El homenaje de Dragana Jurišić a todas las mujeres con alas pesadas que quisieron volar
La fotógrafa croata da forma a una biografía ficticia sobre la desaparición de su enigmática tía mediante las anécdotas de otras ciudadanas cuya memoria quedó silenciada
De Gordana Čavić se decía que era tan hermosa como si fuera su propia creación. Murió en París, en 1987, en extrañas circunstancias. Tenía 48 años. Abandonó su hogar en Kúcanci, Eslavonia, en la antigua Yugoslavia y actual Croacia, una madrugada de otoño, en silencio, para no dar explicaciones a su primer esposo, Perica Kadić, un granjero. Se había prometido a sí misma que nunca viviría como su madre, de quien los vecinos sentían lástima porque su marido se había fugado con otra mujer. La joven cogió un tren para Belgrado, donde vivió una temporada antes de alcanzar su sueño de instalarse cerc...
De Gordana Čavić se decía que era tan hermosa como si fuera su propia creación. Murió en París, en 1987, en extrañas circunstancias. Tenía 48 años. Abandonó su hogar en Kúcanci, Eslavonia, en la antigua Yugoslavia y actual Croacia, una madrugada de otoño, en silencio, para no dar explicaciones a su primer esposo, Perica Kadić, un granjero. Se había prometido a sí misma que nunca viviría como su madre, de quien los vecinos sentían lástima porque su marido se había fugado con otra mujer. La joven cogió un tren para Belgrado, donde vivió una temporada antes de alcanzar su sueño de instalarse cerca del Sena. Su corta pero intensa vida transcurrió rodeada de misterio, parapetada bajo múltiples identidades. De rumores que apuntan a tramas de espionaje y de prostitución. “Haciendo lo que hacía, sorprende que durase tanto”, sentenciaba su propia madre el día de su entierro en su tierra natal. “Sellaron su ataúd con plomo y lo sellaron bien. De no ser haber sido así se hubiese propagado”.
Gordana posa de perfil. Vestida con un fino y vaporoso vestido, agarra con cuidado una rosa roja mientras parece acariciar la cabeza disecada de un oso cuya inmensa boca se abre ante el espectador. “No estoy segura si queriendo ser aterrador o gritando de terror él mismo”, observa la fotógrafa Dragana Jurišić (Slavonski Brod, Croacia). Fue de las primeras imágenes que la artista vio de su tía; junto a otras pocas fotografiás arrugadas había quedado guardada en una caja de chocolates. Junto con una cámara de súper 8 eran de las pocas pertenencias que conservaba la familia de la enigmática y glamurosa pariente de la que preferían no hablar. Los retratos de Gordana estructuran Her Own, la última de las publicaciones de Jurišić, cuya cubierta, roja y aterciopelada, se asemeja a una caja de dulces, mientras el interior nos recuerda a las novelas de detectives de los años sesenta. Compone un relato donde el texto y la imagen se complementan sin fisuras para, de forma tan carente de artificios como repleta de poesía, recorrer una suerte de biografía ficticia, en cuyos ricos matices late la historia de una tierra duramente castigada por la barbarie de la guerra. Una poderosa narración que entrelaza la historia de mujeres de distintas épocas, cuyas historias quedaron silenciadas por distintos motivos, así como la de la propia autora, para componer un complejo y perspicaz mosaico de identidades femeninas que, en busca de su libertad, se muestran tan reales como imaginadas. “A todas aquellas con alas pesadas que quisieron volar”, incluye la dedicatoria.
Así, la trágica figura de L’Inconnue del Sena encuentra sitio en esta narración. Una joven desconocida cuyo cuerpo fue hallado en el río parision a finales del siglo XIX. La serena belleza que desprendía su máscara mortuoria —realizada con el fin de facilitar su identificación— serviría de objeto de inspiración para Man Ray, Albert Camus, Anaïs Nin y Rainer Maria Rilke, entre otros de los muchos artistas “que proyectaron identidades imaginadas en esta Mona Lisa ahogada”, destaca Jurišić. “Su imagen habla de una profunda relación entre la belleza y el esfuerzo artístico. Entre el ‘culto a la belleza’ y la noción de la verdad”. Tanto Gordana como L’Inconnue alimentaron las fantasías de otros. Como lo hizo Léona Camille Ghislaine Delacourt, la protagonista de Nadja, la célebre novela de André Breton. “Una joven en plena crisis psicótica, su yo desintegrándose, como el sol explotando a cámara lenta. Para un surrealista, Léona era una guía perfecta hacia lo desconocido”, escribe la fotógrafa. Después de escribir la novela, donde quedaron sintetizados los grandes asuntos del movimiento surrealista, el autor abandonó a su musa. “El sexo con Nadja”, decía Breton, era “como hacerle el amor a Juana de Arco”. La joven fue ingresada en un psiquiátrico donde pasó años recluida hasta su muerte. El padre del surrealismo nunca la visitó.
“Gordana Čavić, una mujer muerta, incapaz de hablar por sí misma. ¿Soy diferente a Breton, un escritor que construyó una plataforma para sí mismo al sacrificar un alma del limbo?”, se cuestiona la autora. Ella misma hace uso de sus propias vivencias, para manifestar el dolor, la estoica resiliencia, el instinto de supervivencia y, por encima de todo, el ansia de libertad que envuelven a las distintas mujeres que pueblan la obra, en un intento de que las musas borradas de la historia recuperen el vuelo de su memoria.
Her Own. Dragana Jurišić. Autopublicado. 117 páginas 50 euros.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.