OBITUARIO | IN MEMORIAM

Elena Romo, rebelde

Se convirtió en editora imprescindible de la editorial y la revista Ruedo Ibérico

Elena Romo, cofundadora de la editorial Ruedo Inérico.

Veía mal ya, a los 95 años, pero Elena Romo no se perdía una sola noche el programa de Iñaki Gabilondo en CNN+. Ella venía de una larga historia de rebeldías, antes de la guerra, en la guerra, en el exilio y después, en Barcelona, donde murió a los 97 años el 9 de agosto. Jamás renunció a esa rebeldía, de la que sus padres, “terriblemente liberales”, supieron cuando la niña gritó en la mesa, mientras comían: “¡Joder, cómo quema!”

“Si todos los niños decían joder, ¿por qué no lo podía decir yo?”, me dijo hace dos años, cuando hizo recuento para este periódico de las andanzas que la lleva...

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Veía mal ya, a los 95 años, pero Elena Romo no se perdía una sola noche el programa de Iñaki Gabilondo en CNN+. Ella venía de una larga historia de rebeldías, antes de la guerra, en la guerra, en el exilio y después, en Barcelona, donde murió a los 97 años el 9 de agosto. Jamás renunció a esa rebeldía, de la que sus padres, “terriblemente liberales”, supieron cuando la niña gritó en la mesa, mientras comían: “¡Joder, cómo quema!”

“Si todos los niños decían joder, ¿por qué no lo podía decir yo?”, me dijo hace dos años, cuando hizo recuento para este periódico de las andanzas que la llevaron en la guerra a ser una filántropa republicana en el frente (se dedicó a cuidar a los niños que se iban quedando solos o huérfanos) hasta que, en el exilio parisino, apoyó a su compañero José Martínez a fundar y a llevar adelante la mítica aventura que llamaron Ruedo Ibérico.

En la guerra, contaba, vivió la experiencia de la Quinta Columna (“mientras cenábamos en el hospital, un infiltrado que fungía como director del centro mataba a los heridos que llegaban”), vivió la sublevación de Casado y la cárcel. Se salvó porque equivocaron de nombre en los registros franquistas y trabajó de asistenta doméstica hasta que ya no pudo simular más y vivió el exilio que en realidad fue su patria. Allí, en el exilio, se hizo amiga de José Martínez (anarquista, “por eso no nos casamos”), con quien tuvo una hija; acompañó a Martinez en la vorágine rebelde de Ruedo Ibérico, empresa a la que atrajeron a Hugh Thomas, a Ian Gibson, a Luciano Rincón, y en la que colaborarían, de manera que ella tenía en alta estima, Nicolás Sánchez Albornos y Pepín Vidal Beneyto.

Le pregunté si seguía siendo comunista, ideología que abrazó en casa cuando era una cría. “Se deja de militar en el PC. Pero no se es comunista, se es marrxista, que no es igual. Yo soy marxista. Ahora estoy preocupadísima porque… ¿por qué nos vencen siempre? ¿Por qué tiene que haber estas crisis en las que las que es la gente del poder la que vence”. Decía: “Es algo que no comprendo. Y vamos muy mal”. ¿Lo arreglaría el marxismo? Elena respondió: “Pues no sé, pero tengo que pensar algo”.

En ese tiempo y después, hasta el mismo tiempo de su muerte, Elena Romo, que se convirtió en editora imprescindible de Ruedo Ibérico (la editorial y la revista), estaba francamente preocupada por el porvenir de la cultura escrita; leía libros sobre el asunto y no dejaba de aprender. En aquel momento estaba perfeccionando su catalán con la lectura de unas memorias (“estupendamente escritas”) del editor Josep Maria Castellet. Antes de vernos ella había elaborado algunas cuestiones urgentes que tenían que resolverse para que el mundo fuera mejor. Pero de las desventuras (un cirujano se había equivocado y la había dejado ciega de un ojo) se curaba entonces aplaudiendo a la selección española de fútbol, que había ganado el Mundial en Sudáfrica. “Sufrí cuando los contrarios golpeaban a los nuestros. Y no sufrí porque fueran los nuestros sino por su saber comportarse y su jugar noblemente”.

Era una mujer feliz. Contaba que su padre, “comunista aunque no le gustara la palabra joder”, salió de su casa el 14 de abril, diciendo: “Hoy no sale nadie de casa sino yo. Y con un puro”. Cuando volvió, contaba Elena, “ya se había proclamado la República. Estaba feliz”. Por esa causa la hija Elena siguió luchando donde quiera que estuvo, y hasta el último suspiro.

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