Miel para resistir a la deforestación en el Impenetrable Chaqueño
La comunidad Qom y grupos criollos han encontrado en la miel orgánica que envían a Estados Unidos y a Europa una salida laboral y una resistencia al desmonte. Argentina es el tercer exportador mundial de este producto
Para adentrarse hacia el ecosistema del Gran Chaco, hay que evitar las lluvias: muchos de sus caminos y rutas son de tierra árida y fácilmente se corre el riesgo de empantanarse. En este bosque seco subtropical de 49 millones de hectáreas, ubicado al noroeste de la Argentina, las señales para comunicarse o guiarse por GPS son casi inexistentes. Silvia Godoy, una apicultora de la comunidad originaria qom, da indicaciones a la vieja usanza para llegar donde vive: “Doblas hacia la izquierda, a medio camino de tierra hay un cartel blanco, y más adelante está mi casa”. Esta mujer, de cabello largo y tez morena, no usa su traje protector. Dice que las abejas nunca le dejan su aguijón: “No es que te pican, ellas defienden su hogar”.
Godoy nació y creció en Pampa del Indio, un municipio ubicado a 220 kilómetros de Resistencia, capital de la provincia del Chaco. Cuenta que de su familia heredó 20 hectáreas de monte nativo: “Mi madre nos crio en este monte. Somos seis hermanos muy unidos que amamos nuestra cultura. Aprendimos a trabajar y vivir de nuestras tierras y conservamos la cosmovisión originaria, al igual que nuestra lengua qom l’aqtaqa. Hoy, sus tierras de monte nativo quedaron atrapadas por el avance de la frontera agropecuaria, con desmontes masivos para el cultivo de soja. “Muchas veces vinieron a ofrecerme dinero por mis árboles o tierras, pero siempre me negué”, cuenta.
De las 20.000 especies de abejas que existen en el mundo, en el Chaco Argentino predominan dos productoras de miel: las Apis mellifera (de origen europeo) y las Meliponas (nativas). El monte nativo chaqueño ofrece a la apicultura hasta ocho meses de floración, y sus especies nativas, como el mistol, los algarrobos o los quebrachos —ricos en polen y néctar— florecen en diferentes épocas del año, permitiendo a muchos apicultores vivir de la apicultura o generar un segundo ingreso económico.
Las abejas, polinizadoras primordiales
La familia de Godoy se dedica desde hace treinta años a la producción de miel y es referente en el cuidado de las especies Meliponas, unas abejas muy delicadas, sin aguijón, de manejo sencillo y con gran arraigo en las comunidades originarias. Su miel es más líquida, ácida y aromática. Las comunidades originarias ancestralmente le dan un uso medicinal para bajar inflamaciones o cicatrizar heridas, pero también la comercializan. Suelen anidar en colmenas naturales en los árboles de especies nativas chaqueñas. Cuando se traslada ese nido a colmenas racionales, las familias apicultoras construyen pequeñas cajas diseñadas con maderas de especies nativas para que puedan volver a anidar. “De árboles talados hemos rescatado varios nidos de abejas meliponas”, explica Silvia, mientras camina hacia la sombra que le da el quebracho. Este árbol nativo, emblema del monte chaqueño, es rico en néctar y de crecimiento lento, y alcanza su madurez a los 80 o 100 años, y desde hace décadas sufre la sobreexplotación de su madera.
En Argentina, desde el año 2007, rige la Ley de Bosques Nativos. Su función es clasificar aquellas zonas con alto valor de conservación y cuáles presentan valor medio o bajo. Según el biólogo Matías Mastrángelo, experto en conservación y biodiversidad, con la aplicación de la ley y la conservación del Gran Chaco, cada provincia ha experimentado avances y retrocesos. “El sector que prioriza la producción sin considerar el impacto ambiental ni social, es el que más daño provoca, sin generar mejoras reales en la vida de las comunidades que habitan estos ecosistemas”, considera.
La vida rural chaqueña representa el 10% del total de su población y enfrenta desafíos complejos. Como no existe transporte público que comunique las zonas urbanas con las rurales, las opciones de movilidad por los áridos caminos de tierra son motocicletas, largas caminatas o agruparse en automóviles. Los servicios esenciales —luz, agua y gas— son intermitentes o escasos y la población vive de lo que le da el monte.
