La maravillosa historia del monje que hablaba con las plantas

La publicación del tratado ‘Herbarium vivae eicones’ supuso un salto cualitativo en la historia científica y abrió puertas y a la ciencia moderna

Una ilustración de Otto Brunfels.The History Collection/Alamy Stock Photo

Hay una planta, originaria de América del Sur, cuyas flores de color púrpura tienden a aclararse con el tiempo hasta quedar blancas. Recibe el nombre de Brunfelsia como homenaje a Otto Brunfels (1488-1534), un botánico alemán experto en las propiedades curativas de las plantas; un hombre con el que se encuentra el protagonista de la novela Q (deBolsillo) en uno de sus lances por los territorios de la herejía.

Se trata de una historia ambientada en el siglo XVI que nos traslada a la Europa de Lutero y de sus conflictos religiosos; una historia coral que vino firmada por un colectivo que se hizo llamar Luther Blisset y que supuso una revolución en el marco de la literatura europea de finales del siglo pasado. Además de Lutero, aparecen otra serie de personajes históricos menos reconocidos como el cardenal Pietro Carafa o el predicador alemán Thomas Müntzer.

Pero volvamos a Otto Brunfels, monje cartujo que colgó los hábitos y cuya experiencia vital lo llevó a mantener un diálogo secreto con el mundo de las plantas, implicándose tanto en su conversación con la naturaleza que llegó a experimentar los distintos extremos de la misma, una suerte de reflexiones que aplicó a cada una de las plantas que iba encontrando en sus paseos por bosques, jardines, campos, y por todo lugar donde creciera algo de hierba.

En 1530 publicó el primer volumen de su tratado Herbarium vivae eicones (Imágenes vivas de plantas, en español); un trabajo colosal que tomaba como fundamento a Dioscórides (40-90dC), considerado el primer botánico científico que practicó la medicina en Roma. Su manual de farmacopea De Materia Medica, describe más de 500 plantas curativas. Otto Brunfels lo amplía, pues en su tratado aparecen plantas que hasta entonces no habían sido catalogadas.

Además, las descripciones vendrían apoyadas con xilografías al detalle hechas por el alemán Hans Weiditz, de la Escuela de Duero y que también era conocido como El Maestro de Petrarca por sus trabajos para la obra de Petrarca. Lo de incluir ilustraciones detalladas va a ser una peculiaridad, pues, hasta entonces, los herbarios no cuidaban tanto la presentación.

La portada del libro 'Herbarum vivae eicones ad nature imitationem', escrito por Otto Brunfels en 1530.Arxiu Delstres (Heritage Images/Getty Images)

Por estas cosas, el Herbarium vivae eicones supuso un salto cualitativo en la historia científica, ya que, con su publicación, la botánica se alejó de las supersticiones que envolvían la flora del medievo y se abrieron puertas y ventanas a la ciencia moderna. Alejado del oscurantismo religioso que contaminaba la ciencia de la época, Otto Brunfels buscó su sitio en las intersecciones invisibles de la naturaleza, posibilidades que le mantuvieran en equilibrio con el entorno.

Conseguir el estado de la materia en el que ha ocurrido todo lo que tenía que ocurrir, sólo se consigue intercambiando energía e información, además de materia, con el resto del mundo. Y esto fue lo que consiguió Otto Brunfels deambulando por los campos a la búsqueda de nuevas plantas. Por tales asuntos, Otto Brunfels fue algo más que uno de los fundadores de la botánica moderna. Su relación con el mundo natural y su manera de experimentarlo, siguiendo el método científico, le colocaron en la dimensión de un hombre de ciencia dispuesto a hacer un cameo literario.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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