El presidente Lula se prepara para una reunión con Trump aún sin fecha ni formato
El brasileño confía en poder negociar el castigo arancelario y superar la peor crisis bilateral
El presidente Luiz Inácio Lula da Silva espera que el encuentro bilateral anunciado por su homólogo Donald Trump se celebre “pronto” y sea un encuentro “civilizado entre dos hombres de 80 años”, según explicó en Nueva York tras participar en la asamblea general de la ONU. El estadounidense anunció, en un inciso de su discurso, que ambos se verían “la semana que viene”, pero por el momento ninguna de las dos partes ha confirmado la cita, precisado la fecha o el formato. Para Brasil significaría la primera oportunidad de empezar a recomponer su relación con Washington, muy dañada por la injerencia estadounidense en defensa de Jair Bolsonaro, condenado por golpismo. Las expectativas en Brasil son altas, pero sus diplomáticos tienen presente el riesgo de que el imprevisible Trump convierta la reunión en una emboscada.
En el recuerdo, la humillación pública a la que Trump sometió al ucranio Volodímir Zelenski. Mientras la cancillería opta por la prudencia y prefiere una primera conversación telefónica o por videollamada, un sector del Gobierno y del empresariado ventila la posibilidad de un encuentro en Mar-a-Lago, la mansión de Trump.
El canciller brasileño, Mauro Vieira, dejó clara su apuesta por la cautela inmediatamente después del anuncio de Trump. Vieira, un veterano diplomático, sugirió en CNN que la conversación podría ser por teléfono o videollamada porque “la agenda del presidente [Lula] está muy llena”. De vuelta a casa, el mandatario se mostró abierto a un encuentro en persona. Pero nada concreto ha trascendido.
Lula, un político forjado en las negociaciones sindicales, espera poder “explicarle algunas cosas” al magnate republicano. El brasileño está convencido de que algunas de las decisiones adoptadas por su homólogo estadounidense obedecen a que fue mal informado. “Cuando tenga las informaciones correctas, puede cambiar de postura”, explicó Lula en Nueva York.
Brasil fue castigada por Trump con unos aranceles del 50%, vigentes desde agosto, pese a que la relación comercial bilateral es claramente ventajosa para Estados Unidos, a diferencia del déficit que arrastra con casi todos los países del mundo. De nada le ha servido a Brasilia insistir en ese argumento frente al presidente Trump y a su equipo, que han desplegado una presión colosal en forma de gravámenes y sanciones contra jueces del Tribunal Supremo y familiares al grito de que el proceso judicial contra Bolsonaro era una persecución política. La justicia brasileña hizo oídos sordos y condenó al antiguo presidente de extrema derecha a 27 años por tramar un golpe de Estado.
La prensa brasileña atribuye el deshielo, tras dos meses de absoluta cerrazón en la Casa Blanca, a las gestiones del vicepresidente, Geraldo Alckmin, y a empresarios brasileños con negocios y buenas relaciones en EEUU. A principios de mes, Trump recibió en la Casa Blanca al brasileño Joesley Batista, jefe de JBS, la mayor cárnica del mundo, uno de los productos afectados por los aranceles del 50%.
Lula se declara abierto a hablar de todos los temas con el presidente de EE UU, pero hasta ahora el Gobierno brasileño marcaba un claro límite. Sí a negociar cuestiones comerciales, cero discusión con una Administración extranjera sobre asuntos internos, como Bolsonaro.
Mientras diplomáticos y empresarios brasileños buscaban una vía para abrir un diálogo con la Administración Trump, el presidente Lula ha colocado la defensa de la soberanía en el centro de su discurso político y exigido a EEUU que trate a su país con el respeto que merece. Los aranceles recíprocos que el brasileño esgrimió nunca se materializaron. Dialogante y pragmático, rehúye la confrontación. La firmeza mostrada ante Trump le ha dado al presidente Lula un impulso en las encuestas tras una crisis de popularidad.
En un inciso de su largo y demoledor discurso ante la ONU, Trump contó en tono desenfadado que acababa de cruzarse con Lula, que se cayeron bien de inmediato, que tuvieron “una química excelente” y remató: “Nos dimos la mano. Quedamos en vernos la semana que viene”. Menos de 40 segundos duró el encuentro, el primero entre los líderes de las dos mayores democracias de América. Nunca habían hablado ni siquiera para una de esas llamadas de cortesía entre mandatarios tras una victoria electoral.
Desde hace medio siglo, en plena Guerra Fría, el representante de Brasil abre la ronda de discursos en la asamblea anual de la ONU por ser una potencia no alineada. Le sigue EEUU como anfitrión. Por eso, era sabido que la probabilidad de que Trump y Lula se encontraran eran altas.
Pese a la química de su primer contacto, sus visiones del mundo son antagónicas, como dejaron bien claro en sus respectivos discursos ante la comunidad internacional. Mientras Lula defendía el multilateralismo y a la ONU, calificaba de “genocidio” la invasión militar de Israel en Gaza y convocaba a sus colegas a proteger el medio ambiente, Trump acusó a Naciones Unidas de financiar invasiones de inmigrantes, recordó a los rehenes israelíes, pero obvió a los civiles palestinos y afirmó que “el calentamiento global es un fraude”.
Lula, en la tradición de la diplomacia brasileña, es partidario de dialogar con todos. Como Trump, adora cerrar un acuerdo, pero el brasileño cree que solo será exitoso y duradero si ambas partes salen ganando.