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Maduro se perpetúa en el poder

El autoproclamado presidente consuma su deriva dictatorial y su intención de gobernar Venezuela hasta la muerte

Nicolás Maduro en Caracas, Venezuela, el 10 de enero de 2025.Foto: Maxwell Briceno | Vídeo: EPV

Hugo Chávez era conquistador y no le decía que no a una buena tertulia. Pero era abstemio. Dormía poco y si tenía que levantarse en dos horas lo hacía y se subía a un helicóptero. No desatendía un evento. Varios de sus ministros cayeron en desgracia por sus vidas desordenadas. En sus programas de televisión era el último en almorzar, no levantaba el tenedor hasta que todo el público había comido. La actual cúpula chavista ha heredado esa disciplina. No aceptan un whisky, no bromean en las reuniones con gente de fuera, practican la puntualidad. Les incomodó que Gustavo Petro enviase a Caracas un embajador parrandero. No tienen amantes, el primero Nicolás Maduro, que no hay día que no muestre amor a su esposa en público. El poder es su vicio conocido. Maduro acaba de consumar su deriva dictatorial y asegura que solo abandonará muerto el Palacio de Miraflores. Devenido en cadáver.

La plana mayor chavista se ha enrocado. Controla el Estado de arriba a abajo. El viernes, Maduro se autoproclamó presidente por otro periodo de seis años. En el chavismo saben de sobra que el 28 de julio no ganaron, de acuerdo a conversaciones con su entorno. Son los únicos que han visto las actas y no las muestran porque las matemáticas no mienten. Terence Tao, ganador de la medalla Fields a los 31 años, las ha estudiado y ha concluido que la probabilidad de autenticidad de los números que presentaron el oficialismo es de 1 entre 100 millones. Edmundo González ganó las elecciones presidenciales por un amplio margen y ha presentado las pruebas a los observadores del Centro Carter y a la Organización de los Estados Americanos (OEA), que han confirmado su autenticidad. La oposición las ha guardado como si fuera oro en la bóveda del Banco Nacional de Panamá.

Maduro ha renovado su permanencia en el poder militarizando el país. Cerraron las fronteras, el espacio aéreo. Desplegaron antimisiles terrestres. Aviones artillados sobrevolaban el territorio, dispuestos a derribar a cualquier nave no identificada que apareciera en el horizonte. Según opositores consultados, Edmundo González meditó aterrizar en Caracas el mismo día de la posesión y pedir a las fuerzas armadas bolivarianas que le fueran leales. Los militares venezolanos tienen un historial de respeto a la Constitución en sus 40 años de democracia. Por ahora, no ha surtido efecto.

Maduro ha vivido una semana de tormento. Ha pasado horas y horas en televisión. Ha cargado contra enemigos reales e imaginarios. Se le ha visto irritado. Pensaba que con el exilio de Edmundo González a España había despejado el camino para su juramentación. No contaba con el arreón final opositor. María Corina Machado, sobre la que descansa todo el poder del movimiento, ha hecho campaña desde dentro. Edmundo desde fuera, con una determinación que no se le conocía. Ha pasado de escribir un libro sobre un historiador, que no apuntaba a best seller, a ser un político de acción. Ha sufrido una transformación en el ínterin entre los 74 y los 75 años. Voy, voy, voy, ha repetido una y otra vez. Esa gota malaya ha calado entre los chavistas. Esa forma de dibujar una realidad paralela con las palabras era una táctica de Chávez y ahora de Maduro y los suyos, que se les ha vuelto en contra. La oposición ha aprendido a utilizarla como un bumerán después de haberla sufrido durante años.

Nicolás Maduro junto a militares, en Caracas.
Nicolás Maduro junto a militares, en Caracas.Leonardo Fernandez Viloria (REUTERS)

Le caló a Maduro. En una de sus emisiones en vivo dijo que no podrían quebrarle psicológicamente. Él o su gente ha contestado a todos y cada uno de los ataques. Por una vez, ha jugado a la defensiva. El Gobierno empapeló el país con el rostro de Edmundo González ofreciendo una recompensa de 100.000 dólares (unos 97.500 euros) por su captura —comenzó en 500.000 y la redujeron a la hora, quizá por falta de liquidez—. Maduro ha aparecido rodeado de generales, los directores de los servicios de inteligencia, el civil y el militar. Estas últimas provocan terror entre la gente. Aparecen de noche tocándote la puerta o te secuestran por la calle. Estos días se ha detenido a decenas de opositores, a un yerno de Edmundo por el mero hecho de ser su familiar, a activistas y hasta a un candidato en las elecciones pasadas, Enrique Márquez, un político que mantenía un diálogo fluido con el chavismo, a diferencia de Machado. Márquez, exvicepresidente del CNE —el encargado de organizar las elecciones—, se negó a aceptar los resultados. Por encima de su cadáver. Supo que fue un fraude el proceso. Sabía que se exponía a pagar las consecuencias, pero no se echó atrás. Lo paga.

