‘Los bufos madrileños’: canciones, chanzas y danzas para tiempos de crisis

La Compañía Nacional de Teatro Clásico resucita una comedia lírica paródica, ligera y divertida, de José Rogel y Luis Mariano de Larra, de las que arrasaban en Madrid en vísperas del Sexenio Revolucionario, compuesta a la manera de las de Offenbach

Escena de la obra Los bufos madrileños'.Sergio Parra

Francisco Arderius, actor, cantante y empresario teatral, supo darle la vuelta a sus fracasos. “Extraordinariamente silbada [por el público]”, rezaba el cartel anunciador de una de sus producciones musicales. “Cincuenta representaciones lleva la obra que no ha gustado al crítico de El Imparcial”, informaba el anuncio colocado junto a la taquilla de otro de sus éxitos. Este personaje fundamental en la lírica española del siglo XIX, del que la Compañía Nacional de Teatro Clásico acaba de reest...

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Francisco Arderius, actor, cantante y empresario teatral, supo darle la vuelta a sus fracasos. “Extraordinariamente silbada [por el público]”, rezaba el cartel anunciador de una de sus producciones musicales. “Cincuenta representaciones lleva la obra que no ha gustado al crítico de El Imparcial”, informaba el anuncio colocado junto a la taquilla de otro de sus éxitos. Este personaje fundamental en la lírica española del siglo XIX, del que la Compañía Nacional de Teatro Clásico acaba de reestrenar su comedia bufa Los órganos de Móstoles, fue para la zarzuela lo que P. T. Barnum era por aquel entonces para el mundo del espectáculo estadounidense o lo que Mack Sennett, fundador de los estudios Keystone, sería cuatro décadas después para el cine mudo.

Cantante de escaso fuste (“su voz tiene poca extensión, pero en cambio es bastante mala”, ironizó Gaztambide tras hacerle una audición), actor chispeante, destacó sobre todo como empresario certero. Llevó la zarzuela a París, donde, fascinado con el gracejo de las operetas con las que Offenbach se tomaba a chufla el II Imperio y la incipiente expansión territorial francesa en África y en el Extremo Oriente, decidió copiar esa fórmula artística caracterizada por su desenfado paródico. Si en La bella Helena Offenbach y sus libretistas le imprimieron a las tierras de la vieja Esparta rasgos definitorios del París moderno, José Rogel y José Blasco, contratados por Arderius, intentaron reproducir ese travestismo de los viejos mitos en El joven Telémaco, comedia lírica inspirada en la Odisea.

La buena fortuna que tuvo esta pieza en el antiguo Teatro Variedades, de Madrid, convertido en sede de la flamante compañía Los Bufos Madrileños, creada a imagen y semejanza de Les Bouffes Parisiens, animó a Arderius a armar un repertorio confeccionado a la manera de la opereta francesa. Para ello contó con los mejores músicos y libretistas, desde Barbieri hasta Ramos Carrión. El género prosperó tanto que obligó a cambiar el paso al resto de los teatros: el público madrileño y el español, zarandeado por pronunciamientos militares, revoluciones, motines y rendiciones, anhelaba encontrar sobre los escenarios desenfado y evasión, llevado por la ley de sentimiento contrario.

La epidemia bufa duró dos décadas apenas. Luego, las aguas líricas discurrieron por otros cauces: el género chico, la revista y el género ínfimo conservan la impronta transgresora pero amable

La epidemia bufa duró dos décadas apenas. Luego, las aguas líricas discurrieron por otros cauces: el género chico, la revista y el género ínfimo conservan la impronta transgresora pero amable de las producciones de Arderius, de las que solamente se sigue reponiendo Los sobrinos del capitán Grant, no hay apenas grabaciones de su vasto repertorio. Por eso resulta oportuno este encargo abierto que la dirección de la Compañía Nacional de Teatro Clásico ha hecho a Rafael Castejón, actor de una dinastía vinculada al género lírico y al Teatro de La Zarzuela.

Tras leerse decenas de libretos, Castejón ha escogido Los órganos de Móstoles, vodevil urbano que reúne buena parte de las virtudes y algunos de los defectos del teatro bufo. Luis Mariano de Larra, su libretista, es uno de los más hábiles y fecundos de su tiempo. Siguen teniendo gracia sus enunciados sobre la vida familiar (las hijas que no se van de casa jamás) y conyugal, en los que parodia tanto el Tenorio de Zorrilla como los padres terribles calderonianos con una extensión métrica que incluye formas tan infrecuentes como los ovillejos o las seguidillas compuestas. La música de Rogel (en la que se han incluido dos cantables de El joven Telémaco) es pegadiza, de las que siguen repiqueteando in mente. Sus intérpretes, buenos actores que cantando se desenvuelven entre muy bien y razonablemente, resuelven todos ellos sus partes con gracia, especialmente el propio Castejón y Eva Diago, pero también Paco Déniz, Natalia Hernández, Chema del Barco, David Soto, Clara Altarriba y Antonio Comas, que es además director musical y responsable de la reducción para piano de una partitura escrita originalmente para orquesta y coro.

Con estos mimbres y dichas ausencias, el espectáculo se convierte en una obra de cámara, en una miniatura escénica como las que el Teatro de La Zarzuela debería abordar si tuviera una sala B, más pequeña, para producciones de títulos menos conocidos y de mayor riesgo. A este le han cambiado el título: Los bufos madrileños en lugar de Los órganos de Móstoles (locución que en el XIX se utilizaba para hablar de situaciones disonantes o desafinadas) porque Castejón, su director, le ha añadido un prólogo en el que retrata con expresivos trazos la personalidad y la trayectoria hiperbólicas de Arderius, que llegó a dirigir dos compañías, tres teatros y un parque de atracciones, todo a la vez. El público en general se divierte con este interesante tanteo de lo que podrían ser próximas producciones de un género ligero pero valioso.

Los bufos madrileños

Música; José Rogel. Libreto: Luis Mariano de Larra. Dirección: Rafael Castejón. 

Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Teatro de la Comedia. Madrid. Hasta el 14 de enero.

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