CRÍTICA: 'LA SUERTE EN TUS MANOS'

Burman se atasca

"Demasiadas certidumbres en una película que, pese a sus esporádicos fogonazos, confirma que Burman anda de capa caída"

Un fotograma de 'la suerte en tus manos'.

Hace exactamente dos años (y cuatro días), en estas mismas páginas, comentábamos sobre Dos hermanos, entonces nueva película del argentino Daniel Burman, que terminaba dejando una sensación extraña, que a pesar de que su director siempre había mezclado bien la trascendencia con la levedad en sus continuados análisis familiares, sus últimos trabajos se quedaban a medio camino entre la sencillez y la altisonancia, como si no se decidiesen por ser películas grandes o pequeñas. Dos años después, con ...

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Hace exactamente dos años (y cuatro días), en estas mismas páginas, comentábamos sobre Dos hermanos, entonces nueva película del argentino Daniel Burman, que terminaba dejando una sensación extraña, que a pesar de que su director siempre había mezclado bien la trascendencia con la levedad en sus continuados análisis familiares, sus últimos trabajos se quedaban a medio camino entre la sencillez y la altisonancia, como si no se decidiesen por ser películas grandes o pequeñas. Dos años después, con La suerte en tus manos, su nuevo trabajo, ya no hay duda: no hay grandilocuencia que valga; estamos ante una película pequeña, sin más.

LA SUERTE EN TUS MANOS

Dirección: Daniel Burman.

Intérpretes: Jorge Drexler, Valeria Bertuccelli, Norma Aleandro, Luis Brandoni.

Género: comedia. Argentina, 2012.

Duración: 110 minutos.

Apenas queda rastro ya de la complejidad en el tratamiento de los vínculos consanguíneos de Esperando al Mesías (2000) y El abrazo partido (2004), su mejor obra, cada vez más lejana en el tiempo. Burman sigue utilizando para narrar lo que parecen sus numerosos miedos y contadas certezas a un alter ego de su misma edad: aquí el habitual cantante Jorge Drexler, más que correcto en su debut como intérprete, aunque lejos de la expresividad disfrazada de despojada timidez de Daniel Hendler, actor fetiche de las mejores obras del director.

Pero esa suerte de Woody Allen argentino, adicto al psicoanalista, hipocondríaco, judío, inseguro y con continuas dudas amorosas, se le ha estancado a Burman en el fondo y, aún más, en la forma. El montaje cortante del tercio inicial, con rupturas constantes incluso dentro de una misma parrafada de guion, los efectos de sonido, y el altísimo volumen de la pista de la música provocan en el espectador, más que nerviosismo o incertidumbre, directamente malestar, algo en lo que tampoco ayuda esa horrorosa fotografía de convencional serie de televisión. Y, más allá de la forma, su estructura narrativa de comedia romántica no se sale ni un milímetro de sus cada vez más gastados giros: se consigue a la chica en el minuto 50; se la pierde hacia la hora y diez por un fleco suelto de conducta que aquí está cantado; y, faltaría más, se sabe que habrá perdón final. Demasiadas certidumbres en una película que, pese a sus esporádicos fogonazos, confirma que Burman anda de capa caída.

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