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Argentina se enreda en una espiral de crisis económica y disputas políticas

Los mercados castigan esta semana al peso argentino, mientras crece la pelea entre el presidente Alberto Fernández y su vice, Cristina Kirchner, por el rumbo de la economía

Federico Rivas Molina
Cristina Fernández de Kirchner junto a Alberto Fernández, durante un evento en diciembre de 2021.
Cristina Fernández de Kirchner junto a Alberto Fernández, durante un evento en diciembre de 2021.MARCOS BRINDICCI (Getty Images)

Los peronistas celebraron este viernes el 48 aniversario de la muerte de Juan Domingo Perón, el fundador del movimiento. Y lo hicieron por separado. Por un lado, el presidente, Alberto Fernández, se sentó frente a líderes sindicales y ministros en la sede de la Confederación General del Trabajo, la CGT, en Buenos Aires, un edificio de la década de los cuarenta que es la síntesis del peronismo. Por el otro, Cristina Fernández de Kirchner, la vicepresidenta, que organizó su propio mitin para este sábado en el conurbano industrial de la capital Argentina, su bastión electoral. La foto de la fractura, que no es nueva, es el epílogo político de una semana donde la economía argentina atravesó picos de estrés sin precedentes: el presidente denunció un “golpe de mercado” que derrumbó el valor del peso frente al dólar en el mercado no oficial y hundió aún más el valor de los bonos de la deuda argentina en el mercado internacional.

El lunes, el Banco Central dispuso restricciones al acceso de dólares para el pago de importaciones. Fue un corsé obligado por la necesidad de reservas para cubrir la disparada del valor de las compras de gas y gasoil en el exterior. Argentina atraviesa una combinación fatal de subida del volumen importado, por el invierno y la reactivación pos pandemia, y de los precios internacionales de la energía. La cuenta se ha disparado y el Central no dispone de los dólares suficientes para saldar la cuenta. “El junio se importaron 2.000 millones de dólares de energía y en mayo 1.800″, dice Agustín D’Attellis, director del Banco Central argentino. “Cuando arrancó el año teníamos una proyección de pagos de 6.000 millones de dólares que estaba en línea con las necesidades de la economía. Pero con la disparada de los precios, producto de la guerra en Ucrania, esos 6.000 millones fueron 8.000. Hoy tenemos 2.000 millones más de gasto en energía”, explica.

Las medidas anunciadas el lunes por el Banco Central pretenden extender de 90 a 180 días el plazo de los importadores para acceder a los dólares al precio oficial, hoy en 125 pesos. “Les dijimos a las empresas que durante ese plazo adicional busquen financiación afuera”, dice D’Attellis. El ahorro que supone demorar la entrega de dólares a los importadores permitirá pagar la cuenta de la energía, según los cálculos del Gobierno, y sumar reservas. Solo esta semana, el banco emisor compró en el mercado 1.530 millones de dólares que sumó a las reservas internacionales. “Eso nos permitió cerrar junio cumpliendo con la meta de acumulación de reservas comprometida con el FMI” en la refinanciación de la deuda firmada en enero, dice D’Attellis. El director del Banco Central dijo además que el Gobierno cumplió en el segundo trimestre con la bajada del déficit fiscal y la meta de emisión monetaria acordadas.

La semana, sin embargo, fue de vértigo. El martes, el Tesoro argentino debía refinanciar vencimientos por 258.000 millones de pesos (unos 2.000 millones de dólares al cambio oficial) en manos privadas, y se dispararon los rumores de que no habría bancos dispuestos a renovar sus bonos. El objetivo, finalmente, se consiguió, pero el Gobierno debió pagar tasas del 60% anual, mientras que el 85% de la nueva deuda se contrajo con vencimientos muy cortos, a 2022. “Fue una jornada de mucho estrés”, admitió el director del Banco Central, que acusó a economistas de la oposición de alentar el fantasma de una cesación de pagos de la deuda en pesos.” Hubo una corrida contra los títulos en pesos que estresó esa necesidad de renovación”, dijo D’Attellis. Fue en ese contexto que el presidente, Alberto Fernández, habló de un intento de “golpe de mercado”

