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El muysca resucita en Colombia: “Somos una familia aprendiendo juntos su idioma”

El cabildo indígena de Suba lleva más de un lustro rescatando este idioma considerado extinto con ayuda de los mayores, la confección de un diccionario online y el orgullo de la comunidad

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Doña Luz se acerca a la oreja de su comadre como una niña haciendo una pillería. Le susurra una palabra en muysca en bajito “para no hacer trampas” y se parte de la risa con la cara de sorprendida de la siguiente en el turno del teléfono roto. Cuando esta llega al final, fiba -que significa viento- llegó transformado en zique. Y guatquyca, que quiere decir cielo en esta lengua originaria, lo escuchó doña Chavela como cucugua. Todos se ríen y se excusan: “No es que no prestemos atención, sino que a estas edades ya no oímos bien”. La profesora Nicolle Torres Sierra, de 29 años, da ánimos entre risas y escribe los sustantivos de la siguiente ronda. Este pequeño cusmuy, a dos horas del centro de Bogotá, da fe de que la academia se equivoca y que lo que se consideraba lengua extinta aquí suena duro, se baila y se susurra de oreja a oreja.

Las clases de muysca que se imparten en el cabildo indígena de Suba, al noroccidente de la capital colombiana, son parte de un plan mucho mayor: recuperar una lengua y una cultura castigada por la historia, el racismo y la exclusión. Así, Torres y un grupo de académicos y abuelos empezaron a reapropiarse de las tradiciones, los modismos y los cantos populares para que las palabras que hoy están en el cuaderno de don René y la joven Chelsy empiecen a nombrar la cotidianidad de un pueblo de unos 11.000 descendientes de muyscas que viven actualmente en Bogotá. El reto es revitalizar la lengua originaria de Cundinamarca, que se hablaba desde hace tres siglos.

Círculos de Palabra, talleres intergeneracionales, cursos para la primera infancia promovidos por Escuelas Leo de BiblioRed... Las estrategias son “todo lo que sirva” para que entre el gusanillo de aprender y adueñarse de estas palabras que muchos oyen por primera vez. Sin embargo, a Torres se le hincha el pecho al hablar de una en particular: la creación de materiales didácticos subidos a una hipermedia. En este rincón virtual se atesoran juegos, pódcast y lecciones de aprendizaje para todas las edades. “Es increíble cómo un diccionario digital puede generar que mucha gente se haga preguntas, que se interese por saber de dónde venimos… La memoria de nosotros no llega a la colonia, pero si pudiera…”, reflexiona.

La historia de la lengua muysca se cuenta en paralelo a la de Colombia. Pasó de prohibirse en 1770 a convertirse en una de las lenguas aprendidas por los frailes españoles para los procesos de evangelización, quienes dejaron el primer legado escrito fonema a fonema que se conoce. Posterior a la Independencia, el muysca se volvió una de las lenguas oficiales de la Nuevo Reino de Granada. Fue catalogada como extinta en el siglo XIX, por la muerte del último hablante, pero la academia la resucitó un siglo después.

A principios del siglo XX, antropólogos y lingüistas se volcaron en su revitalización. Se volvió entonces un idioma bajo la lupa de los estudiosos, pero no de uso, hasta que las comunidades muyscas tomaron partido, reivindicaron sus raíces y, con ello, el uso de su lengua. “Los doctrineros del tiempo de la colonia nos dejaron sin saberlo todos los materiales escritos con los que hoy estamos recuperando la lengua. Nunca imaginaron que lo que ellos usaban para aprender el idioma y evangelizar, nos iba a servir 300 años después para que un montón de indígenas descendientes de esos evangelizados le dieran vida”, cuenta Torres emocionada.

