Opinión

La crisis de los 60

El azar o los caprichos de la distribución cinematográfica española han provocado que, en apenas un par de semanas, se estrenen sendas películas protagonizadas por (y dedicadas a) un sector habitualmente desdeñado por las historias que pueblan las salas: las personas que rondan los 60 años de edad, bordean la jubilación y, como todos, pero quizá ellos más, necesitan acicates que los hagan salir de un cierto estado de barbecho emocional. Así, a El exótico hotel Marigold se une ahora Tres veces 20 años, segundo largometraje de ficción de Julie Gavras, hija del gran Costa Gavras...

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El azar o los caprichos de la distribución cinematográfica española han provocado que, en apenas un par de semanas, se estrenen sendas películas protagonizadas por (y dedicadas a) un sector habitualmente desdeñado por las historias que pueblan las salas: las personas que rondan los 60 años de edad, bordean la jubilación y, como todos, pero quizá ellos más, necesitan acicates que los hagan salir de un cierto estado de barbecho emocional. Así, a El exótico hotel Marigold se une ahora Tres veces 20 años, segundo largometraje de ficción de Julie Gavras, hija del gran Costa Gavras, en la que el matrimonio protagonista llega a la crisis de los 60 con los pies cambiados: ella lo asume con tal poder de convicción que su nuevo estado se convierte casi en una tarea laboral que requiere de esfuerzo, y él se niega a ver lo que ronda delante de sus ojos.

'TRES VECES 20 AÑOS'

Dirección: Julie Gavras.

Intérpretes: Isabella Rossellini, William Hurt, Aidan McArdle, Kate Ashfield, Arta Dobroshi.

Género: drama. Francia, Reino Unido, 2011. Duración: 90 minutos.

Con la evidente finalidad del (auto)homenaje y un tono que reflexiona sin necesidad de hundir el bisturí, Tres veces 20 años tiene en los paralelismos con la ancianidad que les aguarda buena parte de sus mejores virtudes, pero a pesar de que su indolencia nunca resulta molesta y de que su ternura tampoco se transforma en estomagante, hay un aspecto que delata que estamos ante un producto, como mínimo, inestable: una constante musiquilla de fondo, a golpe de trompeta, creada por un tal Sodi Marciszewer y que igual piensan que es una banda sonora, que transforma por momentos una digna observación sobre la llegada del último ciclo en una chanza cercana al sainete. Y es en esa indeterminación músico-tonal donde la película encuentra su peor enemigo.

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