Ni moderados ni centristas
Los nuevos votantes de sectores populares son absolutamente pragmáticos y draconianamente críticos. No hay añoranza de la política del pasado, ni valoración de los partidos tradicionales, ni tampoco de los nuevos
Ha ganado la moderación. Esa fue, casi unánime, la respuesta que comentaristas políticos y columnistas ofrecieron después del resultado de la segunda vuelta de gobernadores regionales. Y algunos fueron todavía más lejos, celebrando un supuesto retorno a la política tradicional y a las coaliciones que, en el pasado, protagonizaron la transición.
Se ha vuelto costumbre sacar conclusiones excesivas después de cada cita electoral, y el nutrido calendario de votaciones que ha tenido nuestro país en los últimos cinco años, ha estimulado la imaginación y la proliferación de hipótesis. Desde el ahora sí definitivo fin de la transición, tras el 80% de respaldo al cambio constitucional en el plebiscito de entrada, pasando por el giro hacia la izquierda refundacional en las elecciones de convencionales constituyentes de 2021, el giro a la extrema derecha con el triunfo de republicanos en mayo de 2023, hasta la actual superación de estos virajes dramáticos, en que los chilenos han regresado a la moderación y detenido el péndulo.
Como sabemos, en el campo de los análisis políticos, no hay interpretación desinteresada, pero el interés no impide ni el rigor ni la honestidad intelectual, aunque puede, y con frecuencia logra, nublarnos la mirada. Y así como para la izquierda fue muy tentador abrazar la conclusión de que una sustantiva mayoría de compatriotas compartía nuestras respuestas a las demandas sociales expresadas en el estallido, los resultados de las últimas elecciones lo son para quienes, añorantes del pasado, concluyen que es el pueblo chileno el que desea ese retorno. Pero si el papel aguanta todo, no es conveniente abrazar explicaciones que, por simples y convincentes, distorsionan nuestra comprensión de las complejidades y paradojas del Chile actual.
Para evitar esas tentaciones quizás lo primero que habría que recordar es que, ya desde fines de los noventa, las ciencias sociales vienen señalando, de manera sistemática y sostenida, las fracturas de la sociedad chilena y, en particular, el hiato cada vez mayor entre sectores populares y política institucional, lo que hace muy difícil sostener, con base en la realidad, que el resultado electoral reciente signifique algo así como una revaloración o relegitimación de ésta o un regreso al centro o a la moderación.
En esa línea, un estudio reciente elaborado por la Fundación Nodo XXI, en el que ponemos el foco en las y los nuevos votantes de sectores populares urbanos, no deja lugar a dudas acerca de la enorme distancia, desconfianza y enojo de estos sectores con la política. El estudio titulado Ganar sin perder. Sobre el pragmatismo político de las y los nuevos votantes de sectores populares en Chile, muestra que en su relación con la política institucional, estos nuevos votantes de sectores populares, son absolutamente pragmáticos y draconianamente críticos. No hay añoranza de la política del pasado, ni valoración de los partidos tradicionales, ni tampoco de los nuevos; expresan una crítica transversal a todo el sistema político, sin diferencias entre izquierda y derecha, ni entre nuevos y viejos actores. Para ellas y ellos, la política es sinónimo de una elite alejada de sus problemas, enfrascada en sus reyertas, además de corrupta.
En términos de posiciones, no son derechistas ni izquierdistas, ni extremistas ni centristas. Simplemente, no se identifican con ese arco. Más bien son anti política institucional, al tiempo que tienen clara conciencia de los problemas públicos y que están sumamente interesados en su solución. Orden y seguridad (pública y social), calidad del empleo y salarios, precio de los alimentos y la vivienda, atención de salud digna y oportuna, políticas para la infancia y la juventud que las rescate de las garras del narcotráfico y la criminalidad, pensiones suficientes para las y los adultos mayores. Desean soluciones ahora y no se muestran contrarios a la intervención del Estado ni a cambios profundos, siempre y cuando ellos no pierdan lo que hasta ahora han ganado. No son moderados, pero temen perder.
Es una franja social que siente malestar, pero que no ha dejado de esperar, que conserva una suerte de utopía sin épica, concreta, material: que la política dé solución a sus problemas. Y ese el espacio que pareciera ser el más fértil para cultivar liderazgos que, luego de mucho trabajo y con resultados visibles, logre recomponer la relación entre política y sociedad. Pensemos en algunos de los triunfos que en esta elección destacaron para ejemplificarlo.
Nadie podría decir que Rodrigo Mundaca, reelecto como gobernador de la región de Valparaíso sea un símbolo de la moderación. Y ganó con un apoyo aplastante. Tampoco Matías Toledo, el joven puentealtino que terminó con 25 años de hegemonía de la derecha en su comuna, es un moderado o un centrista. Tomás Vodanovic y Macarena Ripamonti, reelectos en Maipú y Viña del Mar y Camila Nieto, la primera alcaldesa que ha tenido Valparaíso, pertenecen al Frente Amplio, un partido de nueva izquierda que nació a la política con un programa de transformación social. Y el mismo Claudio Orrego, reelecto como gobernador de la región Metropolitana, debe su elección menos a su reivindicación de la moderación, que, a lo que es valorado como uno de los elementos cruciales para el campo popular: la capacidad de trabajar en beneficio de las comunidades, el trabajo en terreno, el meter las patas en el barro, el no brillar por polémicas infructuosas ni por la agresividad de la performance que despliegan en redes sociales, sino por encarnar distintas modalidades de una política que, a pesar de la desconfianza y la inquina, los sectores populares anhelan y reconocen, porque ofrece soluciones a sus problemas cotidianos.
Para un sector de la élite política es cómodo pensar en retornos y moderaciones, es cómodo pensar en que los problemas se hallan en la fragmentación y en la proliferación de partidos, pero el Chile que anhela vivir mejor, que demanda servicios públicos que atiendan dignamente, que quiere trabajos decentes y bien remunerados, pensiones suficientes y seguridad pública, necesita mucho más que un reacomodo, necesita un proyecto de país que sea capaz de producir el nivel de bienestar, libertad y tranquilidad que las y los chilenos anhelan. Delinear ese proyecto debiera ser la tarea a la que las izquierdas y el progresismo aboquemos todas nuestras fuerzas.
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