Fidel Castro vivía con el fantasma de que lo querían matar. Hugo Chávez veía viable su asesinato. Maduro teme sufrir un atentado. Sobre todo desde un hecho confuso en 2018. En un vídeo parece que fue atacado por drones mientras hablaba en una tarima enfundado en la banda presidencial. Muchos pensaron que fue un autoatentado. Durante un buen tiempo apenas salía del Palacio de Miraflores, la sede del Gobierno que algunas noches utiliza de residencia por comodidad y evitar riesgos. Hasta que le tocó hacer campaña. Encara un tercer mandato. De cumplirse, sumará 17 años, tres más que Chávez, que tiene condición de santo en el chavismo. Maduro lo conoció en prisión, cuando el comandante fue condenado por liderar un intento de golpe de Estado, a principios de los noventa. En esas visitas conoció a Cilia Flores, la primera dama ahora. Él tenía un hijo, ella tres. Cilita, como le dice él, le saca seis años. A adorar a Chávez también iba con sus libros de poemas un joven Tarek William Saab, ahora fiscal general de la República. Un duro entre los duros. Tarek asegura que a Chávez le gustaban honestamente sus versos, no por quedar bien. Una vez lo catalogó como “poeta de la revolución”.

En marzo de 2013 muere Chávez entre fuertes dolores —se aferró a la vida hasta el último instante— y Maduro asume el cargo vacante desde la vicepresidencia. Llegaba hasta ahí después de un largo viaje. Fue conductor de metrobús, lo que ha sido motivos de burlas. Proviene de una familia de clase que vivía en un edificio de apartamentos. Un padre economista de izquierdas, fundador del Movimiento Electoral del Pueblo y militante de la Liga Socialista, y una madre ama de casa de la que poco se sabe. Tocó en una banda de rock. Fue, sobre todas las cosas, un sindicalista. Estudió en La Habana en una escuela de formación de cuadros políticos de izquierdas. A la vuelta se unió al movimiento cívico-militar de Chávez. Comenzó el despegue de un muchacho poco leído, pero astuto y leal. Un tiempo se le vio como un moderado al lado de Chávez, un tipo de consensos y entendiendo. Era simpático y bromista. Aquello ha quedado sepultado por la ira y el odio. Otros líderes regionales lo repudian. “Desde la izquierda les digo que el Gobierno de Maduro es una dictadura”, ha dicho Gabriel Boric, presidente de Chile.

En abril de 2013 fueron sus primeras elecciones como presidente interino. Venció por un punto a Henrique Capriles, 50 a 49. Se agravó la crisis cambiaria. Avanzó la escasez, se estancó la economía, a pesar de que el barril de petróleo costaba 90 dólares. La inflación se salió de control. Los venezolanos comenzaron a irse del país —ahora se calcula que han emigrado 7,7 millones—. Escasean los dólares. El presidente llama a los empresarios “la burguesía parasitaria”. De finales de 2013 a comienzos del 2014, el país entró en un abismo negro de recesión y caótico que duró ocho años. En esos años la deriva autoritaria cae por una pendiente, a toda velocidad. Control de todos los poderes. Inhabilitación de Capriles y Leopoldo López, los candidatos que podían ganarle en las urnas a Maduro. Esa misma táctica la usarán contra María Corina Machado. Gana ante un candidato débil y Estados Unidos y parte de la comunidad internacional da por hecho que no se puede considerar una elección. Empiezan las sanciones internacionales al petróleo, la principal fuente de financiación.

Simpatizantes de Nicolás Maduro y Hugo Chávez se concentran en Caracas, el 10 de enero de 2025.
Simpatizantes de Nicolás Maduro y Hugo Chávez se concentran en Caracas, el 10 de enero de 2025. MIGUEL GUTIERREZ (EFE)

El régimen se ha endurecido todavía más ahora y no hay duda de su carácter dictatorial. El fraude electoral ha sido anunciado por observadores y todo tipo de organismos internacionales, además de otras naciones en coro. Maduro no parece dispuesto a entregar el poder. Estados Unidos negoció con el chavismo la celebración de estas elecciones en unas conversaciones que arrancaron en secreto en Doha, en 2023, y fueron reveladas por EL PAÍS. Mediadores que confiaban en Maduro creían que a través del diálogo con la oposición y la Casa Blanca se podía encauzar al chavismo hacia la democracia, que se celebrasen unas elecciones libres. Esas voces han quedado ahora acalladas.

La plana mayor chavista la integran cuatro personas. Maduro, por razones obvias. Los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez, sus operadores políticos. Jorge es además presidente de la Asamblea, que dirige como un show de televisión, con micrófono en mano, largos discursos, arengas y toma de decisiones que no le corresponden por cargo. Y Diosdado Cabello, seguramente el más radical de todos, el número dos, ministro de Interior, que maneja policía, militares y trabajadores públicos. El autoproclamado presidente sabe que todos le son leales y se muestran dispuestos a resistir hasta el final, sin que les frene un futuro ante un tribunal internacional. Saben vivir en el conflicto, la escasez, la marginalidad. “Dudar es traición”, dice Maduro, que se ha encerrado a cal y canto en Miraflores. Un tiempo aún más oscuro ha comenzado.


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