Drew Weissman: “Creemos que en los próximos seis o siete años tendremos una vacuna eficaz contra el VIH”
El investigador recibe el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento por su aportación a las vacunas que acabaron con la pandemia y otras terapias basadas en el ARN
En el Casco Viejo de Bilbao, donde durante meses las cuadrillas tuvieron que dejar el txikiteo por la pandemia, nadie detiene a Drew Weissman (Lexington, Massachussetts, 62 años) para pedirle un selfi. Es probable, sin embargo, que, si le reconociesen, esos bilbaínos amantes de la socialización cercana y a boca descubierta, famosos por su generosidad algo fanfarrona, iniciasen una colecta popular para dedicarle una estatua en alguna de las siete calles del centro.
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En el Casco Viejo de Bilbao, donde durante meses las cuadrillas tuvieron que dejar el txikiteo por la pandemia, nadie detiene a Drew Weissman (Lexington, Massachussetts, 62 años) para pedirle un selfi. Es probable, sin embargo, que, si le reconociesen, esos bilbaínos amantes de la socialización cercana y a boca descubierta, famosos por su generosidad algo fanfarrona, iniciasen una colecta popular para dedicarle una estatua en alguna de las siete calles del centro.
Weissman, un hombre de aspecto circunspecto, es uno de los científicos que nos permitieron recuperar gran parte de la vida arrebatada por la covid, que apaciguó el miedo de los más vulnerables y alivió ucis y morgues. Su trabajo junto a la investigadora Katalin Karikó en la Universidad de Pensilvania (EE UU) hizo posibles las terapias a partir del ARN mensajero. Las vacunas de Pfizer o Moderna lo incorporan y no existirían sin su visión.
El ARN es una molécula imprescindible para la vida. Sintetizado en el núcleo de las células, lee las instrucciones escritas en el ADN y parte con ellas para que las fábricas del organismo produzcan todo lo necesario para existir. En la década de los 90, Karikó planteó la idea de utilizar ese mensajero para curar a los enfermos. Si se introdujese en sus células el trozo adecuado de ARN, especulaba, estas producirían la proteína ausente que causa una anemia o generarían una respuesta inmune frente a una infección o incluso el cáncer. Weissman quería producir mejores vacunas y también presentía que la respuesta podía estar en la frágil molécula.
La solución no parecía factible, entre otras cosas, porque las inyecciones de ARN provocaban una respuesta inmune intolerable. Eso cambió a partir de principios de los 2000, cuando Weissman y Karikó comenzaron a charlar junto a una fotocopiadora de su departamento en la que copiaban los artículos de las revistas que les informaban de los últimos hallazgos científicos. Juntos, descubrieron una modificación en la secuencia de ARN que acababa con la inflamación y facilitaba la producción de la proteína en grandes cantidades. En un artículo de 2005, publicaron los resultados de una revolución que sus colegas tardaron en asimilar.
Por este esfuerzo de décadas y su descomunal impacto en millones de vidas, esta semana, Weissman se encuentra en la capital vizcaína para recibir hoy el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Biología y Biomedicina junto a Karikó y Robert Langer, un ingeniero químico que creó el sistema para encapsular el ARN para poder inyectarlo.
“Estamos preparando una vacuna universal para prevenir futuras pandemias”
Pregunta. Su trabajo ha tenido un impacto enorme en la vida de mucha gente y le ha hecho famoso, ¿qué ha significado esta celebridad para usted?
Respuesta. En realidad es un poco incómodo, porque soy muy tímido y estoy feliz cuando me dejan trabajar solo. Ahora estoy en el candelero, veo mis fotografías colgadas por Nueva York y es inquietante. Pero es positivo poder llegar a mucha gente, hablarles de ciencia, explicarles lo que son las vacunas de ARN, por qué son seguras y por qué se las deben poner.
P. La comunidad científica tardó en percibir la importancia de lo que usted y Karikó publicaron en 2005. ¿Esto es inevitable cuando se trata de grandes innovaciones o se puede hacer algo para acelerar la aceptación de nuevos descubrimientos por parte de la sociedad y los científicos?
R. No creo que haya una solución. Cuando publicamos nuestro artículo en 2005, pensamos que todo el mundo querría usar nuestro descubrimiento para hacer terapias de ARN, pero no interesó y no entendimos por qué. Fueron necesarios cinco años más para que llegase el interés. Así es la vida.
P. La pandemia ha acelerado el desarrollo de las vacunas y las terapias de ARN. ¿Qué habría pasado si no hubiese sucedido?
R. Ya estábamos empezando a probar vacunas en personas antes de la covid, pero ahora todo va más rápido y se ha creado una atmósfera favorable al uso del ARN en todo el mundo. Las agencias reguladoras están dispuestas a aprobar vacunas y terapias, y el ARN se ha convertido en un término conocido.
P. Ahora, se habla de la vacuna de Pfizer o de Moderna, y no de la de Karikó o de Weissman o de cualquier otro de los investigadores que las hicieron posibles. ¿Le parece que los méritos y los beneficios de los nuevos medicamentos se distribuyen de forma justa entre las grandes farmacéuticas y los investigadores básicos?
