¿Quién pone nombre a otros mundos y cómo aportar ideas? Mitología, nacionalismo y ‘El señor de los anillos’ como inspiración
La Unión Astronómica Internacional ha recurrido a todo tipo de enciclopedias y religiones para bautizar astros y accidentes planetarios. Ahora acaba de lanzar un concurso público para los primeros exoplanetas que observará el ‘James Webb’
En nuestro planeta, casi todos los accidentes —mares, ríos, montañas— tienen nombre. Muchos, nombrados así desde las primeras civilizaciones. Pero ¿qué pasa con los otros cuerpos celestes? Muchos no fueron más que un diminuto punto de luz en el ocular de un telescopio hasta que recibieron la visita de alguna sonda espacial que reveló su inmensa variedad de paisajes. La Unión Astronómica Internacional (UAI), el organismo responsable de la nomenclatura planetaria, ...
En nuestro planeta, casi todos los accidentes —mares, ríos, montañas— tienen nombre. Muchos, nombrados así desde las primeras civilizaciones. Pero ¿qué pasa con los otros cuerpos celestes? Muchos no fueron más que un diminuto punto de luz en el ocular de un telescopio hasta que recibieron la visita de alguna sonda espacial que reveló su inmensa variedad de paisajes. La Unión Astronómica Internacional (UAI), el organismo responsable de la nomenclatura planetaria, acaba de lanzar un concurso público para colaborar en el bautizo de planetas de fuera de nuestro sistema solar, los exoplanetas. Hasta 20 exomundos, de los primeros que serán objetivos del telescopio James Webb, están disponibles desde ya para aportar ideas desde los colegios, los aficionados a la astronomía y la ciudadanía en general. Pero no siempre se pudo recurrir a esta participación popular.
La toponimia de la Luna se estableció ya en el siglo XVII, gracias al trabajo del jesuita Giovanni Battista Riccioli. Antes que él, otros cartógrafos habían planteado otras propuestas, generalmente en un claro intento de ganarse el favor del gobernante de turno. El propio Galileo había bautizado a los satélites de Júpiter como “estrellas Mediceas”, en referencia a su patrón Cosimo II de Médici. Por la misma época, en Inglaterra, un competidor de Galileo llamado Thomas Harriot denominó Britania a una de las llanuras lunares. Y en la España de Felipe III, el cosmógrafo real Michael van Langren compuso un mapa selenita trufado de nombres patrios, desde el Océano Filipino hasta el Mar Austríaco, junto a docenas de personajes de la corte.
En el colmo del optimismo, van Langren añade a su mapa un pie en el que “prohíbe, por disposición real, cambiar ningún nombre de este mapa bajo multa de tres florines”. Advertencia que no tendría mucho éxito porque en 1647, Hevelius —en el lado protestante— publica otra selenografía inspirada en las dinastías centroeuropeas. Y cuatro años más tarde, Riccioli y Grimaldi presentan otra versión, con nueva nomenclatura, en la que, por cierto, incluyen los nombres de bastantes compañeros de su orden.
Hemisferio soviético
Por lo menos, Riccioli estableció un criterio sistemático: las grandes llanuras o “mares” recibirían nombres de estados del espíritu (Tranquillitatis, Serenitatis, Crisium...); las montañas, los de cordilleras de la Tierra, y los cráteres estarían dedicados a personajes de la ciencia ya fallecidos. Ese criterio se mantiene hoy, incluso en el hemisferio oculto, que no fue fotografiado hasta 1959 por una sonda soviética. Y en el que, claro, abundan los nombres rusos.
La nomenclatura marciana respeta la que estableció Giovanni Schiaparelli, basada en lugares de la antigüedad clásica: muchas llanuras, montes y canales que él creyó percibir a través de su telescopio no corresponden a ningún accidente real: eran simples ilusiones ópticas o el resultado de cambios de brillo provocados por las grandes tormentas de polvo. Pero los nombres de las regiones se mantienen.
Así, en Marte tenemos referencias a una “tierra del Oro” (Chryse), la Grecia clásica (Hellas) o la fuente mágica (Acidalia) donde se bañaban las tres Gracias. Algunos nombres sí han resultado apropiados, como Nix Olympica (niveles del Olimpo) que resultó ser una nube anular anclada en la cima del monte Olimpo, el mayor volcán de todo el Sistema Solar. O el canal de Coprates, llamado así por un río de la antigua Persia. Las fotos obtenidas en 1971 demostraron que su posición en el mapa coincidía con el enorme cañón ecuatorial que cruza medio planeta. Hoy su nombre oficial ha cambiado a Valles Marineris, en recuerdo de la sonda orbital que lo descubrió.
El aspecto de la superficie de Mercurio y Venus fue un completo misterio hasta bien entrado el decenio de 1970. El primero, por su lejanía y pequeño tamaño; Venus, por la espesa capa de nubes que lo recubre y que hace que la única forma de atravesarla sea mediante radar.
Venus posee un par de continentes, tierras altas que se elevan sobre inacabables llanuras volcánicas. Todos sus accidentes reciben nombres femeninos, sean mitológicos o de personajes reales: Isthar, Afrodita, Atalanta... Los cráteres grandes (por encima de los 20 kilómetros) se dedican a personalidades famosas, desde emperatrices hasta pintoras, médicas o bailarinas. Los pequeños simplemente tienen nombres de mujer en todas las lenguas del mundo. Casi un millar, en total.
En todo el planeta solo hay una excepción: la montaña más elevada está dedicada a James Maxwell, en reconocimiento a su formulación del electromagnetismo. El radar que permitió descorrer el velo de nubes de Venus es una aplicación directa de esos estudios.