Sucede que la política económica no tiene demasiado margen para la creatividad. En enero pasado, Argentina se comprometió ante el FMI a reducir su rojo fiscal hasta alcanzar el equilibrio en 2024, a acumular reservas y, sobre todo, a reducir la inflación. Damián Di Pace, consultor económico y director de Focus Market, dice que ese acuerdo, que debía generar un golpe de confianza en la economía argentina, ha servido de poco. “No logró despejar la incertidumbre en los mercados. Ni el acuerdo con el FMI este año ni el acuerdo con los acreedores privados en septiembre de 2020. Los mismos fundamentos por los que necesitabas postergar pagos siguen ahí”, dice.

El valor de los bonos argentinos es un ejemplo de ello. “Los bonos a 10 años tienen un rendimiento del 48% [con respecto al 100% de su valor nominal] y los de Ucrania, que está en guerra, tienen un 37%. El riesgo de Argentina es el de un país en guerra”, dice. “Argentina no logro sustentar el refinanciamiento con un contundente equilibrio de su cuadro macroeconómico. Es como ir al banco a pedir que te posterguen los pagos de la tarjeta de crédito y seguir gastando. El banco ya no te cree y se sube la tasa”, argumenta Di Pace.

Mientras tanto, la inflación interanual ya está por encima del 60%, con una previsión para diciembre que supera con comodidad el 70%. Para el director del Banco Central, la guerra en Ucrania está detrás de esta subida por encima del 45% que los técnicos proyectaban en enero. “El impacto tiene dos mecanismos. Uno es por el precio de la energía, porque somos importadores y nos pega en la acumulación de dólares. En el caso de los alimentos, si bien somo exportadores, hay un traslado a precios de las empresas que venden en al exterior”, dice D’Attelis.

Visto así, el problema de fondo de Argentina no difiere mucho del de otros países que hoy ven como suben sus mediciones de IPC, aunque a escalas más bajas. Volvemos entonces a los actos para recordar la muerte de Perón, evidencia de la fractura que hoy divide a albertistas, por Alberto Fernández, y kirchneristas, por Cristina Kirchner.

Desde que Argentina firmó el acuerdo con el FMI, Kirchner, sus ministros y el partido que la representa, La Cámpora, se convirtieron en opositores dentro del Gobierno. La lucha es cada vez más pública y encarnizada. Esta semana, uno de los líderes de La Cámpora, Andrés Larroque, advirtió al presidente Fernández que “la fase moderada está agotada”. Los políticos argentinos ya están en clave electoral y crece el operativo clamor para que Cristina Kirchner sea candidata a presidente.

Los ataques cruzados en la cúpula del poder no hacen más que meter ruido en los esfuerzos oficiales por ordenar la economía. El mismo D’Attellis, desde el directorio del Banco Central, admite que los empresarios con los que habla sacan el tema de las peleas intestinas en cada conversación. “Los cruces entre referentes del propio espacio generan ruido y parte del trabajo es comunicarles a los principales actores económicos que son rudos típicos de la política económica”, dice. Para Di Pace, las peleas no hacen más que empeorar las cosas. “Alberto Fernández dijo que no se puede vivir con déficit fiscal eterno; al otro día, la oposición dentro del oficialismo [el kirchnerismo] dijo que había que llamar subir el salario mínimo, que es el que determina el valor de todas las pensiones y los planes de ayuda social”, se queja.

Las expectativas de una tregua entre Fernández y Kirchner son cada más remotas. El binomio presidencial se ataca en actos públicos cada vez que puede. Este viernes fue el presidente, quien desde la sede de la CGT dijo que “el poder no pasa por ver quien tiene la lapicera [para firmar decretos oficiales], sino por ver quien tiene la capacidad de convencer”. Este sábado llegará la respuesta de la Cristina Kirchner.

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Sobre la firma

Federico Rivas Molina
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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