La UE, EE UU y Reino Unido aplauden los avances del acuerdo de Glasgow mientras los ecologistas critican la falta de ambición
Teresa Ribera sostiene que la COP26 lanza una “potente” señal que “permitirá que esta década sea la del destierro a gran escala de los combustibles fósiles”
El acuerdo final de la cumbre del clima de Glasgow no contenta por completo a nadie y desde que se cerró en la noche del sábado se han ido sucediendo las reacciones encontradas. Entre los que prefieren fijarse en los ava...
El acuerdo final de la cumbre del clima de Glasgow no contenta por completo a nadie y desde que se cerró en la noche del sábado se han ido sucediendo las reacciones encontradas. Entre los que prefieren fijarse en los avances están los gobiernos de la Unión Europea, Estados Unidos y Reino Unido, que ha ejercido la presidencia de la COP26 como país anfitrión. El vicepresidente de la Comisión y jefe de los negociadores europeos, Frans Timmermans, lo resumía así: “Creo firmemente que el texto que se ha acordado refleja un equilibrio de los intereses de todas las partes y nos permite actuar con la urgencia que es esencial para nuestra supervivencia”. Pero enfrente de esas valoraciones se han situado la mayoría de grupos ecologistas, que durante la cumbre y tras el pacto final han criticado la falta de ambición de los países para poner en marcha las medidas inmediatas para hacer frente a la crisis climática.
Los acuerdos en el seno de estas cumbres de la ONU tienen que salir por unanimidad de los 196 países presentes, lo que suele atascar estas citas, como volvió a ocurrir hasta la noche del sábado. El último escollo fue la mención que se hacía a las ayudas a los combustibles fósiles y al fin del uso del carbón. El intenso debate sobre estos dos puntos se sucede en las reuniones del G-20 y del G-7 cada vez que se aborda la lucha contra el cambio climático, pero es la primera vez que ambos asuntos se mencionan en la declaración final de una cumbre climática. Finalmente, los países más dependientes del carbón y algunos de los mayores productores de petróleo y gas consiguieron suavizar el lenguaje de la declaración final y que, en vez de pedir que se eliminen las centrales de carbón, se reclame una reducción progresiva de este tipo de energía.
Este cambio de último momento no gustó a muchos países ni a los grupos ecologistas. La directora ejecutiva de Greenpeace Internacional, Jennifer Morgan, admitía el sábado que la referencia en el texto era débil, pero añadía: “Su mera existencia es, sin embargo, un avance”. La vicepresidenta española para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, va un paso más allá y opina: “Es cierto que el acuerdo adoptado en Glasgow no recoge el fin del carbón sino su reducción, pero que los árboles no nos impidan ver el bosque. Por primera vez se recoge algo así en un acuerdo de la ONU que afecta a 196 países y, además, se ha acordado poner fin a los subsidios a los combustibles fósiles”. Además, Ribera considera que estas menciones mandan una señal “tan potente que permitirá que esta década sea la del destierro a gran escala de los combustibles fósiles”. “Nunca había habido una señal sectorial tan fuerte y nunca había habido tan poca contestación”, añade.
En esa declaración final de Glasgow también se admite que los esfuerzos que están previstos para frenar el calentamiento para esta década no son suficientes. Además, los países incluyeron en el texto una petición para que se incrementen los planes climáticos en 2022 para cerrar esa brecha. Y se concreta qué es lo que se debe hacer si se quiere que el calentamiento global no supere los 1,5 grados respecto a los niveles preindustriales, el objetivo más ambicioso del vigente Acuerdo de París de 2015: la suma de los esfuerzos colectivos de todos las naciones debe llevar a que en 2030 las emisiones de dióxido de carbono sean un 45% menores que en 2010.
Datos científicos
La sola inclusión de ese 45% es un avance, porque establece una meta de recorte muy concreta para que los países ajusten sus objetivos a un porcentaje concreto. Esa cifra proviene de un informe que el IPCC, el grupo de expertos internacionales que fija las bases del conocimiento científico sobre el cambio climático, presentó en 2018. En la cumbre que se celebró aquel año en la ciudad polaca de Katowice se intentó que se incorporaran las referencias a las conclusiones de ese estudio y al 45%, pero fue imposible por el bloqueo que ejercieron países como Rusia, Arabia Saudí y Estados Unidos, cuyo presidente era entonces Donald Trump.
Tres años después, en la declaración final de Glasgow, se ha puesto en el centro al IPCC y se toman sus informes como “el punto de referencia para las decisiones políticas”, como explica Francisco Doblas-Reyes, investigador del Centro Nacional de Supercomputación de Barcelona y miembro del grupo de expertos. Este científico considera que este es uno de los resultados más positivos de la COP26 porque se necesita que se fijen datos y cifras que sirvan como referencia para alcanzar los objetivos. Pero añade: “Es muy positivo que aparezca el recorte del 45%, pero otra cosa es que sea factible alcanzarlo. Viendo los compromisos que tienen los países no salen las cuentas”.
Ahí, en esos esfuerzos insuficientes, es precisamente en el lugar en el que centran sus críticas muchos grupos ecologistas, que han calificado de “decepcionante” el acuerdo. Para Ecologistas en Acción, el texto aprobado en Glasgow “no responde a las expectativas de la ambición deseada” y “deja insatisfechos a una inmensa mayoría de países” porque no aporta soluciones “a las consecuencias del calentamiento global que ya están sufriendo millones de personas en todo el planeta”. Irene Rubiera, portavoz de Ecologistas en Acción y que ha seguido desde Glasgow las negociaciones, ha manifestado que el acuerdo alcanzado “no genera una vinculación legal, una obligación de los países a actuar” y se limita a plasmar “invitaciones, recomendaciones y ruegos” sin concretar “medidas, tiempos claros y compromiso real de financiación”.
“El bla, bla, bla de la COP lo vemos también en el Gobierno de España”, ha señalado por su parte la responsable de cambio climático de Greenpeace en España, Tatiana Nuño. “Las buenas palabras no nos salvarán de la crisis climática, necesitamos acción, medidas urgentes para transformar rápido los sectores responsables del cambio climático y abandonar los combustibles fósiles de forma planificada pero rápida”, ha dicho. La organización Amigos de la Tierra también ha criticado la falta de ambición y justicia climática de la cumbre, que en su opinión se aleja del objetivo de limitar el incremento de la temperatura global a 1,5 grados y condena “aún más” a los países del sur global. Además, acusa a las naciones más contaminantes de presionar para impedir avanzar en la eliminación de los combustibles fósiles. En definitiva, como ha resumido Mar Asunción, de WWF en España: “Hay avances, pero necesitamos aumentar la velocidad en que recorremos el camino hacia la descarbonización”.
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