La profundización de los desmontes
Los recientes números publicados por la ONG Greenpeace indican que, en los últimos cinco años, el Gran Chaco argentino perdió 167.684 hectáreas de bosque nativo, provocando un impacto cada vez más negativo en la biodiversidad y en su población rural. Las temperaturas aumentan, rozando en ocasiones los 50 grados, y las sequías son cada vez más extensas. En ciertas zonas del monte chaqueño, las oportunidades laborales son prácticamente inexistentes y abundan las ofertas para talar árboles nativos en condiciones precarias y por pagos que están por debajo de la línea de la pobreza.
La población rural chaqueña vive de lo que le da el bosque: su cosecha, los animales, las artesanías y la apicultura. Esta última ha transformado sus formas de vida. El hecho de encontrar en la miel una alternativa digna y más rentable, les brindó mejores ingresos económicos y, al mismo tiempo, fortaleció el valor que le dan a su monte, fomentando su arraigo a la tierra natal. “La apicultura nos enseñó a respetar al otro, a unir y transformar ideas. Este trabajo en conjunto nos permitió concretar proyectos que beneficiaron a toda la comunidad, y aprendimos a pensar y a crear de manera colectiva”, comenta Silvia Godoy.
Para saber cuál es una buena miel, hay que tener en cuenta su aroma, sabor y valor, y también su etiqueta. Argentina produce hasta 75.000 toneladas de miel convencional cada año y 600 toneladas de miel orgánica, y exporta alrededor del 90% de esa producción. Según la FAO, es el tercer exportador de miel a nivel mundial. Este liderazgo se sustenta en la trazabilidad y certificación que otorga el Estado Nacional, confiable para más de 20 destinos internacionales. Estados Unidos es el principal comprador, con el 60% de las exportaciones, seguido por Europa —principalmente Alemania, España y Francia— que concentra el 40% restante, desplazando así al mercado de China. Esta producción también depende de factores como el cambio climático, las prácticas no sostenibles en el uso del suelo y la invasión de especies exóticas, que afectan directamente al monte chaqueño.
La apicultura del Chaco tiene décadas en la región; sin embargo, fue en 2011 cuando se lanzó su Plan apícola provincial. El objetivo principal fue crear fuentes laborales para aquellas personas que viven en zonas rurales y aumentar la cantidad y calidad de miel. Esto generó la construcción y puesta en marcha de salas de extracción, así como la formación de técnicos en las diferentes localidades que rodean el monte, impulsando un movimiento socioeconómico y cultural que actualmente reúne a 1.000 apicultores de miel convencional. “Para nosotros siempre fue una muy buena entrada económica”, explica Godoy.
Vivir “de las flores”, una resistencia poética
Sin embargo, no fue hasta 2017 que el Ministerio de Ambiente de la provincia del Chaco inició su camino hacia la certificación de miel orgánica. Eso implicó adaptarse a reglas estrictas de los mercados internacionales como evitar químicos de síntesis y transgénicos, someterse a inspecciones periódicas del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria, asegurar la separación física entre la miel convencional y la orgánica, y cumplir con las normativas específicas de cada destino de exportación. La provincia logró ser la mayor exportadora a nivel nacional. Las fuentes oficiales y regionales señalan que el 25% de sus apicultores están especializados en miel orgánica y tienen alrededor de 13.600 colmenas certificadas, mientras que otras provincias de Argentina llegan a un máximo de 5.000. Además, obtienen un 30% más de beneficio económico con respecto a la miel convencional.
Las personas que viven en su bosque nativo conocen la importancia de su biodiversidad y son conscientes de que puede seguir dándoles vida. Los apicultores rurales suelen decir que “viven de las flores”, una forma de resistencia poética que también transmiten a sus hijos o niños de las comunidades y escuelas rurales, al enseñarles el valor de la apicultura en las instituciones educativas, armando pequeñas granjas.
En el monte aún se construye una vida compartida, con las personas y la naturaleza. Las visitas para conocer esta ecorregión están marcadas por lo que el clima ofrece, al igual que la vida de sus habitantes. Al amanecer, la brisa fresca invita a trabajar la tierra, cosechar o estudiar; al mediodía, la actividad se suspende y se retoma cuando el sol comienza a bajar. Para los apicultores, el compás de sus vidas lo marca la biodiversidad del Gran Chaco Argentino, comprendiendo que, son actores fundamentales para protegerlo y demostrar, también, la importancia de que las leyes de protección ambientales que existen en el país, se cumplan, para que todo lo vivo de este pulmón verde sea respetado.