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elecciones de gobernadores
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por un ‘efecto Darwin’: hacia dos listas parlamentarias

Los partidos de izquierdas (especialmente el Socialismo Democrático) deben emprender el mismo camino que ya tomó el Frente Amplio: reducir su propia complejidad interna

campaña de Claudio Orrego
Seguidores de Claudio Orrego celebran este domingo en Santiago, Chile.Elvis González (EFE)

El desorden es total en la política chilena. Fragmentación general, indisciplina interna de los partidos, polarización de las elites parlamentarias y reglas políticas que están haciendo agua por todas partes. Últimamente, la bancada de diputados socialistas se ha fracturado —en modo cínico— por la partida de un diputado irrelevante (Jaime Naranjo), sincerando a medias que tras esta partida se encuentra presente el temor de no ser nominados como candidatos a la reelección. Si bien las elecciones locales arrojaron una victoria relativa de la derecha, la segunda vuelta de gobernadores de este domingo entregó formalmente un empate (un número casi idéntico de regiones para el oficialismo y la oposición) y, a decir verdad, un triunfo para todas las izquierdas: triunfar en las dos regiones más pobladas de Chile (Metropolitana y de Valparaíso) es un resultado que habla por sí solo, sobre todo cuando lo que se buscaba en esta elección era plebiscitar el apoyo o rechazo al gobierno. Vaya error de la derecha opositora.

Lo anterior deja completamente abierto el escenario parlamentario y presidencial del próximo año.

Es cierto: las derechas parten con una innegable ventaja, al exhibir buenos números en las elecciones locales y regionales, lo que se traduce en probabilidades importantes de triunfar en las próximas elecciones presidenciales (en donde Evelyn Matthei es favorita según todas las encuestas). Ante esto, las izquierdas parecen menguadas y sin candidatos claros: el nuevo gobernador de la Región Metropolitana, Claudio Orrego, es un nombre que se impone de modo evidente, con sus 2,5 millones de votos. Veremos.

Con independencia de las magras chances presidenciales para las izquierdas que se evidencian al día de hoy (no hay ninguna razón para pensar que esta será la tónica en los próximos meses), la pregunta es por el mañana de los partidos: ¿tiene sentido permanecer en la sopa de letras de las izquierdas (nueve partidos, sin contar a la Democracia Cristiana) seleccionando candidatos con el fin de perpetuar la actual correlación de fuerzas?

No tiene sentido. Es más: es dañino.

Los partidos, todos, de derechas e izquierdas, necesitan perfilarse y agruparse, generando condiciones para reducir su número y generar un efecto cualitativamente explosivo. Para lograr esta meta (que no pocos cientistas políticos consideran innecesaria debido a un romanticismo por la diversidad, en total indiferencia por la capacidad de gobernar e implementar políticas), la reforma de las reglas políticas y electorales debiese ser algo obvio.

Pues no lo es.

Ante esto, los partidos de izquierdas (especialmente el Socialismo Democrático) deben emprender el mismo camino que ya tomó el Frente Amplio: reducir su propia complejidad interna. ¿Cómo lograrlo? La vara de medición no debiese ser la elección presidencial, sino la próxima elección parlamentaria que coincide con la primera vuelta presidencial. La elección municipal de concejales no logró producir un efecto clarificador en las izquierdas (sí lo logró en las derechas, consagrando un elogiable dominio de la centroderecha ante la arremetida de Republicanos). Es más, no son pocos dirigentes en el PS que han visto en el resultado de la elección de gobernadores una confirmación de la ruta socialista correcta: negociar con claridad (el PS es experto), desconociendo que los socialistas, al igual que todas las izquierdas, se están empequeñeciendo, porque le están hablando a nichos de electores y no al electorado. Es de tal magnitud la sopa de letras de todas las izquierdas que, para simplificarla, estas deben agruparse en dos listas parlamentarias con el fin de sincerar el peso de unos y otros, lo que significa admitir una política darwiniana de la selección política que supone eliminación y sobrevivencia. No tiene sentido continuar con la idea de una lista única parlamentaria con el fin de maximizar el rendimiento de una sola lista de izquierdas si esto se paga al precio fuerte de impedir que los partidos compitan, y sobre todo existan en todo Chile. Digámoslo con todas sus letras: de no haber cambios en las reglas políticas y electorales, es racional renunciar a la fantasía de entregar una mayoría parlamentaria (que no se producirá) al próximo presidente, lo que se traduce en fortalecer a los partidos que sobrevivan a una competencia darwiniana. Solo de este modo habrá algún futuro.

Esto no puede traducirse, sin embargo, en una batalla sin cuartel por sobrevivir o resistir a la extinción. El objetivo es claro: reducir la pluralidad política del Congreso, lo que supone la extinción de varios partidos. Para que esto tenga sentido, los partidos necesitan agruparse por afinidades electivas en listas: ¿existe alguna afinidad electiva entre socialistas y comunistas? Al día de hoy, y por razones de fondo, me parece que no. No se puede decir lo mismo de los vínculos ideológicos entre socialistas, pepedés, liberales y radicales: entre ellos existe un cemento común, débil e intelectualmente enclenque, pero que es muy superior a lo que los acerca a los comunistas. ¿Y qué hay del Frente Amplio? No hay mucha claridad al respecto: estamos muy lejos de la afirmación entusiasta de un diputado frenteamplista según la cual “el Frente Amplio es el único en ofrecer un proyecto político claro a Chile”: esta afirmación es absurda, ya que ningún partido de izquierda tiene siquiera algo parecido a un proyecto político. En lo que sí tiene razón es en sostener que “lo que pasa es que esta es una alianza que cuajó una vez que se alcanza el Gobierno, y eso me parece que no es sostenible en el largo plazo”. ¿Cómo dirimir este problema?

Compitiendo.

Esto es lo que explica la racionalidad de la ruta larga, esa que pasa por sacrificar mayorías parlamentarias por un presidente poco probable: de haber un presidente de centroizquierda con minoría en ambas cámaras (algo que no es muy distinto a la actual situación), será él quien empuje el reordenamiento del sistema de partidos que, espero y supongo, se habrá simplificado en composición y reducido en volumen.

De imponerse la lista única parlamentaria, seguiremos en la agonía interminable de partidos que se volvieron conservadores, precisamente porque no se atrevieron a tomar riesgos evolutivos. ¿Alguien cree que la continuidad del actual sistema de partidos, así como la composición de la Cámara de Diputados, es algo virtuoso? ¿Hay futuro allí? ¿No es este el momento de sincerar que el centro (Demócratas y Amarillos) no existe por si solo, que las izquierdas son una sopa de letras sin proyecto y que las derechas siguen siendo las fuerzas predilectas de las élites? ¿Hay algo interesante en todo esto?

Este es el momento de alentar, desde la sopa de letras de izquierdas, lo que Darwin llamó la “selección natural”: no solo eliminación, sino que “descendencia con modificación”.


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