Aunque habla en plural y nombra a los abuelos como Gonzalo Gómez Cabiatiba o Jorge Yopasá, y a colegas como el investigador Brenn Romero o el revitalizador de la música muysca Alejandro Durán Velasco, la comunidad coincide en que ella es el motor de esta misión. “Es un orgullo que la gente joven se preocupe por este tipo de cosas. Y se preocupe por pasarnos el conocimiento”, explica Luz Marina Zapata Niviayo, de 68 años, cofundadora del Cabildo Indígena, institucionalizado en 1991. La mira con cariño desde una esquina del amplio patio, cerca de los cultivos de papa, maíz y acelgas, mientras la maestra se acerca a ver qué tal van los carteles en muysca.

Torres es licenciada en Lenguas, con maestría en Lingüística, por la Universidad Nacional de Colombia, donde sirve actualmente como la primera profesora muysca impartiendo la Cátedra sobre este idioma. Dice que son muy pocos los jóvenes indígenas inscritos, que una parte son chicos muy interesados por la historia y la cultura y otro grupo de “despistados” que la eligieron porque les quedaba bien de horario o porque pensarían que sería algo fácil. “Esos son los alumnos que más me gustan porque entran sin tener ni idea, con la curiosidad de que aprenderán algo extraño y ajeno y se dan cuenta de que acaban conociendo la historia de su ciudad”, zanja.

Hoy sonríe al recordar cómo a pesar de que entró queriendo estudiar inglés y francés para irse lejos, su cultura y su comunidad la amarraron a su territorio y sus raíces. Cuando en las primeras prácticas de la universidad enseñó clases de inglés en su cabildo, uno de los abuelos le dijo: ‘¿Y nosotros para qué queremos aprender inglés? Mejor venga y le enseña a los chinos muysca, que eso sí es nuestro’. El reclamo le quedó sonando y las preguntas se empezaron a amontonar. ¿Por qué se extinguió la lengua? ¿Cuál es su estructura gramatical? ¿Se podría recuperar?

Esta última duda la fue resolviendo conforme caminaba con los mayores. Sí, se puede y se había propuesto hacerlo. De pronto, la rigidez y la metodología que había aprendido de la universidad se mezclaba con lo colectivo y colaborativo de los pueblos indígenas. Es por ello que se adentró en la educación propia, una manera autóctona de priorizar y enseñar desde el conocimiento horizontal. “Se puede aprender una lengua sin un libro de texto, sin un traductor, diccionario ni un salón. Aquí me mueve mucho que estamos aprendiendo desde la comunidad cómo se nombra”, dice. “El aspecto gramatical no es lo central para que ellos aprendan una expresión”.

“¿Por qué creen que no sabemos cuál es la palabra para baño?”, pregunta Torres en clase. Uno de los alumnos, don Ángel, se ríe y responde: “Porque antes el baño era el monte”. La joven,asiente enérgica, y contesta: “Aunque esta palabra no fuera necesaria entonces, ahora sí. Y la podemos crear con la raíz de chichí (pis) y la palabra para cuarto. Y pasa al revés con otras, hay por ejemplo muchísimas más formas de decir ‘papa”. A Chelsy la divierte pensar en el idioma como un juego de actualizar lo que hablaban sus ancestros a lo que podría comentar ella con sus compañeras de instituto. Por eso, la web también explica cómo decir: revisa tu WhatsApp, vamos en Transmilenio o límpiate los mocos. “Estamos demostrando que hay que dejar de conjugar el muysca en pasado. Es una lengua del presente. Es el Suba Cubun, la lengua de Suba”.

El pueblo indígena de esta localidad bogotana ha estado siempre invisibilizado y lejos del estereotipo que existe de las comunidades originarias. Pero la lucha por mantener el territorio y revitalizar la cultura es parte del plan de vida. Elegir cómo nombrar el territorio se ha vuelto un acto de resistencia. “Nos tocó occidentalizarnos, no había otra forma”, explican Patricia Toro y Carlos Arturo López, ambos del clan Yopasá, mientras terminan la actividad. “Nos absorbió la ciudad y uno fue olvidando. Pero ya no”, sentencia López. “Antes, mi hijo decía que le hacían bullying en el colegio por ser ‘indio’. Ahora dice que lo es con mucho orgullo”, narra Toro.

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