Un ejército de científicos intenta frenar a la bacteria que ya ha aniquilado millones de olivos
La ingeniera Blanca Landa dirige un proyecto internacional para detener a la ‘Xylella fastidiosa’, un microbio capaz de convertir una región en un Chernóbil vegetal
Blanca Landa todavía recuerda con espanto el día en que se encontró por primera vez cara a cara con la peste. Fue en 2014, recorriendo los olivares de Apulia, en el tacón de la bota que forma Italia. “Es como una película de catástrofes en la que ha caído una bomba y se ha secado todo. Vas en coche y ves kilómetros y kilómetros de árboles secos. Miles y miles de hectáreas. Es un desastre ecológico”, alerta esta ingeniera agrónoma. Habla en presente porque desde entonces la plaga, provocada po...
Blanca Landa todavía recuerda con espanto el día en que se encontró por primera vez cara a cara con la peste. Fue en 2014, recorriendo los olivares de Apulia, en el tacón de la bota que forma Italia. “Es como una película de catástrofes en la que ha caído una bomba y se ha secado todo. Vas en coche y ves kilómetros y kilómetros de árboles secos. Miles y miles de hectáreas. Es un desastre ecológico”, alerta esta ingeniera agrónoma. Habla en presente porque desde entonces la plaga, provocada por la bacteria Xylella fastidiosa, no ha dejado de extenderse y ya está en España, Francia y Portugal. Es una de las mayores amenazas para la agricultura mundial, pero también para el paisaje inmemorial en el que han crecido nietos y abuelos en cada pueblo. Landa, nacida en Córdoba hace 52 años, acaba de coger las riendas de un proyecto internacional para intentar frenar al microbio, capaz de llegar a una región y convertirla en una especie de Chernóbil vegetal.
La Xylella, originaria de América, mide poco más de una milésima de milímetro. La bacteria se multiplica en los vasos que conducen la savia en un árbol y puede llegar a taponarlos, asfixiando las ramas. Unos insectos, conocidos como cigarrillas, se encargan de transportar el microbio de una planta a otra. La principal hipótesis es que el microorganismo entró sin hacer ruido en el sur de Italia en 2008, a bordo de plantas ornamentales de café procedentes de Costa Rica. Cuando se detectó, en 2013, ya era demasiado tarde. En unos pocos años, la bacteria firmó la sentencia de muerte de más de seis millones de árboles. Landa recuerda escenas de ancianos agricultores llorando abrazados a sus olivos centenarios enfermos. La principal estrategia contra la bacteria es arrancar el árbol infectado y todos los que haya en 50 metros a la redonda.
Landa abre una pequeña cámara frigorífica en uno de sus laboratorios, en el Instituto de Agricultura Sostenible (CSIC), en Córdoba. Hay muestras de casi un centenar de cepas diferentes de la bacteria, a 80 grados bajo cero. “Esta es la mayor colección de Xylella que hay en Europa”, explica. La lista de los microbios presentes en el congelador pone los pelos de punta: proceden de vides de California, cerezos de Mallorca, retama de olor de Córcega, plantas de café de México, olmos de Washington, almendros de Alicante, olivos de Baleares y Apulia. La Xylella es capaz de infectar a unas 600 especies vegetales, a menudo sin provocar síntomas. Viaja por el mundo sin despertar sospechas y se ensaña con los grandes protagonistas del paisaje agrícola mediterráneo: olivos, vides, almendros, cítricos y frutales de hueso.
En España, el microbio se detectó por primera vez en octubre de 2016, en tres cerezos de un centro de jardinería de Manacor (Mallorca), pero Landa cree que el patógeno había entrado en las Islas Baleares mucho antes, alrededor de 1994, en almendros introducidos desde California. El Gobierno autónomo ordenó arrancar miles de árboles en 2016, antes de rendirse a la evidencia de que ya era imposible erradicar la bacteria en el archipiélago. El otro gran foco está en Alicante, con una epidemia fuera de control, pese a que se han arrancado casi 190.000 almendros desde 2017. Los olivareros de la península están alarmados. En España hay más de 300 millones de olivos, que producen casi la mitad del aceite de oliva de todo el mundo.
El microbio está ganando la batalla. “Hay que aprender a convivir con la bacteria y a minimizar los daños. Lo que el agricultor desearía —echar un producto y que se acabe el problema— no va a pasar nunca”, reconoce Landa, nueva presidenta de la Sociedad Española de Fitopatología. El proyecto internacional que dirige, con casi siete millones de euros de financiación europea, está en gran parte enfocado a desarrollar métodos para detectar el microbio. “La mejor forma de combatir la bacteria es que no entre”, advierte.
