y un papel, y me dijeron: “Póngale cosas al parque”. El papel era triangular, y yo no supe si representaba una esquina del futuro parque o el parque completo, que tendría tres lados. Decidí no dibujar lo que se me ocurría sin pensar (un farol, un árbol, una fuente), y traté de pensar fuerte. Entonces se me ocurrieron la oscuridad, los cables y unos ceros (¿o eran unos cerdos?).

No, eran cardos. Muchos carros. Montones de tarros, esos patos simpáticos que necesitarían agua dulce, un lago. Un mago, un largo camino, y de ahí al canino y del perro a nuestra última discusión antes de que decidieras irte con ella y llevártelo contigo. Me estaba metiendo en otro triángulo, pero saliéndome del parque. ¿Bancos? Regresé. Mejor blancos, sí, enfrentados, para que las parejas puedan sentarse mirándose a los ojos. Y alguna butaca suelta, para los solitarios.

Enfrascada en mis pensamientos, me puse a dibujar elementos decorativos, más torpe que de costumbre. La falta de concentración hizo que me saliera del papel y, al llegar al borde, el carbón me reveló una pequeña esquinita levantada. La tantee con la uña y, al tirar de ella, la verdadera forma del papel se mostró ante mí. Era cuadrado. "Vaya, aquí nada es lo que parece", pensé. Temiendo que aquel engaño fuera un presagio sobre el verdadero significado de planeación, decidí tomar la delantera.

Debía convertir aquel cuadrado en un parque. Me pregunté si aquello no era sino una metáfora de la vida. Ya no era un parque, sino una prisión. Un molde para niños. Cabezas y corazones cuadrados. Por lo cual decidí comenzar a redondear sus esquinas con mis dedos y hacer pequeños agujeros con las uñas, con tan buena suerte que una de ellas se rompió. Otra metáfora, me dije. Empezaba a comprender a qué se dedicaban en la Oficina de Planeación.

Con el hueco que había hecho y las esquinas superiores redondeadas entendí que lo más sensato era que el parque tuviera forma de P. Al parque prisión para pequeños se entraría por un portón a un paisaje con patos, perros, policías y parasoles. Y en medio el lago. Me sentí orgullosa de haberlo visto a tiempo. Entregué mi diseño al supervisor, que sin mediar palabra, procedió a archivarlo en una carpeta más bien amarilla que se afilaba en medio de la O y la Q y que tenía por nombre: La providencia.

¿Y?, pregunté. Me miró con desgana y me contestó que ya se lo mirarían. Al fin y al cabo, no tenían medios para poner en práctica un proyecto de tal envergadura. A ellos también les obligaban a presentar un modelo. Recogí mi carpeta vacía y anduve durante horas por una ciudad sedienta de zonas verdes. En un cruce doblé una esquina, con mis dedos. Se volvíó redonda, y frente a mí, tras un portón, se erigía un parque: un paisaje con patos, perros, parasoles, un lago, sin policías.

Los lectores coautores de este relato han sido: Paloma Hidalgo, Kevin Coves, David Fernández, Alejandra Svarstad y Mei Morán.

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Los textos de los lectores deben tener un máximo de 500 caracteres. Los participantes deben registrarse. Las aportaciones se recibirán hasta las 13.00 (hora peninsular española) de cada día. Entonces, la sección de Cultura elegirá tres propuestas para que los lectores de EL PAÍS voten en la web la mejor continuación del cuento. El horario de votaciones de los lectores será entre las 16.00 y las 19.00 (hora peninsular española). Después se publicará el párrafo más votado en la edición digital y volverá a comenzar el período de envío de propuestas.

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