El colmillo que delató al gran tiburón blanco de Mallorca
Tres pescadores mallorquines hallaron el año pasado una de las pocas evidencias en 44 años de la presencia de este escualo en Baleares
A Iván, Pedro y su hijo Joan todavía les cuesta creer cómo una mañana de julio zarparon a buscar langostas y regresaron horas después con el colmillo de un tiburón blanco (Carcharodon carcharias) en la cesta de la pesca.
“Estábamos sacando las redes a siete millas de la costa y a 100 metros de profundidad cuando avisté lo que parecía una piedra blanca enredada”, explica Joan Martorell, de 26 años y uno de los tres tripulantes que viajaban el 5 de julio de 2019 en el barco faenero ...
A Iván, Pedro y su hijo Joan todavía les cuesta creer cómo una mañana de julio zarparon a buscar langostas y regresaron horas después con el colmillo de un tiburón blanco (Carcharodon carcharias) en la cesta de la pesca.
“Estábamos sacando las redes a siete millas de la costa y a 100 metros de profundidad cuando avisté lo que parecía una piedra blanca enredada”, explica Joan Martorell, de 26 años y uno de los tres tripulantes que viajaban el 5 de julio de 2019 en el barco faenero Germans Torres, del municipio mallorquín del Puerto de Andratx. “Di el aviso y mi compañero Iván se puso a decir que eso no era una piedra, sino un colmillo de tiburón blanco. ¡En las dos horas de regreso a casa, no podíamos dejar de mirarlo!”, relata el pescador.
Con la llegada del barco a los muelles, la historieta, con aromas a novela de Ernest Hemingway, se esparció por el municipio. “Al principio me llamaron loco. El mundo de la pesca mallorquín está repleto de historias y rumores en torno al tiburón blanco. Pero yo no tenía dudas. Aparte de pescador, soy un gran aficionado a la biología marina y por el tamaño y su forma no podía ser de otro animal”, recuerda su compañero Iván Perera, que ya en tierra convenció a Martorell para que le dejara llevarse el diente a casa unos días. Perera quería mostrarle el colmillo a otro amigo, también aficionado a los escualos, para que le ayudara a confirmar el hallazgo.
Desde 1877 solo se han registrado 63 pruebas de la presencia de tiburones blancos en el Mediterráneo
Por entonces, el rumor de que unos pescadores del pueblo habían encontrado un colmillo de tiburón blanco ya circulaba por WhatsApp. “Mis amigos alucinaban. Mi padre y mi tío, que llevan 40 años en el mar, tampoco habían visto nada igual”, añade el pequeño de los Martorell. “Quizás porque no uso redes sociales la historia nunca se hizo pública”, aclara.
La última captura, en 1976
De móvil a móvil, las imágenes acabaron llegando a la pantalla del biólogo Gabriel Morey, cofundador de la organización medioambiental Save the Med y miembro del grupo de especialistas en tiburones de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Morey, una de las voces más autorizadas sobre escualos en el Mediterráneo, resolvió las dudas. “Es inconfundible: un colmillo superior triangular con sierras, de tiburón blanco”, confirma el biólogo a este periódico, un año después del hallazgo. Lo que había empezado como un cuento de mar de los tripulantes del Germans Torres ha acabado por convertirse en una de las pocas y la más reciente prueba de su presencia en Baleares desde hace casi medio siglo.
La captura del mayor ejemplar en las islas, y la última de la que se tiene constancia, se produjo en 1976 a manos del pescador Xisco López, que atrapó un tiburón blanco de más de seis metros en la zona de cap Farrutx. “A partir de ahí, apenas ha habido registros más allá de delfines y atunes hallados muertos por mordeduras que, por su tamaño, creemos que son de tiburón blanco”, dice Morey. Según un estudio de Claudio Barría, especialista en tiburones del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC en Barcelona, desde 1877 solo se han registrado 63 pruebas de su presencia en el Mediterráneo español.
