Las nuevas coordenadas culturales de Latinoamérica
La literatura, el arte o el cine regresan a los combates políticos, a la luz del auge del feminismo, la crisis climática o la cuestión racial y colonial en el debate público
A finales de 2017, Mario Vargas Llosa lanzó el dardo durante una conferencia: “A los escritores jóvenes no les interesa la política. Se ocupan de la literatura como un campo que no debe mezclarse con la política. Yo no lo comparto. Nosotros teníamos la obligación moral de participar en el debate político”. El guante fue recogido por una oleada de autores que tanto en público como en privado impugnaron, al menos en parte, la máxima del Nobel peruano. Quizá sea cierto, decían, que ha menguado el papel clásico del intelect...
A finales de 2017, Mario Vargas Llosa lanzó el dardo durante una conferencia: “A los escritores jóvenes no les interesa la política. Se ocupan de la literatura como un campo que no debe mezclarse con la política. Yo no lo comparto. Nosotros teníamos la obligación moral de participar en el debate político”. El guante fue recogido por una oleada de autores que tanto en público como en privado impugnaron, al menos en parte, la máxima del Nobel peruano. Quizá sea cierto, decían, que ha menguado el papel clásico del intelectual en el juego de naipes partidista, pero a la vez tenían muy claro que su relación con la política va más allá de los salones del poder.
Apenas un año después de aquella polémica, un aluvión de protestas prendió en las calles de medio continente —de Haití a Chile— señalando las promesas rotas de los gobiernos. La campaña por la legalización del aborto en Argentina acababa de ser portada en The New York Times, el mismo medio que había descorchado poco antes el movimiento Me Too, que ya se desplegaba por la región rompiendo el silencio de los abusos machistas. La conmemoración el año pasado de los cinco siglos de la colonización de América echó más madera al fuego de la disputa por los relatos.
Con este panorama social caliente y la inercia de los vientos globales, sobre todo desde EE UU, a favor de recuperar voces relegadas al arcén del canon blanco, masculino y occidental, la región ha vivido en los últimos años un regreso de lo político. Al menos en comparación con la producción cultural de la despreocupada década de los noventa y los primeros pasos del nuevo siglo, cuando los debates actuales apenas salían de círculos militantes o los laboratorios teóricos de las universidades. Ahora han saltado de las aulas a la calle, los museos, las novelas y hasta los chats familiares en WhatsApp. Debates sobre identidades colectivas, feminismos, memoria de la colonización, raza, violencia o la amenaza climática. Esta es una tentativa de mapeo de las nuevas coordenadas de la cultura en América Latina.
Con un panorama social caliente y la inercia de los vientos globales, la región recupera voces relegadas al arcén del canon blanco, masculino y occidental
1. Los sonidos olvidados
Después del japonés, el español es el idioma más veloz del planeta, el que más sílabas pronuncia por segundo y poseedor de uno de los vocabularios más amplios, gracias sobre todo a Latinoamérica. La edición en español de la revista británica Granta quiso certificar el año pasado esa riqueza y exuberancia en su lista de 25 narradores jóvenes menores de 35 años en la lengua de Cervantes. Destacan en la lista la ecuatoriana Mónica Ojeda, el cubano Carlos Manuel Álvarez o el costarricense Carlos Fonseca. Si el perfil de la literatura joven latinoamericana de la selección publicada la década anterior era urbano, cosmopolita y con parada casi obligatoria en Europa, esta vez el canon propuesto es mucho más periférico. Con el foco en el registro oral y las cualidades sonoras del lenguaje propias de cada uno de los rincones de la región y especial atención a los modismos y giros idiomáticos.
Un español diverso que explota en una gama de colores en el oído. La misma sensación que provoca el reguetón, instalado ya definitivamente en la cima del planeta musical. Su reinado se ha cocinado a fuego lento y cada vez son menos relevantes las acusaciones de ser una cosa simplona, vulgar, machista y violenta. La colaboración de Luis Fonsi y Daddy Yankee, Despacito, fue la canción de 2017. A principios de este año, Bad Bunny se convertía en el artista más escuchado del mundo en todas las plataformas digitales y su último disco ha sido el primero en español en ser nominado a los Grammy. Por el camino, Medellín se ha convertido en una de las mecas del género, al que ya le empiezan incluso a colgar del cuello los prefijos que anticipan las arrugas. Por ejemplo, el posreguetón del dominicano Kelman Duran. Más lento, más sinuoso y más espeso. Más pensado quizás para divagar que para perrear.
La validación del reguetón por parte de la gran industria ha abierto la puerta a la expansión de otros géneros caribeños —dembow, dance hall, champeta—, brasileños —baile funk— o a la recuperación de músicas con mucho tirón popular pero sin apenas brillo cool hasta hace poco, como la cumbia o el corrido mexicano. Ya no es solo que J Balvin brillara en el cartel de Coachella allá por 2019, sino que se pasearan también por ese festival exponentes de la música banda como Grupo Firme o los cumbieros Los Ángeles Azules. “Están triunfando cosas con denominación de origen que no compran los cánones anglosajones, sino que se dirigen a la raíz y la llevan a otro lado”, dice Camilo Lara, productor e intérprete mexicano con una pata también en California.