R. Hay que poner el foco en apoyar la ciencia básica y los gobiernos tienen que financiarla mejor. Lo que la gente no entiende es que casi todos los medicamentos que se desarrollan, cada nueva terapia, se hacen en laboratorios académicos. No lo hacen las compañías farmacéuticas. Las compañías van a los laboratorios y dicen: ese es un gran fármaco, queremos desarrollarlo. Dicho esto, no quiero mi nombre en una vacuna.
P. Antes de trabajar en este tipo de vacunas, se dedicó a estudiar el VIH. Casi 40 años después de su descubrimiento no hay una vacuna, pero para el coronavirus se logró en pocos meses. ¿Por qué?
R. Hemos trabajado en vacunas para el VIH durante muchos años y ahora tenemos algunos ensayos clínicos con las vacunas de ARN y creemos que en los próximos 6 o 7 años tendremos una vacuna efectiva para el VIH. La gente tiene que entender que algunas vacunas son más fáciles que otras. La del covid es fácil y la del VIH muy difícil. No son lo mismo. Pero estamos trabajando en vacunas para el VIH, la malaria, la tuberculosis y muchas otras enfermedades, y la probabilidad de éxito en esos proyectos se ha incrementado con el éxito de las de la covid.
“Los nuevos medicamentos surgen de laboratorios académicos, no de las compañías farmacéuticas”
P. ¿Qué otras vacunas y terapias podemos esperar gracias a las nuevas tecnologías que emplean el ARN?
R. Por ejemplo, con las CAR-T, una de las últimas terapias para el cáncer [consiste en extraer células inmunitarias del propio paciente, modificarlas para que detecten las células tumorales y volvérselas a inyectar]. Han tenido mucho éxito, pero son difíciles de producir. Necesitas dos semanas de trabajo en el laboratorio y cuestan casi medio millón de dólares. Con el ARN, hemos sido capaces de modificar dos tipos de células inmunitarias dentro de ratones y hacer estas CAR-T para curarles de fibrosis cardiaca. Y lo estamos llevando a humanos. Creemos que seremos capaces de curar la anemia falciforme con una sola inyección de ARN, y es algo importante, porque todos los años nacen 200.000 personas con esa enfermedad, sobre todo en África e India, y ahora, para curarla, necesitas tratamientos con terapias celulares que cuestan un millón de dólares.
P. ¿Estamos mejor preparados para la siguiente pandemia gracias a este nuevo tipo de vacunas?
R. Por un lado, estamos preparando una vacuna universal para los coronavirus y para otros virus que tienen potencial para saltar de animales a humanos y prevenir así futuras pandemias. Estamos haciendo lo mismo con la gripe. También estamos haciendo vacunas para malaria, que es uno de los grandes azotes de la humanidad, y para virus como el del ébola o el Nipah. Creo que el ARN nos va a permitir producir nuevas vacunas muy rápido, efectivas y seguras para las próximas posibles pandemias, y evitar además que haya que tener pinchazos de recuerdo cada pocos meses.
P. Habla de producir vacunas de ARN contra la tuberculosis, el VIH y la malaria. Son tres de las enfermedades que más matan en el mundo, pero afectan sobre todo a países pobres. Con la covid hemos visto que las vacunas llegaron muy rápido a los países desarrollados, pero no ha sucedido lo mismo en los pobres.
R. He estado trabajando en esto toda mi carrera. Por ejemplo, con laboratorios en Tailandia, comenzamos a desarrollar una vacuna en la primavera de 2020. También hemos montado un centro de producción que cumpla la normativa de correcta fabricación [GMP, de sus siglas en inglés] para que puedan producir vacunas para humanos, y ya está funcionando. La vacuna tailandesa está en la última fase de ensayos clínicos y pronto se podrá aplicar en todo el sudeste asiático. En Sudáfrica también hemos montado otro laboratorio GMP que está permitiendo una producción local de la vacuna. Y cuando se acabe con la covid, podrán empezar a producir vacunas contra la malaria. Y en Tailandia empezarán con vacunas para el dengue u otras enfermedades que son particulares de la región y que las farmacéuticas no tienen interés en producir.
P. En su aplicación para el cáncer, ¿será posible también pensar en tratamientos hasta cierto punto universales o la enfermedad es demasiado compleja para pensar en esa posibilidad?
R. Efectivamente, es una enfermedad increíblemente compleja. La gente tendía a creer que todos los cánceres de mama eran iguales, y no es así. Por eso, es muy difícil hacer una vacuna efectiva para todos. Pero estamos trabajando en ello y espero que en el futuro tengamos algo. Creo que las vacunas para el cáncer serán una más de muchas terapias en desarrollo que pueden cambiar el pronóstico del cáncer.
P. Además del cáncer o las enfermedades infecciosas, ¿qué otras terapias pueden desarrollarse a partir de la tecnología del ARN?
R. Se está trabajando en vacunas para enfermedades autoinmunes como el lupus o la artritis reumatoide, para alergias alimentarias o medioambientales... El ARN se va a utilizar en cada vez más terapias.
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