La trastienda de los antivacunas
Una actitud cuasisectaria explicaría por qué algunos antivacunas rechazan verdades obvias
Cruzando la calle, frente al hospital donde trabajo, tiene su despacho un científico empeñado en ser la némesis de los antivacunas. Su último libro se titula Previniendo la siguiente pandemia: diplomacia con vacunas en un tiempo de anticiencia (Preventing the Next Pandemic: Vaccine Diplomacy in a Time of Anti-Science). Y con él hablé por Zoom de la sociología de los antivacunas.
Hombre tranquilo y agradable, Peter Hotez tiene un curriculum que incluye estudios en Harvard y Yale y ahora es cat...
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Cruzando la calle, frente al hospital donde trabajo, tiene su despacho un científico empeñado en ser la némesis de los antivacunas. Su último libro se titula Previniendo la siguiente pandemia: diplomacia con vacunas en un tiempo de anticiencia (Preventing the Next Pandemic: Vaccine Diplomacy in a Time of Anti-Science). Y con él hablé por Zoom de la sociología de los antivacunas.
Hombre tranquilo y agradable, Peter Hotez tiene un curriculum que incluye estudios en Harvard y Yale y ahora es catedrático y decano en la facultad de medicina de Baylor y director del Centro para el Desarrollo de Vacunas del Hospital de Niños de Texas. Y con mucho mundo. Fue enviado por el expresidente Barack Obama a los países musulmanes, de Túnez a Arabia Saudí, para impulsar la “diplomacia de las vacunas”: abrir vías de diálogo entre países antagonistas a través de campañas de vacunación. Peter me habla también de “vacunas contra la pobreza”, porque “las enfermedades causan carencias”.
Mientras es fácil entender que las guerras, el cambio climático y los éxodos de refugiados —consecuencias del Antropoceno— provoquen colapsos sanitarios y favorezcan la propagación de bacterias y virus, es ilógico que filosofías absurdas tengan el mismo efecto. Fue en el año 2019, después de un brote de sarampión en Europa (50.000 casos en 2018) que “la OMS incluyó a los antivacunas en la lista de los diez mayores peligros de la sanidad a nivel mundial”. No hay dos lados buenos en esta historia.
A pesar del Zoom, la comunicación no es fría. “Todo empezó en 2015”, explica. Ese es el inicio, para él, de la moderna anticiencia. Fue entonces cuando el movimiento antivacunas, que venía de años atrás, fue politizado. No ponerse la vacuna se convirtió en falsa “libertad sanitaria” y el Tea Party —la rama radical del partido republicano— incorporó a los negacionistas. También por esas fechas, el ISIS ocupaba Oriente Medio y destruía el sistema sanitario de la zona, y la sanidad empeoraba en Venezuela con el régimen de Maduro. Esos factores globales anunciaban y anticipaban la respuesta política a las pandemias.
Hotez remarca tres factores que refuerzan la trama antivacunas. El primero es el uso de las redes sociales, donde, según el Centro para Detener el Odio Digital (Center for Countering Digital Hate), doce movimientos antivacunas tienen cincuenta y ocho millones de seguidores. Anuncios pagados en Facebook, dirigidos a madres jóvenes para convertirlas en activistas, muestran niños presuntamente enfermos debido a las vacunas. Y hay negocio de por medio: el Centro para Detener el Odio Digital ha calculado que las redes sociales se embolsan mil millones de dólares al año de esta industria en publicidad y otros ingresos. En su libro, Peter también denuncia que “Amazon es el promotor más activo de libros de antivacunas”.
“El 40% de los miembros del partido republicano americano se oponen a vacunarse contra la covid. Una actitud que se defiende en FOX”
En segundo lugar, el infame movimiento tiene un brazo político. Los tuits de Donald Trump —incluyendo sus mensajes antivacunas— son buen ejemplo de ello. Pero también está Rusia. “Lee el artículo que publiqué ayer en Nature”, me dice Peter. Se refiere a Las vacunas de la COVID-19: el momento de confrontar la agresión de los antivacunas (COVID vaccines: time to confront anti-vax aggression), publicado el 27 del pasado mes de abril. Ahí comenta que “las organizaciones de inteligencia rusas atacan a las vacunas occidentales”. Una campaña sugiere que podrían convertir a las personas en monos. El motivo es simple, “intentan desacreditar las vacunas occidentales contra la covid-19 para promover las suyas”.
El tercer factor que impulsa el éxito de los movimientos antivacunas es el agresivo proselitismo dirigido a grupos susceptibles, como los emigrantes, los judíos ortodoxos o las minorías, incluyendo los afroamericanos. Y Peter explica que en esas comunicaciones las vacunas se comparan al holocausto o a experimentos antiéticos, “como el estudio Tuskegee”, realizados con personas de color.
