CRÍTICA | GETT, EL DIVORCIO DE VIVIANE AMSALEM

La dignidad del desamor

Un fotograma de 'Gett, el divorcio de Viviane Amsalem'.

En Israel si una mujer quiere divorciarse la última palabra la tiene el marido; el rabino debe ratificar la decisión, pero quien lo concede en realidad es el esposo. Una situación legal, se sea o no religioso, que ha llevado a los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz a componer la interesantísima Gett, el divorcio de Viviane Amsalem, en la que la primera ejerce también de protagonista. Una obra de cámara, casi conceptual, con un único escenario, el frío juzgado y su diminuta sala de espera, en los que los desconchones de las paredes ejercen de metáfora del paso de los años y del enquistam...

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En Israel si una mujer quiere divorciarse la última palabra la tiene el marido; el rabino debe ratificar la decisión, pero quien lo concede en realidad es el esposo. Una situación legal, se sea o no religioso, que ha llevado a los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz a componer la interesantísima Gett, el divorcio de Viviane Amsalem, en la que la primera ejerce también de protagonista. Una obra de cámara, casi conceptual, con un único escenario, el frío juzgado y su diminuta sala de espera, en los que los desconchones de las paredes ejercen de metáfora del paso de los años y del enquistamiento de la situación, narrada como una especie de macrojuicio que se eterniza en el tiempo cuando estamos ante una situación de lo más sencilla: “¿Por qué me quiero divorciar? Porque ya no le quiero”. Punto.

GETT, EL DIVORCIO DE VIVIANE AMSALEM

Dirección: R. y S. Elkabetz.

Intérpretes: Ronit Elkabetz, Simon Abkarian, Menashe Noi.

Género: drama. Israel, 2014.

Duración: 115 minutos.

Sin cargar las tintas en ninguna de las dos vertientes en conflicto (no hay maltratos, no hay adulterios, sólo falta de amor), sin maniqueísmos y con situaciones que de puro trágicas pueden llegar a ser incluso cómicas, la película trasciende el caso para instalarse en el terreno de una sociedad patriarcal, severa e injusta, que alcanza a la intolerancia religiosa y a costumbres como el compromiso entre familias para casar a adolescentes. Casi interpelando al espectador, no pocas veces se utiliza la cámara como punto de vista a un palmo del personaje que escucha, lo que lleva a que la platea llegue al convencimiento de que, sobre todo, la película es una reflexión sobre la dignidad y la incomprensión. Y aunque en algún momento pueda pensarse que su propia estrategia, la del único escenario y los esposos y sus abogados ante el tribunal, una y otra vez, pueda ser tan rigurosa como limitada, la reiteración solo es un espejo: si nosotros nos impacientamos, ¿cómo no se va a desesperar ella?

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