Un país con problemas financieros, el nuevo reto de Bukele en El Salvador
El presidente ha cosechado resultados en materia de seguridad, pero ahora enfrenta problemas estructurales
A Nayib Bukele, en algunas ocasiones, hay que interpretarlo al modo de los reyes o los papas de Roma. Mediante señales, declaraciones sueltas, insinuaciones, material colgado en redes sociales y palabras esporádicas de la gente que le rodea. No ha elaborado un programa electoral para estas presidenciales ni ha hecho campaña por las ciudades del país que ayude a intuir cuáles son sus objetivos en los próximos cinco años. Considera que son métodos anticuados, de la vieja política. En cambio, utiliza su teléfono y una camarilla de youtubers latinoamericanos y españoles para lanzar sus mensajes. Resulta evidente que la política de seguridad que le ha hecho inmensamente popular dentro y fuera de El Salvador continuará siendo su punta de lanza, pero el país también exige unas nuevas políticas que ayuden a reducir la pobreza y los bajos ingresos de los trabajadores. Superado un problema grave, el de la violencia, parece haber llegado el momento de utilizar todo ese inmenso poder que ha aglutinado como líder único de El Salvador para resolver problemas estructurales.
“Cuando uno hace una revisión de todas las dinámicas económicas de hace cuatro años, están iguales o peor: baja inversión extranjera, bajo crecimiento económico, una balanza comercial deficitaria. Dependemos más de compras del exterior que de lo producido aquí. El reto ahora es enfocarse en ese ámbito. Eso requiere de un refinamiento en término de conocimiento de políticas públicas y económicas que hasta el momento este Gobierno no ha mostrado”, explica la economista independiente y salvadoreña Tatiana Marroquín. La deuda externa ha alcanzado su máximo histórico, el 80,9%, de acuerdo al propio Gobierno. Y una cifra que resulta todavía más reveladora: se tiene que destinar cerca del 25% del presupuesto a pagarla. El Banco Mundial considera que siguen existiendo problemas como la necesidad de promover reformas para lograr una sostenibilidad fiscal. El Gobierno enfrenta presiones de liquidez, cita el organismo, pero conviene en que el país puede seguir priorizando el aumento de las inversiones en capital humano y fortalecer el sistema de protección social. Concluye que se dan las condiciones para impulsar un crecimiento dinámico e inclusivo.
Bukele tuvo al frente de la economía a Alejandro Zelaya, exministro de Hacienda que desde julio del año pasado lidera el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE). En su lugar tomó el control María Luisa Hayem, ministra de Economía, de la que se encuentran pocas cosas en el archivo. Sus apariciones públicas son muy esporádicas. El núcleo último de toma de decisiones del Gobierno no resulta fácil de desentrañar. Se sabe que le acompañan sus hermanos Karim, Ibrahim y Yusef, hijos todos de Armando Bukele, un empresario palestino muy carismático que dejó una huella muy profunda en todos sus hijos. Bukele ha dicho que su padre fue nominado al premio Nobel, algo que no es verdad, pero que demuestra el tipo de consideración que le tenía a su padre, ya fallecido. Ernesto Sanabria, el secretario de Presidencia, es otro de los funcionarios más cercanos.
Sin embargo, según ha publicado el medio digital El Faro, el medio de comunicación más relevante de El Salvador, son sus asesores venezolanos los que se han encargado de “las intervenciones económicas”, como por ejemplo la repartición de cajas de comida entre la población. Estos asesores venezolanos, muy discretos, casi en la sombra, provienen de los círculos de los opositores Leopoldo López y Juan Guaidó. Hay quien considera que estos conforman una especie de gobierno paralelo que influye en Bukele incluso más que algunos de sus ministros, una historia parecida a la de los agentes cubanos que se ocuparon de estructurar el gobierno de Hugo Chávez y posteriormente el de Nicolás Maduro. De todos modos, los mecanismos internos no han sido transparentados y resulta complicado evaluar con precisión el equilibrio de fuerzas.
Sin embargo, se sabe con seguridad que Bukele trata y ha tratado de fomentar el turismo. El Salvador cuenta con playas paradisiacas, menos saturadas que las de otros sitios como Colombia o México, en las que se planean nuevos desarrollos. En El Zonte, a una escasa media hora de San Salvador, decenas de surfistas se echan cada día al mar en busca de olas. Predominan los turistas canadienses y estadounidenses que se hospedan en hoteles boutiques. El Barómetro del Turismo Mundial (BTM) estimó que el número de visitantes extranjeros creció el 32% el año pasado. La intensa promoción del país a través de estos influencers extranjeros y a través del propio presidente en las redes sociales más activas han tenido un claro impacto. Se vende El Salvador como un país seguro, que lo es a día de hoy. En algunas de estas playas se utiliza el bitcoin, la moneda virtual que impulsó Bukele, pero que no ha terminado de cuajar.
Los investigadores y fiscalizadores del Gobierno se quejan de que han tenido problemas para auditar las cuentas del Estado. El Gobierno de Bukele ha fomentado la opacidad. “Estoy a la expectativa”, conviene Marroquín, y añade: “Me pregunto si el presidente estaría dispuesto a ceder transparencia y contraloría a cambio de un salvavidas financiero para los siguientes cuatro años, como puede ser un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI)”. La pregunta queda en el aire. Bukele ha resuelto en dos años los problemas de violencia del país con un régimen de excepción que ha violado los derechos humanos, de acuerdo a las investigaciones de las organizaciones internacionales. Ese régimen va a seguir, de eso no hay duda, pero se espera que Bukele entre de lleno en problemas de fondo de la nación, como la economía. El presidente, que acaba de reelegirse por otros cinco años, enfrenta nuevos problemas en el horizonte.
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