el hombre que fue jueves

‘Redemption song’

Los personajes de la serie ‘Rectify’ no se muestran de una vez, no les resulta fácil expresar sus sentimientos

De las muchas series estupendas que he visto este verano, Rectify es la que más me vuelve. La ha escrito Ray McKinnon, a quien recuerdo como actor en Deadwood y Sons of Anarchy. Para ser la primera serie original producida por Sundance Channel es una apuesta difícil, que Redford dobló, me cuentan, contratando una segunda temporada tras ver los primeros capítulos. Rectifyes endiabladamente lenta, pero su ritmo casi alucinatorio te acaba empapando como una lluvia invisible. Un amigo me dijo que estaba entre lo mejor y lo menos bueno de Terrence Malick, y no es una mala...

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De las muchas series estupendas que he visto este verano, Rectify es la que más me vuelve. La ha escrito Ray McKinnon, a quien recuerdo como actor en Deadwood y Sons of Anarchy. Para ser la primera serie original producida por Sundance Channel es una apuesta difícil, que Redford dobló, me cuentan, contratando una segunda temporada tras ver los primeros capítulos. Rectifyes endiabladamente lenta, pero su ritmo casi alucinatorio te acaba empapando como una lluvia invisible. Un amigo me dijo que estaba entre lo mejor y lo menos bueno de Terrence Malick, y no es una mala comparación. Tiene pasajes de honda belleza y otros que incurren en una poesía un tanto subrayada. A veces roza lo críptico: para decirlo también a la manera de mi amigo, uno de sus capítulos parece contener lo más inquietante y y lo más reiterado de David Lynch.

Son tan solo seis episodios, a la manera inglesa: seis días decisivos en la vida de Daniel Holden, que vuelve a su pueblo (Paulie, Georgia) tras pasar veinte años en el corredor de la muerte, acusado de violación y asesinato. Holden me hace pensar en un cruce entre el Seymour Glass de Salinger y Boo Radley (Robert Duvall) en Matar un ruiseñor: un personaje atormentado, de una gran delicadeza espiritual, aislado en una campana de vidrio portátil, con un pie en la mística y el otro en el abismo.

La duda acerca de su culpa parece ser la premisa inicial, pero lo que acaba predominando es la mirada de ese hombre en libertad condicional, pendiente de un juicio definitivo, que contempla un mundo desconocido y hostil como si fuera un sueño extraño del que en cualquier momento puede despertar de nuevo en la celda.

Aden Young, que interpreta a Holden, tiene la mirada de quien camina bajo el agua, como los ojos líquidos de Elizabeth Moss en Top of the lake, de Jane Campion, otra serie que me vuelve, y también coproducida por Sundance, ahora que lo pienso. Pero en Elizabeth Moss, como ya se vio en Mad men, la extrañeza se combina con una poderosa determinación, mientras que Young se mueve entre la gente y las cosas como un muerto de permiso. Para él todo es trivial y capital al mismo tiempo. Es dificilísimo interpretar eso, mostrar eso: trabajar desde la inacción y hacer que percibamos lo que el personaje está sintiendo. Desconocía a ese actor y es un fenomenal hallazgo. Leo que es canadiense y que ha desarrollado buena parte de su carrera en Australia. Lleva haciendo películas desde 1991, y debutó en teatro, muy apropiadamente, con el apasionado Lovborg de Hedda Gabler, junto a Cate Blanchett, en un montaje dirigido por Andrew Upton que se vio en la Brooklyn Academy of Music.

Otras cosas que me gustan de Rectify: que los personajes no se muestren de una vez, que no esten pintados de un solo color, que no les resulte fácil expresar sus sentimientos. Que no resulten previsibles, como Amantha, la hermana justiciera, áspera y compulsiva, interpretada por Abigail Spencer, o Tawney (Adeleide Clemens), una cristiana renacida que parece salida de un relato de Flannery O’Connor. Me gusta que el guión contenga secuencias que en una producción al uso se descartarían porque no hacen avanzar la acción de forma directa, como cuando Holden va con su madre a un mall para comprar unas gafas. Elijo este momento porque al verlo me pareció puro relleno, una “escena de transición”, hasta que, al poco rato, cuando el óptico le dice que apenas tiene dioptrías, entendí su sentido, su aproximación oblicua a lo que realmente le sucede al personaje. Acabo de mencionar a Flannery O’Connor, pero esa secuencia y ese enfoque (nunca mejor dicho) está muy cerca de las estrategias narrativas de Alice Munro. Y es estupendo que en una serie haya esencias tan bien destiladas de la mejor literatura, como el perfume Cheever que impregnaba las primeras temporadas de Mad Men. O la impronta de Ross McDonald en Top of the lake. Cada día saben más estos guionistas, y lo cuentan mejor.

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