Crítica de ‘Los destrozos’, la nueva novela de Bret Easton Ellis: un relato duro y deslumbrante
El autor de ‘American Psycho’ mezcla la realidad de su biografía con la ficción de su obra hasta hacerlas indiscernibles en una magistral novela de aprendizaje
Como Nabokov, Lucian Freud, Cindy Sherman o el maestro Philip Roth, cuya obra mordaz, reprobatoria y libérrima subyace a la suya, Bret Easton Ellis necesita situarse en el epicentro de su narrativa autorretratándose hasta el hartazgo y haciendo de su biografía algo tan esencial para su obra como lo es para él el aire que respira, y no tanto por apetencia exhibicionista, por querer emular a Narciso, cuanto por las virtudes lenitivas que parece lle...
Como Nabokov, Lucian Freud, Cindy Sherman o el maestro Philip Roth, cuya obra mordaz, reprobatoria y libérrima subyace a la suya, Bret Easton Ellis necesita situarse en el epicentro de su narrativa autorretratándose hasta el hartazgo y haciendo de su biografía algo tan esencial para su obra como lo es para él el aire que respira, y no tanto por apetencia exhibicionista, por querer emular a Narciso, cuanto por las virtudes lenitivas que parece llevar consigo toda práctica introspectiva. El caso es que la vida de Ellis ya se asomó a la de Clay, el protagonista de esa proclama generacional de los desinhibidos ochenta que fue su ópera prima Menos que cero y, a la manera de Nabokov en La verdadera vida de Sebastian Knight, Ellis quiso jugar a inventarse su propia biografía en Lunar Park, una vuelta de tuerca a su narrativa en el límite de la autoparodia y a la vez un artefacto extravagante del que sobresale la lúdica esquizofrenia del Ellis autor y el Ellis personaje. Transcurridos muchos años de silencio, publicó Blanco, una autobiografía que revela buena parte de las claves de su estilo y de la inquebrantable cruzada contra el neopuritanismo y las censuras de la corrección política, no ficción autobiográfica después de sus tentativas de autobiografía novelada.
Los destrozos es un nuevo ejercicio de autobiografía ficcional y una novela negra proveída de la procacidad, la sátira y esa querencia hacia la profusión de detalles que son marca de la casa, y, si se quiere, es también un mapa detallado de Los Ángeles. Por encima de todo, sin embargo, es un Bildungsroman extraordinario, una novela de aprendizaje que injerta la biografía del autor en la historia del obsesivo Bret, narrador en ciernes que está escribiendo Menos que cero, y de los otros adolescentes ricos abducidos por el vicio pendoneando por fiestas y por piscinas de Hockney e inmuebles de Los Ángeles hasta que sus vidas de figurantes de El gran Gatsby se tensan y su inocencia se pierde cuando un aterrador asesino en serie entra en escena. Como si Bret Easton Ellis hubiese querido rubricar su trayectoria guiñándoles un ojo a sus muchos lectores al introducirse con 17 añitos en un bello verano que una réplica inexacta y californiana de su Patrick Bateman de American Psycho oscureció con terror y paranoia.
Ellis personaje de una novela de Ellis en la que las atrocidades del Arrastrero a las que sobrevivió y la atmósfera de thriller corren paralelas a los jugosos recuerdos, inventados o no, de un joven que disfruta con Brian de Palma y con El resplandor, de Kubrick; con Bowie; Ragtime, de Doctorow, y Matadero Cinco, de Vonnegut, y que antes de cumplir los 20 ya quiso ser escritor. Se exacerba de este modo su enfermiza necesidad de conocerse y de reconocerse escribiendo acerca de su personalidad hasta alcanzar a comprenderla, indagando en la evolución de sus emociones y de su aptitud para la escritura creativa sin necesidad de Tanqueray (“había necesitado tomar una distancia de 40 años para empezar a escribir por fin el libro”), reflexionando sobre su vocación literaria, el proceso de creación de la novela y su polémica trayectoria, contaminando una vez más la realidad de su biografía y la ficción de su novela hasta hacerlas felizmente indiscernibles. Los “compulsivos círculos en torno a sí mismo” de los que Martin Amis hablaba refiriéndose a Philip Roth y a sus alter ego en su autobiografía Experiencia bien podrían aplicarse al autor de American Psycho. Y Ellis se regodea, se lo pasa en grande confirmando que sí, que su obra es él.
El seductor, magnético estilo de Ellis y su empleo magistral de la primera persona le generan al lector tal convicción respecto a lo que allí se dice que no encuentra motivo para desconfiar de un narrador que dice ser el mismísimo autor empírico
Retrato del artista retratándose y enésimo retrato del artista adolescente, de acuerdo, pero la serena madurez del cronista del degenerado ennui de la posmodernidad ha alcanzado a crear un retrato realmente espléndido. Y así es como la consigna de Bruce Springsteen “mira el arte, no al artista”, que Ellis comenta en su autobiografía Blanco —de lectura muy recomendable para quienes quieran conocer mejor a Ellis como enfant terrible (en una foto imaginaria saldría junto a su coetáneo Foster Wallace, el joven Jonathan Franzen y el maduro Amis) y acceder a la petite histoire de los años en los que se gestó Los destrozos—, no acaba de adecuarse al caso de nuestro autor, que se pregunta, para acabar de enredar la madeja: “¿Debería el arte representar siempre la verdad del artista y al propio artista? Bueno, probablemente os llevaríais una decepción”. Y para desenredarla se responde: “La razón por la que soy escritor es para presentar una estética, cosas que son ciertas sin que tengan que ser reales”. El seductor, magnético estilo de Ellis y su empleo magistral de la primera persona le generan al lector tal convicción respecto a lo que allí se dice que no encuentra motivo para desconfiar de un narrador que dice ser el mismísimo autor empírico y, en cualquier caso, qué demonios, nadie en su sano juicio abandona una lectura absorbente para consultar la Wikipedia. Es la escenografía emocional que se despliega ante el lector la que engrandece la trama de suspense que sustenta esta novela híbrida y metaficcional, sin sobra y despojada de banalidad, y afloran las crónicas de Joan Didion, el cine de Lynch, sus tres primeras novelas o La contravida, de Roth, porque la educación sentimental de Bret es todo un palimpsesto.
El feraz monólogo de un narrador magistral —tal vez porque explica su vida, la de Bret y la de Easton Ellis—, el aliciente de la autoficción y una prosa tan acendrada como vertiginosa hacen de Los destrozos una novela categórica que es muy posible que nos obligue a decir de ahora en adelante que American Psycho es un mito de la narrativa contemporánea, pero que Ellis es el autor de Los destrozos.
Los destrozos
Traducción de Rubén Martín Giráldez
Random House, 2023
672 páginas. 24,61 euros
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