2. Feminismos
El Brooklyn Museum y el Hammer de Los Ángeles tuvieron más de un año (entre 2017 y 2018) sus salas principales abarrrotadas con la exposición Mujeres radicales: Arte latinoamericano, 1960 – 1985. Un rescate de 123 autoras hasta entonces casi invisibles. “La muestra demostró no sólo que había muchas mujeres en el arte latinoamericano que habían realizado una obra consistente que había sido completamente olvidada o borrada, sino también el empobrecimiento cultural que producía tal obliteración”, afirma una de sus comisarias, la argentina Andrea Giunta. “El feminismo es la mayor biblioteca de los últimos años”.
El rescate ha sido una constante en todas las disciplinas. Así como el acelerón de autoras y artistas contemporáneas hasta la primera línea del reconocimiento internacional. Un fenómeno que en literatura ha llegado a propiciar congresos académicos y textos periodísticos con títulos como “El nuevo boom latinoamericano está escrito por mujeres”. Las analogías funcionan, desde luego, al poner como vara de medir los premios más exquisitos. Este mismo mes, la argentina Samanta Schweblin ganó el muy prestigioso (y estadounidense) National Book Award, en la categoría de literatura traducida, con Siete casas vacías. Los pocos latinoamericanos en ese club eran hasta ahora Octavio Paz, César Vallejo y Julio Cortázar. Lo mismo ha sucedido con las nominaciones al Man Booker International, que se concede en el Reino Unido, para las mexicanas Valeria Luiselli y Fernanda Melchor o la propia Schweblin. Solo los tótems del boom habían llegado tan lejos.
Las premiadas se multiplican saltando de generaciones, estilos y géneros literarios: Mariana Enriquez, Fernanda Trías, Nona Fernández, Pilar Quintana, Camila Fabbri. “¿Las une algo, además de ser mujeres?”, se preguntaba (retóricamente) en un texto reciente Leila Guerriero, incidiendo en los riesgos de estas etiquetas comerciales. Para el director editorial de Penguin Random House en México, Andrés Ramírez, “el papel revitalizante de estas obras escritas por mujeres ha sido muy importante, tanto a nivel político como literario”. Más allá de la narrativa, los ensayos de reflexiones feministas también han acompañado esta ola, como Quemar el miedo, una especie de manifiesto político y artístico del colectivo chileno Las Tesis, autoras del himno global contra la violencia machista Un violador en tu camino, que se hizo popular durante las protestas de 2019.
3. Cruzando géneros
“Puedo ser amigable o puedo ser de mentira / puedo ser real o puedo hacerte daño / No binario, querida”. Esta letra de Arca vale como declaración de intenciones tanto para su música como para sí misma. Nació hace 32 años en Venezuela como Alejandro Ghersi y empezó a transicionar a Alejandra en 2018. Hoy se define como de género no binario. Artista multidisciplinar, modelo, performer y sobre todo productora —detrás de nombres como Björk y Kanye West— e intérprete, su música ha avanzado por caminos que escapan a las definiciones. Cruces de ruidismo experimental, pop marciano, trap, reguetón o baladas suaves.
Latinoamérica es uno de los territorios con una mayor tasa de crímenes de odio contra la comunidad LGTBI. Y también donde una película sobre una mujer transgénero, Una mujer fantástica, del chileno Sebastián Lelio, ha ganado un Oscar. O el lugar de Las malas, el fenómeno editorial de la argentina Camila Sosa, también entre la lista de las autoras premiadas, que cuenta las peripecias de un grupo de travestis a partir de la experiencia de la propia Sosa.
“Voy a destruirlo, a enfermarlo, a confundirlo, a incomodarlo, voy a desplazarlo y a hacerlo renacer tantas veces como sean necesarias”, decía la autora a propósito del lenguaje en un fragmento de una novela que juega a borrar las fronteras entre lo confesional y la ficción, una de las tendencias culturales mundiales que no pierde fuelle. Más libros camaleónicos: Huaco Retrato, de Gabriela Wiener, Conjunto vacío, de Verónica Gerber. Más películas: Ema, del chileno Pablo Larraín, o Carmín tropical, del mexicano Rigoberto Perezcano. Y la flexibilidad de sonidos y alianzas del productor argentino Bizarrap o la renovación del corrido mexicano de Natanael Cano a golpe de los llamados ritmos urbanos. Una combinación de tatuajes en la cara y sombrero ranchero.
