Lo que debemos hacer

Los cenizos creemos que, una vez que se pose el polvo de la pandemia, el mundo volverá a ser el mismo lugar desigual, miope y cruel que era antes. La memoria humana es corta y traicionera, y se habrá olvidado de la amenaza en menos años de los que dura una legislatura. La gente regresará a sus empleos y volverá a ver sus nóminas recortadas, sus derechos laborales aniquilados y sus pseudocontratos revalidados por horas. El Gobierno tendrá prioridades más urgentes que prepararse para una nueva amenaza, y la oposición seguirá obsesionada con derribarle para recuperar un poder que considera suyo p...

Los cenizos creemos que, una vez que se pose el polvo de la pandemia, el mundo volverá a ser el mismo lugar desigual, miope y cruel que era antes. La memoria humana es corta y traicionera, y se habrá olvidado de la amenaza en menos años de los que dura una legislatura. La gente regresará a sus empleos y volverá a ver sus nóminas recortadas, sus derechos laborales aniquilados y sus pseudocontratos revalidados por horas. El Gobierno tendrá prioridades más urgentes que prepararse para una nueva amenaza, y la oposición seguirá obsesionada con derribarle para recuperar un poder que considera suyo por derecho de conquista. La gente se olvidará —ya lo está haciendo— del precio descomunal que la crisis pandémica nos ha cobrado a todos en muerte, enfermedad y miseria, y preferirá oír cualquier cosa menos eso. Las sociedades humanas son elásticas, resilientes y ansiosas por volver a su posición de descanso. Que eso sea bueno o malo está por ver.

Pero los cenizos, en el fondo, no intentamos otra cosa que mejorar el mundo. Nos ponemos en lo peor para que los poderes públicos no se acomoden en sus errores, y para que la gente despierte de sus ensoñaciones optimistas. Apuntamos a los fallos en la esperanza de que se puedan resolver. En este sentido, el pesimismo es más proactivo que el conformismo natural de la mente humana. Si creemos que todo va bien, nunca corregiremos nuestros prejuicios infundados, nuestros sesgos cognitivos ni nuestra ancestral tendencia a equivocarnos. El buen cenizo es lo contrario de un nihilista, que ni siquiera cree que haya un mundo ahí fuera. El buen cenizo sabe que lo hay, pero también sabe que es manifiestamente mejorable. Como ocurre con las adicciones, el primer paso para corregir un error es reconocer que lo hay.

Me he alegrado mucho, por tanto, de que dos mentes a las que admiro hayan abierto una fractura en mi caverna oscura. “Es fácil ser pesimista”, dicen el geógrafo Jared Diamond y el virólogo Nathan Wolfe en The Economist. “Pero la preparación para el futuro tiene un aliado poderoso: la realidad implacable de la transmisión del virus. La covid-19 es convincente, y cuenta entre sus herramientas con el hecho de matar a la gente por todo el mundo, devastar las economías y los presupuestos gubernamentales y causar un desempleo masivo”. Aunque no lo parezca, es un mensaje de optimismo, porque enumera las poderosas razones por las que la memoria de la pandemia no debería extinguirse. Ya ven que los optimistas no son tan diferentes de los cenizos.

Diamond y Wolfe nos recuerdan que la colaboración internacional ya se ha apuntado unos éxitos muy notables. La viruela, uno de los virus más ponzoñosos de la historia, se erradicó en 1979 gracias a una campaña vacunal mundial coordinada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Los países entendieron entonces que, por más que se hubieran librado del virus dentro de sus fronteras nacionales, no estarían seguros mientras la viruela siguiera circulando en Somalia. ¿Lo entenderemos ahora?

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