Nombrar exoplanetas
La UAI decidió denominar los cráteres de Mercurio (y hay muchos) en homenaje a artistas plásticos, músicos y escritores de todas las épocas. También científicos, como los físicos nazis a los que tuvo que retirar el honor hace dos años. Algunos accidentes especiales ostentan nombres igualmente originales: las fallas y escarpaduras se dedican a naves de exploración, como la Santa María de Colón, la Endurance de Cook o la Victoria de Magallanes. Las cadenas de cráteres, a nombres de radiotelescopios, que fueron los primeros instrumentos en estudiar el relieve del planeta. Y ciertas áreas del terreno más brillantes que el resto comparten un mismo nombre: “Serpiente” en docenas de idiomas, desde el amárico al zulú.
A medida que las naves espaciales iban explorando nuevos planetas, el trabajo de la UAI se hacía más y más complicado. En 2019, fue todo un fenómeno social en Galicia la campaña para lograr que Rosalía de Castro pusiera nombre a la estrella HD 149143, a 240 años luz de la Tierra, y que el planeta que la orbita se llamara Río Sar, afluente coruñés del Ulla que fue cantado por la escritora galega. Finalmente lo consiguieron, como sucedió en 2015, cuando mediante votación Cervantes se convirtió en astro junto a sus cuatro planetas: Quijote, Rocinante, Sancho y Dulcinea. Cada vez más, la UAI reclama que las candidaturas sean nombres culturalmente diversos, que favorezcan la visibilidad de la riqueza indígena de las naciones.
Gigantes y enjambres
Los gigantes gaseosos carecen de superficie sólida, pero no así los enjambres de satélites que poseen. Júpiter y Saturno tienen alrededor de 80; Urano, dos docenas; y Neptuno, una. Cada uno, con su peculiar topografía, sus montes, surcos, cráteres, llanuras y barrancos. Hizo falta echar mano de todas las mitologías conocidas, desde las leyendas nórdicas a las tradiciones maoríes. La UAI reconoce haber consultado hasta ahora más de 600 enciclopedias, diccionarios astrológicos y referencias propias de todas las culturas. Pero el acervo no era infinito, así que hubo que acotar con micho rigor qué mitos se reservarían para cada cuerpo celeste.
Io, el satélite volcánico de Júpiter, se dedicó —muy apropiadamente— a dioses del fuego y el trueno, así como personajes confinados en el Infierno de La Divina Comedia. Europa tiene el monopolio de los mitos celtas; Ganímedes, el de divinidades y héroes mesopotámicos y para el frígido Calisto echaron mano de las leyendas inuits.
Para establecer las toponimias de los satélites de Saturno hubo que ser muy restrictivo, so pena de arriesgarse a agotar el suministro de nombres. Así, a cada uno se le asignó un tema en forma de epopeya. Los cráteres de Mimas se inspiran en los caballeros de la leyenda artúrica; en Tethis y Dione se recurre a La Odisea y La Eneida y en Encélado, a los cuentos de Las Mil y una noches (las cuatro fisuras australes de donde brotan sus famosos géiseres se llaman Damasco, Bagdad, Cairo y Alejandría). En cuanto a Jápeto, cuya morfología es única (un hemisferio blanco nieve y otro, negro como el carbón), sus cráteres toman el nombre de personajes de La Canción de Roldán eso sí, bien segregados: los franceses en el lado claro y los sarracenos en el oscuro.
Batiburrillo de novelas
Titán, de largo el mayor de todos ellos, tiene asignado un cierto batiburillo de nombres que combina protagonistas de novelas de fantasía (Dune, El Señor de los Anillos o la trilogía de Fundación) con bestias marinas míticas, como el lago del Kraken o divinidades del viento y la lluvia. Este último criterio también muy adecuado, puesto que Titán es el único mundo conocido en el que llueve. No agua, ciertamente, sino hidrocarburos; pero lluvia al fin y al cabo.
Para los satélites de Urano también se adoptó un criterio genérico: personajes de las obras de Shakespeare y Alexander Pope. Por ahí encontramos a todos los protagonistas de La Tempestad: duendes, elfos, hadas... y también a caracteres universales como Hamlet, Macbeth y el rey Lear. El pequeño satélite Miranda contiene numerosas referencias a la tragedia de Romeo y Julieta, en particular el inconcebible acantilado de Verona, con su pared de hielo de veinte kilómetros de caída a pico.
De Neptuno y sus satélites existe poca cobertura fotográfica lo cual, de momento, da un cierto respiro a los cartógrafos. Todos los nombres en esta familia hacen referencia a espíritus de ríos y mares. No solo grecolatinos. Ahí está Akupara, la tortuga de la mitología hindú sobre cuyo caparazón descansan los cuatro elefantes que sostienen el mundo, o Namazu, el monstruoso pez japonés que desencadena terremotos a fuerza de coletazos.
Por último, queda la cada vez más numerosa familia de planetas enanos, asteroides y cometas. Plutón está tematizado con referencias a dioses del inframundo, pero dada la compleja morfología que reveló la sonda New Horizons hubo que hacer sitio para nombres más modernos basados en científicos y naves de exploración reales o de ciencia ficción. Uno de sus grandes desiertos de hielo es la llanura Sputnik. Y entre los cráteres de su satélite Caronte figuran los dedicados al capitán Kirk, Mr Spock, la teniente Ripley de Alien, Luke Skywalker y el mismísimo Darth Vader. Ninguno de ellos es oficial. Todavía.
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