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Convertir pastizales en bosques para conservar el agua en la provincia más seca de Costa Rica

El entusiasmo del primer ingeniero forestal de Guanacaste y los créditos de carbono nutren proyectos para recuperar suelos que empiezan con un cambio de mentalidad de los ganaderos

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Sentado en una piedra fresca a la orilla del río Nosara, a la sombra de árboles de 20 metros que plantó hace 40 años, mientras grandes mariposas azules cruzan su mirada, Emel Rodríguez (Hojancha, 68 años), se muestra tremendamente orgulloso de saber que el agua que ahora corre a sus espaldas terminará en la playa costarricense de Ostional, uno de los mayores criaderos de tortugas del mundo. Para él, que ostenta el título de primer ingeniero forestal de Guanacaste, la seca provincia del Pacífico norte de Costa Rica, convertir un pastizal que heredó en los ochenta en el bosque donde ahora habla es una de las decisiones más satisfactorias y aleccionadoras de su vida. “Quieres a cada árbol como si fuera un hijo”, declara mientras cruza las ocho hectáreas restauradas y se escuchan de fondo los monos aulladores. Ahora es, además, un líder en reforestación en la región, como reconoce sin falsa modestia.

Por eso conjuga en plural: “Estamos haciendo una revolución en términos de cobertura forestal. En la península de Nicoya, tenemos 207.000 hectáreas de bosques en regeneración”, comparte Rodríguez, que ha sido director del Área de Conservación de Tempisque, dirige la Fundación Toledo y es fundador y presidente de la Liga Comunal del Agua de Guanacaste, una federación de asociaciones para gestionar el agua y regenerar la zona. Es un experto en elaborar corredores biológicos en una región de Costa Rica donde la sequía suele hacer estragos. Allá por donde va está rodeado de viveros o plantaciones y va diseñando cómo regenerar la tierra según las características de cada especie.

Su trayectoria local e internacional lo ha llevado a ser algo parecido a un influencer de la reforestación, gracias a lo cual lidera también la ejecución de un ambicioso proyecto privado financiado por la organización británica Replanet mediante el negocio de la venta de bonos de carbono. La propuesta es reforestar hasta 3.000 hectáreas antes de 2030 en fincas ganaderas para restaurar los suelos, propiciar la regeneración de fuentes de agua y lograr conectar trozos de bosques que aún persisten para formar corredores biológicos. En 2025, ya han avanzado con unas 400. A cambio, las haciendas ganaderas reciben asistencia para el manejo racional de pastizales y, en el futuro, pagos por los servicios de eliminación de toneladas de dióxido de carbono por los próximos 40 años.

“Les digo que es una manera de heredar un buen aguinaldo a sus hijos o a sus nietos”, cuenta el ingeniero sobre la manera en que convence a otros adultos mayores para quienes desconocen conceptos como “descarbonización” y “bonos de carbono”. Son ganaderos que han crecido con métodos tradicionales, quizás herederos ufanos de otros que talaron para abrir campo a los extensos pastizales sin demasiado cuidado por ríos o quebradas, mucho menos por áreas de recuperación hídrica. Así han vivido toda su vida y no es fácil cambiar la visión, dice Rodríguez antes de contar que muchos de ellos sólo aceptan entrar al proyecto si él en persona va y les habla bebiendo un café. Les dice que no es una estafa, que sí es rentable, que es beneficioso para el ganado y para el ambiente, que es un ganar-ganar y que el dinero viene de empresas en otros países desde donde aportan fondos de compensación por toda la contaminación que emiten. “Tengo la ventaja de que no soy un ambientalista obstinado, sino que veo un equilibrio entre la actividad económica y el ambiente. Entiendo las inquietudes y la necesidad. Tengo los contactos y la energía. Y sueño con dejar un legado de agua, que es la vida misma”, explica en su casa, junto a un vivero donde ya han germinado 35.000 arbolitos.

Muy cerca está otro sitio donde él predica con el ejemplo. Es el terreno de una señora que les ha contratado para que le levanten un bosque en lo que era un pastizal. Rodríguez pasea por la finca y va poniendo lacitos rojos a los árboles que quiere identificar para ver cómo evolucionan y podarlos cuando sea necesario. “Por ejemplo, la balsa, que es originaria, empieza pronto a dar sombra, por eso es muy conveniente. Una vez que el terreno está más asentado, se introducen las especies mayores. Aunque también dejamos que la naturaleza haga su trabajo, y vemos que los pájaros empiezan a dejar sus cuitas en la tierra, y eso es buenísimo”, detalla este experto sobre el proceso de regeneración, en el que intercala también conocimientos ancestrales en su pasión por la naturaleza. “En [lengua] náhuatl, la palabra ‘gua’ significa árbol. Por eso, guanacaste significa ‘árbol oreja’, porque su semilla tiene esa forma. Y guácimo significa ‘árbol de la bestia’, porque es lo que comían los caballos cuando llegaron a América”. Aquí, en Guanacaste, son los árboles la clave que puede ayudar a reducir la presión por la escasez de agua ante las necesidades de los productores y del acelerado desarrollo inmobiliario ligado al turismo.