Los primeros grupos antivacunas de Estados Unidos eran de izquierdas. Pretendían oponerse a la actividad mercantilista de las multinacionales farmacéuticas. Ahora, la ideología de estos grupos ha virado a la derecha. “El 40% de los miembros del partido republicano americano se oponen a vacunarse contra la covid. Una actitud que se defiende en FOX”, se queja Peter, quien ha sido atacado por el canal conservador de televisión en múltiples ocasiones. “Tenemos suerte de tener libertad de expresión”, algo que no ocurre en otros países.
La trama antivacunas se disparó en 1998, cuando un estudio publicado en Lancet vinculó falsamente las vacunas al autismo. El artículo fue retractado por falta de rigor científico, pero el daño estaba hecho. Peter, que tiene una hija con autismo, refutó en su anterior libro Las vacunas no causaron el autismo de Rachel (Vaccines did not cause Rachel´s autism) la falsa conexión entre autismo y vacunas.
Rachel fue diagnosticada de autismo en 1994 cuando tenía diecinueve meses. Peter ya era por entonces un defensor de las vacunas y dedicaba su vida a generarlas para países en desarrollo. Con un hilo de voz, le pregunto si su lucha contra los antivacunas, además de un tema profesional y ético, es también personal. Soporto por primera vez unos segundos de silencio. Para romper la tensión, le comento el caso de Pàmies, el charlatán de Lleida, que pretende curar el autismo con lejía. “Sí, eso es lo que hacen. Los enemas de lejía. Es un ejemplo clásico. Es terrible”. Y luego le explico que políticos españoles predican que ir a la discoteca en plena pandemia es un símbolo de libertad. No le extraña: “Los políticos se aferran a la anticiencia para mantenerse en el poder. Es el caso de Trump, Bolsonaro, Duterte, Daniel Ortega, Obrador o el líder de Tanzania. Causan mucho daño”.
Peter tiene difícil su misión. No es fácil convencer a los negacionistas. De acuerdo al modelo propuesto por Hagood y Mintzer Herlihy en el año 2013, hay tres grupos dentro del movimiento antivacunas: quienes dudan, quienes se resisten y quienes rechazan la vacunación. Mientras que los que dudan o se resisten pueden aceptar ser informados y cambiar su opinión, los integrantes del tercer grupo se niegan a considerar información sobre la vacuna, defienden premisas falsas de conspiraciones sin base y prefieren prácticas médicas alternativas. No se vacunarán. Será imposible convencerles de lo contrario. ¿Por qué?
Escuchando a un conspiracionista en YouTube hablando sobre el “bicho”, me sorprendió su retórica, llena de perífrasis, casi críptica, insinuando que bajo la superficie de un lenguaje ambiguo y enigmático se ocultaba un iceberg de datos secretos, que no iba a compartir, pero que lo empoderaba. La información científica carecía de valor frente a la que aportaba una oculta fuente de conocimiento. Escuchando algunos vídeos más de otros negacionistas me enteré de que los seguidores del grupo radical QAnon, que patrocina a los antivacunas en Estados Unidos, decían tomar la “píldora roja”.
En la película Matrix quien toma la “píldora roja” ve la realidad que los dueños del Estado ocultan reprogramando la mente de los ciudadanos. Quien toma esa metafórica píldora descubre cómo Bill Gates esclaviza a la humanidad con vacunas y esa fue la píldora que tomaron quienes asaltaron el Parlamento estadounidense. Un símbolo entre los populistas, hasta Ivanka Trump afirmó en Twitter que había tomado la “píldora roja”.
El lenguaje de los youtubers y mensajes como el de la “píldora roja” sugieren la mentalidad de una secta. Una actitud cuasisectaria explicaría por qué algunos antivacunas rechazan verdades obvias. Mientras los líderes sacan beneficio —vendiendo pseudomedicamentos o libros o consiguiendo un asiento político—, los adeptos podrían fallecer a manos de un virus derrotado hace años (sarampión) o de un coronavirus para el que existen vacunas eficaces.
En algunos países el coronavirus infecta y mata sin control, y podría ser peor. En una entrevista publicada en The Guardian en el año 2018, Peter advertía que el movimiento antivacunas podría llegar a hacerse global. “Estados Unidos y Europa son excelentes exportando su cultura y ahora exportamos esta basura. ¿Qué sucederá cuando el movimiento contra las vacunas llegue a la India?”
Juan Fueyo es neurólogo e investigador del Centro de Cáncer MD Anderson
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