Otra política es posible

Las ocurrencias de cuatro asesores de comunicación no deben marcar la agenda de la gobernanza de este país

El ministro Salvador Illa, en la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados, el jueves.Ballesteros (Europa Press)

Ayer tenía un atasco de trabajo y, como suelo hacer en esas ocasiones, me puse a ver la comparecencia del ministro Illa en la Comisión de Sanidad del Congreso. Es lo que yo llamo el efecto corrida de toros. Lo descubrí de chaval. Cuando tenía un examen inminente, era capaz de cualquier cosa con tal de no prepararlo, incluso de ver una corrida de toros en la tele, que para mí es el epítome del aburrimiento nacional. Como ahora no dan corridas, ayer me conformé con ver la comisión parlamentaria de Sanidad. Y os lo confieso espontáneamente, me quedé de piedra por su alto nivel de discusión...

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Ayer tenía un atasco de trabajo y, como suelo hacer en esas ocasiones, me puse a ver la comparecencia del ministro Illa en la Comisión de Sanidad del Congreso. Es lo que yo llamo el efecto corrida de toros. Lo descubrí de chaval. Cuando tenía un examen inminente, era capaz de cualquier cosa con tal de no prepararlo, incluso de ver una corrida de toros en la tele, que para mí es el epítome del aburrimiento nacional. Como ahora no dan corridas, ayer me conformé con ver la comisión parlamentaria de Sanidad. Y os lo confieso espontáneamente, me quedé de piedra por su alto nivel de discusión política. Yo había llegado a creer que eso no existía en nuestros tiempos pandémicos, pero debo reconocer que estaba equivocado.

“Mi escepticismo político perdió puntos ayer. Esa es la clase de debate que necesitamos”

En la media hora o tres cuartos que seguí el acto, pude escuchar los argumentos de las portavoces del nacionalismo vasco y catalán, y también de Ciudadanos y alguno más. Sus críticas al ministro de Sanidad eran solventes, coherentes y sensatas, y así lo reconoció el propio Illa. Allí no se discutió sobre las esencias nacionales, sino de lo que las comunidades autónomas podían aportar a la gestión de la pandemia, desde los grandes institutos científicos que albergan hasta la última mascarilla que podrían fabricar. El debate fue sobre la necesidad de test masivos, las curvas epidemiológicas y el grado de confinamiento que se debería adoptar en cada situación. Es verdad que luego salió el portavoz de Vox a hacer su numerito, pero incluso él parecía algo avergonzado por tener que largar la matraca habitual. Fundamentalismos aparte, el tono del debate fue francamente estimulante. Mi escepticismo político perdió puntos ayer. Esa es la clase de debate que necesitamos.

Sé que soy un pelmazo con esto, pero es que creo sinceramente que nuestra obsesión con la facción más abyecta de la politiquería nos está cegando frente al verdadero servicio que la política real puede hacer a nuestra sociedad, que es enorme. Las ocurrencias de cuatro asesores de comunicación no deben marcar la agenda de la gobernanza de este país. Lo que piensen Vox o la FAES de Aznar nos debería dar exactamente igual. Eso no son más que estrategias baratas para colarnos como principios lo que no son más que intereses particulares inconfesables. Otra política es posible, y la vimos este jueves en una humilde comisión de Sanidad que debería convertirse en un modelo de comportamiento.

Ojalá hubiera más políticos como Nancy Pelosi, la presidenta demócrata de la Cámara de Representantes de Estados Unidos. El martes pasado dirigió un argumentario a su partido, donde denuncia que Donald Trump ha desmantelado la infraestructura antipandémica, ignorado las advertencias de la OMS y de sus propios asesores, propalado que la pandemia era un bulo y, pese a todo, ha eludido asumir responsabilidades políticas por ello. Eso no son insultos, sino críticas juiciosas. Aprendamos.

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