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PDI
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La amalgama de la realidad

Dos exdirectores de la PDI que renuncian por posibles hechos de corrupción son situación con altas implicancias políticas

Autoridades en Viña del Mar, Chile.
Autoridades en Viña del Mar, Chile.Cristobal Venegas

La vida política chilena está cada vez más hecha de amalgamas. En efecto, todas las semanas, y a menudo varias veces a la semana, estallan escándalos de todo tipo, desdibujando el rumbo del Gobierno: asesinatos crueles, secuestros de alta connotación pública, reuniones privadas de diputados, senadores, ministros y empresarios en casa de un lobista que –para la sorpresa de todos– se transforman en un problema político, escándalos políticos y financieros a repetición (a modo de ejemplo, el caso Democracia Viva), declaraciones rimbombantes (desde la necesidad de retomar la batalla cultural por parte de los partidos oficialistas hasta la petición de que las Fuerzas Armadas se involucren en la producción de una sensación de inseguridad) son solo ejemplos de la imposibilidad de ejercer control por parte del Gobierno sobre su propia agenda.

Pero esto no es todo. La realidad que le toca al Gobierno administrar y transformar es un magma volcánico formado por hechos de distinta naturaleza que, cuando se acumulan en poco tiempo, producen la sensación de un Gobierno desbordado. A menudo, el origen de este magma no es el Gobierno, sino hechos que por la vía de la agregación ponen en jaque tanto a los gobernantes como a sectores esenciales del Estado.

Pues bien, es precisamente eso lo que se ha producido en los últimos días. A partir de peritajes a un celular de un connotado abogado implicado en un escándalo (conocido como caso Audios) sobre supuestos pagos a funcionarios del Servicio de Impuestos Internos y de la Comisión para el Mercado Financiero, la investigación detecta otra situación, distinta de este escándalo. Es así como la revisión de los whatsapp del abogado Luis Hermosilla permitió descubrir filtraciones de una investigación en curso por parte del mismísimo director de la Policía de Investigaciones (PDI), Sergio Muñoz. Este caso no tardó en transformarse en un escándalo de proporciones, ya que la filtración de información desde el celular de Muñoz al celular del abogado Hermosilla se refería a indagatorias que afectan a otro exdirector de la Policía de Investigaciones, Héctor Espinosa, quien es investigado por lavado de activos. Como era de esperar, Sergio Muñoz renunció a su cargo tras haberse reunido con la ministra del Interior y, horas después, con el presidente Gabriel Boric.

Dos exdirectores de la PDI que renuncian por posibles hechos de corrupción son situación con altas implicancias políticas, ya que Chile se encuentra en medio de una importante crisis de seguridad pública. Todo indica que el celular del abogado Hermosilla es un terrorífico dispositivo de comunicación, dada su enorme red de conexiones políticas (y estatales, puesto que la Contralora subrogante Dorothy Pérez –cuarta autoridad del Estado– se habría reunido con una de las implicadas en el caso Audios).

Se trata de situaciones que no guardan relación entre sí, pero que al amalgamarse producen una sensación de desborde del Gobierno por una realidad que es difícil de encausar.

Pues bien, esta sensación bien podría agravarse mediante otras amalgamas: desde el descubrimiento de otras situaciones irregulares registradas en el celular de un abogado hiper-conectado hasta la eventual formalización del General Director de Carabineros, Ricardo Yáñez, en el marco de otra causa, que nada tiene que ver con los dos hechos previamente señalados.

Qué duda cabe: que dos exdirectores de la Policía de Investigaciones sean acusados de delitos graves y el jefe de la policía uniformada sea sindicado por una fiscal como responsable jerárquico de violaciones a los derechos humanos durante el estallido social de 2019, pone cuesta arriba el desafío de enfrentar la crisis de seguridad pública.

Lo que esta realidad desbordante enseña es la creciente dificultad comunicacional de los gobiernos de Chile en promover el programa con el cual el presidente fue elegido. Es tal la cacofonía que es producida por hechos que se van agregando y acumulando en el tiempo, que todos los partidos políticos debiesen moderarse en su actuación, tanto oficialistas como opositores. Gobernar es comunicar, sin dudas. Pero para que eso ocurra, se requieren de condiciones sistémicas de posibilidad que rara vez estarán reunidas.

Las amalgamas constituyen, tal vez, la peor de las pesadillas en una era gobernada por el rumor, la desinformación y las noticias falsas. El problema es que estas amalgamas, en las que se conectan sin relación lógica situaciones escandalosas de distinta naturaleza, serán cada vez más frecuentes cuando las modernas tecnologías de la comunicación lleguen a niveles (hasta ahora desconocidos) de sofisticación, afectando a sociedades completas. Es más: cuando la amalgama incluya noticias falsas en combinación con hechos verdaderos, es el estatuto de la verdad el que se encontrará comprometido.

Si la realidad desbordante de las cosas sigue este curso, es la democracia y su vida pública las que pagarán las consecuencias. Cuando eso ocurra, será demasiado tarde.

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