4. La herida racial
“En un continente donde un gran porcentaje de la población es afrodescendiente, el dominio de un arte completamente blanco era incomprensible”, apunta la comisaria Andrea Giunta. La muestra Afro-Atlantic Histories, del Museo de Arte de São Paulo, fue todo un acontecimiento en 2018 y tuvo su réplica este año en la National Gallery de Washington. Brasil es uno de los países con un mayor peso de la población negra y sigue marcado por la profunda huella del trauma de la esclavitud. El salto de los sesudos ensayos académicos a los libros superventas es paradigmático. El éxito comercial de la crónica Escravidao, del periodista Laurentino Gomes, o la novela Torto Arado (Tortuoso Arado, de Itamar Vieira Junior, con versión española de Felipe Cammaert) son una muestra del giro regional.
La escritora y promotora cultural colombiana Velia Vidal subraya también los rescates recientes de clásicos de la cultura del Chocó, la zona racializada y pobre de su país, como la novela Mi Cristo negro, de Teresa Martínez de Varela, o Las estrellas son negras, de Arnoldo Palacios. Apunta también a la moda como un territorio nuevo de “reivindicación a través de elementos de lo afro o lo indígena y una postura clara contra la apropiación cultural”. Un territorio también explorado desde México por el propio Gobierno, que ha emprendido numerosas campañas de denuncia contra el uso sin autorización de diseños textiles de comunidades indígenas por parte de grandes casas internacionales de moda. Hacia dentro, el debate racial también se ha avivado en el país con éxitos de ventas como México racista: Una denuncia, del historiador Federico Navarrete, o la iniciativa Poder Prieto, que busca visibilizar la discriminación en la industria audiovisual.
5. Memoria
La efeméride del quinto centenario de la llegada de Hernán Cortes al corazón de Tenochtitlán ha sido el detonante no solo de una copiosa publicación de libros, series y películas sobre el tema. También fue el resorte de una sonada polémica en la arena política tras la carta enviada por el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, al Rey de España, Felipe VI, exigiendo una disculpa por los excesos de la Conquista. Más allá del ruido de la refriega política, ensayos como Cuando Moctezuma conoció a Cortés, de Matthew Restall, o ¿Quién conquistó México?, también de Navarrete, son buenas piedras de toque para cuestionar los lugares comunes, los prejuicios y las narrativas construidas alrededor del episodio histórico.
La serie Hernán, de Amazon Prime, también se subió al carro en su momento. Y llegó a haber otra superproducción en marcha que no llegó a cuajar. El proyecto contaba con Spielberg a los mandos acompañado por el colombiano Ciro Guerra, autor de la hipnótica El abrazo de la serpiente, protagonizada por dos indígenas y su relación con una expedición de europeos ya en el siglo XX. Otras cintas que echan la mirada hacia atrás son Zama, de la argentina Lucrecia Martel, o la reciente Argentina, 1985, que abre el melón de revisar los juicios contra los dictadores militares. Un ángulo parecido al que está viviendo Colombia con su proceso de paz tras medio siglo de guerra entre el Estado y las FARC. Crónicas como La guerra que perdimos, de Juan Miguel Álvarez, novelas o incluso cómics ya han comenzado la tarea de intentar la sutura del desgarro.
6. Distopía y utopía
La literatura de ciencia ficción latinoamericana, que durante décadas estuvo eclipsada por el lugar ocupado por el realismo mágico, ha ganado en los últimos años un nuevo espacio entre autores y editoriales que hasta hace poco estaban concentrados en otros proyectos, o que consideraban la ciencia ficción como algo menor destinado a jóvenes.
El abanico de subgéneros va desde las distopías climáticas —donde caben los últimos trabajos del mexicano Emiliano Monge, el argentino Martín Caparrós, el colombiano Juan Álvarez o un pionero como el boliviano Edmundo Paz Soldán— al terror gótico, liderado por la argentina Mariana Enriquez o las ecuatorianas Mónica Ojeda y María Fernanda Ampuero.
También entra en el cajón de la ciencia ficción el auge del llamado new weird latinoamericano, que introduce elementos y símbolos de las culturas prehispánicas en sus relatos especulativos. Como en La Habana Underguater, del cubano Erick J. Mota, donde las deidades yorubas exploran las redes del ciberespacio. O en los cuentos de Nuestro mundo muerto, de la boliviana Liliana Colanzi, en los que hay ruinas incas donde “algunas noches bajan naves espaciales”.
Frente a la herramienta de la fantasía para abrir la imaginación a otros mundos posibles, las últimas novedades ahondan también en un género con marca latinoamericana: la literatura del exilio. Así lo confirma la segunda huida de los nicaragüenses Sergio Ramírez y Gioconda Belli o las salidas forzadas de Cuba como una manera de evitar el asedio y la persecución de los artistas plásticos Tania Bruguera y Hamlet Lavastida, ambos expuestos en la ultima Documenta de Kassel.
A la vez, la llegada al poder de gobiernos progresistas, como en Chile y Colombia, ha originado adhesiones públicas de apoyo a autores y artistas, tanto jóvenes como veteranos, al viejo estilo del intelectual comprometido que predominó a lo largo del siglo XX.
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