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Medio ambiente
Tribuna
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Me lo dijo el río

El bajo caudal del Paraná y los incendios de los últimos años han reactivado en Argentina el milenario debate sobre cómo proteger a la naturaleza. Un proyecto de ley propone convertirla en sujeto de derechos

Fuego avanza sobre el cauce del Río Paraná
El fuego avanza sobre el cauce del río Paraná, el 29 de julio de 2021.SebastIán Lopez Brach

Desde que conversáramos con el dios fluvial, no habíamos retomado un diálogo del orden de la mitología, hasta que nombramos “sujeto jurídico” a un río. ¿Cómo se conversa con lo que se ha cosificado y desacreditado a quien sí lo hace por telúrico y emocional?

Solo los pueblos originarios, en voz baja, insistieron en charlar.

Rodeada de periodistas, Berta Cáceres, lider indígena lenca contra la privatización del río, afirmó que no se harían represas. ¿Cómo lo sabe?, le preguntaron.

— Me lo dijo el río.

En la región andina se habló fuerte de la cuestión. Ecuador tejió la cosmovisión indigena con la Constitución para darle la palabra a un sujeto sin voz, a la Naturaleza. Eduardo Galeano intervino en esa ocasión: “Ella no es un tarjeta postal para ser mirada desde afuera; tiene sus ciclos vitales que hay que respetar” y, entonces, la literatura que también hace sus revueltas, definió con una alegoría la votación. Los cuerpos de agua, como los ríos, lagos, glaciares y acuíferos subterráneos deben ser considerados como sujeto de derechos. Si hay alguna duda, continuó Galeano, las especies, los cuerpos de agua, no son entes abstractos como las empresas que sí gozan de derechos; son reales, vivos y tangibles.

El daño es siempre binario: separar es la condición necesaria para la dominación. Cultura /Naturaleza, tal como Mente /Cuerpo no se han resuelto y ya sabemos cuál habla más fuerte. La antropología coloca al humano en el centro para el gobierno de todo lo “vivo”, pero ese trono está vacío. Desconectado de su escencia natural, solo cuenta con la máquina capitalista para deglutir Naturaleza, pero no va calmar su estómago dilatado hasta que la bomba ecológica le explote en las manos.

En el problema político de esa separación, se tienden fronteras húmedas —una “raya inundada”— como si seccionar ríos no fuese una ficción. La Cuenca del Paraná atravieza cinco mil kilómetros de Latinoamérica. Brasil, Paraguay, Argentina ¿qué son esos vocablos para el agua en cualquiera de sus estados y para su comunidad biótica llena de microplásticos?

También en las lenguas se cultiva la centralidad olvidando la dimensión cósmica y telúrica de las lenguas sagradas. Por ejemplo: tenemos al Paraná, el padre de los ríos, que fluye desde la Amazonia hasta el mar y también a la Mama Cocha, la madre de las aguas, para conversar.

En la deriva de la cuenca se escucha el eco de las mujeres bravas guardianas de la costa a la par del grito furioso de los anfibios, del cururú y de las ranas. Ese río lodoso, dinámico y despierto emite un sonido atronador que surge de la Garganta del Diablo cuando llega a las cataratas. Se oyen los golpeteos de las corrientes rápidas dándose contra las piedras sobresalientes y el murmullo verde del agua mansa del Iguazú, afluente del Paraná. En las encrucijadas los distintos cuerpos se entregan con sus mareas al gran río marrón. Pero ahora el barullo se aquieta y un habitante del delta, de la Isla, pregunta desde la orilla, qué pasa amigo, tu agua marrón no vuelve.