Landa coordina el trabajo de una treintena de instituciones de 14 países. Tres organizaciones italianas están entrenando perros para que sean capaces de olfatear la bacteria en los puertos fronterizos, incluso en plantas infectadas sin síntomas. El equipo del investigador español Pablo Zarco, de la Universidad de Melbourne (Australia), perfecciona un sistema para identificar árboles afectados mediante cámaras especiales colocadas en aviones.
La ingeniera y su grupo trabajan en el mayor invernadero de alta seguridad de España, recién inaugurado en Córdoba. Para llegar a sus 400 plantones de olivo hay que atravesar tres puertas con tres códigos diferentes, incluida la huella dactilar de los científicos. Un sistema de presión negativa impide que salga aire al exterior. Y todos los residuos se tratan con sosa y ácido clorhídrico antes de enviarse al alcantarillado. Es un búnker para investigar las pestes vegetales.
En los próximos días, el equipo de Landa va a empezar a inocular la bacteria en ocho de las variedades de olivo con mayor importancia económica. El ingeniero agrícola Miguel Román pasea entre los plantones y recita los tipos de memoria: picual, arbequina, hojiblanca, gordal, arbosana, cornicabra, frantoio y una especie de acebuche silvestre. El objetivo es comprobar qué variedades de olivos resisten mejor el ataque y averiguar por qué, explica Landa. “Vamos a inocular la cepa de Ibiza, porque consideramos que es la de mayor riesgo para España, y también la de Mallorca”, detalla la ingeniera. Ese subtipo que arrasa los olivos centenarios de Ibiza es similar a la variante que ha destruido millones de árboles en Apulia.
En el sur de Italia ha ocurrido “la tormenta perfecta”, según expone Landa: hay una variedad de olivos muy susceptible, una cepa muy virulenta de la bacteria, un clima favorable y abundancia de cigarrillas gracias a la costumbre de dejar crecer la hierba en los olivares. “Allí las poblaciones de insectos portadores son bestiales, te los tienes que estar quitando de la cabeza. En España se han hecho estudios en olivos y su número es muy bajo”, subraya Landa. Sin embargo, el microbio se extiende por la península Ibérica. Portugal anunció en diciembre la primera detección de Xylella fastidiosa en cítricos dentro de la Unión Europea.
La bióloga Pilar Velasco muestra sus experimentos con diferentes cepas de la bacteria, en conductos de silicona que imitan los vasos sanguíneos de los árboles. “Se obstruyen en una semana”, señala. En el árbol, puntualiza Landa, el proceso es más lento y caprichoso. “Todavía no se sabe cuánto tarda. Hemos inoculado la bacteria en plantas de olivo y ha colonizado todo el árbol, pero en tres años no lo ha matado ni hemos observado síntomas. Todavía no se entiende muy bien qué es lo que desencadena que la planta empiece a enfermar”, afirma la ingeniera.
Otro biólogo del equipo, Manuel Anguita, investiga las “más de 2.000 especies de bacterias” que viven dentro de un olivo. Está contento porque acaba de extraer 13 mililitros de savia de una rama, un volumen considerable. El objetivo del grupo es diseñar un cóctel de bacterias beneficiosas que se pueda inyectar en los plantones jóvenes en los viveros, para que la presencia de estos microbios saludables dificulte la entrada del patógeno.
La enfermedad provocada por la Xylella se conoce desde 2014 como “el ébola de los olivos”, pero a Landa no le gusta el apodo. La ingeniera explica que ese mote surgió en 2014 en una conversación con un periodista, cuando ella intentaba explicarle qué es un “organismo de cuarentena”. Landa le aclaró que son patógenos que hay que aislar de las plantas sanas y puso el ejemplo del sacerdote español con ébola que entonces acababa de ser repatriado desde Liberia y estaba en aislamiento en Madrid. De aquella entrevista salió que la Xylella es el ébola de los olivos.
Blanca Landa cuenta con tristeza que, en sus expediciones al sur de Italia y a las Islas Baleares, ha sentido “siglos de historia colapsando” sobre sus hombros. Uno de los olivos más viejos del mundo, llamado la Farga del Arión, se encuentra en el municipio de Ulldecona, en Tarragona. Lo plantaron agricultores romanos en el año 314, en tiempos del emperador Constantino, según una datación científica. Tiene más de 1.700 años. Lo que está en juego, insiste Landa, no es solo la economía, sino la memoria colectiva de los pueblos. El poeta Miguel Hernández lo proclamó en un verso: “El naranjo sabe a vida y el olivo a tiempo sabe”.
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