Además, algunos fondos del programa gubernamental de Pagos por Servicios Ambientales (PSA, recursos a cambio de conservación de bosque), la financiación principal viene de RePlanet y los bonos de carbono transados en los mercados internacionales. El impulso financiero viene sobre todo de la firma francesa Mirova. “Nosotros producimos los árboles, los sembramos y Replanet cuantifica las toneladas de carbono y gestiona la venta de los bonos para pagarnos a nosotros el trabajo. La empresa pone la financiación, Replanet organiza la gestión y La liga trabaja con el productor en la finca para su ejecución”, resume Rodríguez, quien recuerda que, al tocar puertas del Gobierno, no tuvo el apoyo del Ministerio de Ambiente, aunque sí en el de Ganadería.

La Liga que dirige Rodríguez funciona como un ejecutor en la parte de reforestación, mientras la Universidad para la Cooperación Internacional (UCI) desarrolla el flanco de la ganadería sostenible, con el propósito de fomentar el manejo planificado de pastizales en 7.000 hectáreas para optimizar el área de la finca y promover la recuperación de suelos. Sio Guie, un biólogo que por años trabajó en turismo educativo, es el encargado de lidiar con los productores ganaderos y su comprensible temor al cambio. “La pregunta que más cala en ellos es qué hará la siguiente generación. Les interesa qué pasará con la tentación de vender tierras y con la idiosincrasia de una provincia de tradición ganadera. Esto se trata de sostenibilidad, ambiental, sí, pero también económica”, explica Guie en referencia a métodos más eficientes de pastoreo y, por tanto, de mejores técnicas de engorde de las reses.

La ganadería es una actividad de un alto impacto ambiental y Guanacaste, por ser una región seca y por su estacionalidad de lluvias, paga una factura mayor en la salud de sus suelos, advierte Guie. Por eso, la necesidad ambiental y económica de sanar los terrenos, aunque corre a advertir que esto no es filantropía: “Es negocio, hablamos de generar rentas”. Ya hay 25 fincas comprometidas con más de 4.000 hectáreas para reforestar con las especies recomendadas por Emel Rodríguez y su gente. Además, hay 3.000 hectáreas bajo planes de optimización del pasto, donde cada día se pueden ver los hatos sanos pasando de un área a otra en medio de cercas y bebederos modernos, equipamiento aportado por la organización para mejorar el manejo del ganado y atenuar el escepticismo de algunos propietarios.

No es el caso de Edwin Pérez, dice este ganadero que maneja una finca familiar de 135 hectáreas en un municipio guanacasteco llamado Tilarán, menos seco que el resto de la provincia. “Esto le da más valor a la finca. Tenemos claro que cualquier persona que tenga tierra debe cuidarla por responsabilidad social, pero además porque, a largo plazo, se traduce en rentabilidad”, cuenta desde uno de los pastizales. Ve favorable el pago que por los servicios ambientales que recibirá a partir del año 10, pero dice que lo más importante es poder dejar a sus hijos y nietos una finca más productiva. La mitad de la hacienda está comprometida con los planes de ganadería racional y otras cinco hectáreas están reforestadas con árboles de balsa que mencionaba Emel Rodríguez como especie pionera. “Esto nos cae de perlas”, dice entusiasta.

Para el ingeniero Rodríguez, el ámbito forestal es un nicho de empleo que puede ir a más y puede fijar a la población en el ámbito rural. “Quien se queda comienza a emprender en viveros, en turismo, en senderos, en alimentación, en gallinas, pollos, café, frutas, hortalizas… Y los colegios técnicos han sido muy buenos, porque preparan a los muchachos en contabilidad, en ecoturismo, en alimentos y bebidas, en mantenimiento, en aire acondicionado”, estima Rodríguez. A fin de cuentas, es crear el ecosistema, como si se tratara de un bosque. Su fundación contrata a jóvenes también para que trabajen en los proyectos de regeneración que lidera. “¿Por qué cayeron los aztecas y los mayas? Comenzaron a poner impuestos y olvidaron la ruralidad, y la persona que les está produciendo la comida y les da el servicio del agua. Entonces, creo que tenemos que cambiar el chip”, propone.

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