Llega la noche, más tibia, más calma. Las dragas, que son los músculos del agronegocio encienden su ruido maquínico, extraen el limo del fondo para que pasen los gigantes del agua cargados de grano intoxicado de químicos, petroleo y agua dulce que roban en el lastre de esos barcos. Con apenas una lucecita en la cabina trepanan el lecho de la arteria principal de la Cuenca, que en su lengua civilizatoria, se llama: hidrovía, una autopista fluvial que ya no existe. Mientras los monos políticos aúllan por los buques graneleros detenidos, la sequía avanza silenciosa y, pronto, el río desnudo de agua nos turba la vista con un cementerio marino. Entre la basura nuestra, están los bagres, bogas y cucharones, madrecitas y palometas; las rayas o chuchos, con su aguijones ponzoñosos, que se ven moribundas. Son nombres que le dio la gente, pero que ya no tendrán importancia.

El extendido marrón es colosal, excesivo en belleza y abundante en muerte. Los retratos de López Brach muestran el estrés hidrico con toda la fauna a cuestas. La divisa urgente privatiza el agua, la envasa, la represa, esconde los desechos de las industrias; no espera a que la Cuenca se recupere. Tal vez ese barro que ahora está a la vista, guarde para la Tierra un recuerdo de sí misma, de ese caldo de origen, del agua.

Libertad Demitropulos, escritora argentina, pregunta en El río de las Congojas: “¿este es un río o una persona de lomo divino, o es una fuerza que se le ha escapado de las manos a Tupasy, madre de Dios, o a Ilaj, o a mis ojos que ya empienzan a cansarse de espejar la tanteza de ese cuerpo sin cuerpo?”

Hemos roto otro mundo, además de la envoltura en la que se desarrolla la vida, que es el mundo del lenguaje. Esta biosfera entendida como el “mundo de los signos y los significados” en el que todos interactuamos es un sistema que florece al comunicarnos, pero si lo colapsamos sobreviene el caos y ninguna conversación sucede. Con la realidad atmosférica limitada, sin lugar para otras voces, se consigue un único punto de vista que lucha por el imperio del decir, se habilitan discursos que dejan una huella nociva, en prácticas que extraen palabras y destruyen su sentido. ¿Puede conversar el dios fluvial con el dios dinero? ¿Cuáles son los relatos que se hablan a sí mismos para excusarse de tanta muerte? ¿Cuál es la versión de los constructores de slogans y la de los escultores de teorías económicas que se extienden como cánceres? ¿Cómo abrimos paso a otros decires y a la biosfera toda antes del empobrecimiento final?

En todo movimiento social el relato es muy importante y cada tanto ocurre que las humanidades en riesgo acumulan la vitalidad suficiente para que alternativas que parecen ficcionales operen. En las catástrofes hay milagros lingüísticos que organizan distinto los saberes, pero si uno es cauteloso nada sucede. Las palabras, vueltas decisiones, pueden usar las herramientas del lenguaje y su hábil mecánica, no solo para condenarnos, sino también para recuperar el espectáculo terrestre, atmosférico y luminoso.

El río será un sujeto y tendrá derechos. Desmercantilizada la Naturaleza, tendrá una relación de convivencia.

Quique Viale forma parte de la Alianza Global por los Derechos de la Naturaleza; él alumbra al sujeto no humano, disputa su derecho a la existencia. Ya lo hacía con Pino Solanas, cineasta y político: se burlaban en la santa Cámara de senadores. ¡Van a traer un árbol a tribunales!

Entonces lo más sensato, lo menos extraño, será intercambiar alguna palabra con el dios fluvial, sobre todo si se trata de proteger al agua de nosotros mismos. En el interior de esa conversación lo imposible se volverá inevitable.

A final del poema Otoñea, la poeta Adela Bash escribe:

“El agua balbucea, anárquica y sagrada”.

*Al momento del artículo, en Argentina, el diputado Leonardo Grosso ha presentado el proyecto de convertir a la Naturaleza en sujeto de derechos y en el mes de marzo, la Ley de Humedales impulsada sin éxito desde 2013. El lago de Tota y el río Atrato en Colombia, el Ganges en la India, el Wuanganui en Nueva Zelandia, el Mar Menor en España son sujetos jurídicos.

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