Barría, quien ha examinado la pieza dental a través de fotografías, define el hallazgo como “increíble” y dice no recordar ningún caso parecido. “El diente es una maravilla y el último de los registros del que tengo constancia en nuestros mares”, explica. Su teoría es que la pieza pudo desprenderse hace algunos años de la mandíbula de un ejemplar. “La especie puede llegar a vivir 70 años y a lo largo de su vida generan miles de ellos”. Los pescadores creen que después el colmillo fue a parar a un pequeño arrecife situado en una zona de langostas, donde quedó enganchado. Cuando las redes se posaron encima, el diente se enredó y subió hasta la superficie. “Como encontrar una aguja en el mar”, resume Martorell.
“El diente es una maravilla y el último de los registros del que tengo constancia en nuestros mares”
No es casual que hayan sido precisamente unos faeneros los que hayan encontrado la última evidencia del temido escuálido. Generación tras generación, nadie como los miembros de las cofradías mallorquinas ha vivido tan de cerca con los grandes tiburones mediterráneos. El colmillo, con el que Joan se ha hecho ahora un colgante, es un vestigio de aquella Mallorca que a mediados del pasado siglo fue considerada en su costa oriental territorio de tiburones blancos.
Entre 1920 y 1976 se capturaron al menos 27 ejemplares, la mayoría de forma involuntaria, con el sistema de pesca de la almadraba en zonas como Cap Regana, Port de Sóller, cala Murta o Ses Caletes de Cap Pinar. Los recuerdos de esas capturas se conservan hoy en forma de grandes mandíbulas expuestas en humildes casas marineras, como la de los descendientes del mítico patrón pollentí José Borrás, quien llegó a pescar ocho tiburones blancos de entre 700 y 2.000 kilos.
O las historias de Francisco Pérez, en su día patrón mayor de la cofradía del Puerto de Pollença, que aseguró haber capturado un enorme ejemplar con un delfín y cuatro atunes en su estómago. Como buques petroleros, hay ejemplares que cruzan el mundo desde Australia o el Caribe para acceder al Mediterráneo a través del Estrecho de Gibraltar y el Canal de Suez.
Falsos avistamientos
Desde la última pesca de Xisco López en 1976, a lo largo de estos años la supuesta presencia del tiburón blanco en el Mediterráneo se ha retroalimentado gracias a rumores y avistamientos no confirmados. El último más sonado se produjo en el verano de 2018 por la organización medioambiental Alnitak, que publicó imágenes de un supuesto tiburón blanco a pocas millas de la isla de Cabrera. La noticia, que dio la vuelta al mundo, fue desmentida sin embargo horas después por numerosos expertos consultados por este periódico. Se trataba en realidad de un marrajo (Isurus oxyrinchus), una especie más común en Baleares y perteneciente a la misma familia (Lamnidae) que el blanco.
“Es triste que la gente se haya quedado con la idea de que era un blanco”, recuerda Barría, quien confía que un día se deje atrás la rumorología, los mitos y el sensacionalismo que históricamente han envuelto al animal y se puedan tomar imágenes de algún ejemplar de esta especie en peligro crítico de extinción en el Mediterráneo debido a la sobrepesca.
Y entre falsos avistamientos, rumores y leyendas marinas, durante los últimos años en Mallorca se ha abierto una suerte de carrera silenciosa por ver quién es el primero en tomar imágenes de un ejemplar. Los detalles de estas aventuras se deslizan en conversaciones de bares costeños, cuando el sol se oculta y el alcohol desvela los secretos. Entre dientes, aficionados subacuáticos hablan incluso de expediciones en las que se sumergen kilos de pesca en alta mar para tantear así el olfato del animal.
El único ataque mortal por un tiburón en Baleares se registró a principios del siglo XX en aguas de la isla de Cabrera, según el libro Tiburones en el mar balear, de Juan Poyatos y Ana María Abril. Antonio Palmer, de 95 años y uno de los vecinos más longevos del Puerto de Andratx, todavía recuerda la desconfianza con la que de niño se sumergía en el mar. “Nunca nadábamos lejos de la costa... por si acaso”, afirma. “También recuerdo oír historias, como la de otro pescador al que un tiburón le arrancó la mano de cuajo en la isla de Cabrera. Fuera mentira o verdad, son leyendas de nuestros mares”, explica.
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