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La COP16, clave para avanzar el liderazgo de América Latina y el Caribe

La principal cumbre de biodiversidad, que se celebra en Cali, debe servir para hacer balance de nuestra relación con la naturaleza y cuestionar el sistema de valores que permite patrones de crecimiento insostenibles

Vista aérea de la selva amazónica uno de los reservorios más importantes del mundo en Leticia, Colombia, en abril de 2023.Anadolu (Getty Images)

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La biodiversidad es el cimiento de nuestra existencia. Los ecosistemas que la sustentan son esenciales para la seguridad alimentaria, la salud pública y la economía global. Sin embargo, durante las últimas décadas, nos hemos aproximado a la biodiversidad como algo alejado – o completamente marginal - al desarrollo. Incluso, cuando medimos la riqueza total de un país —lo que se conoce como el Producto Interno Bruto— solamente sumamos el valor de todos los bienes y servicios producidos, ignorando el costo ambiental de esa producción. Esto trae varias limitaciones e invisibiliza la importancia de la biodiversidad, ya que la mitad de la economía mundial depende de ella, como lo estimó el Foro Económico Mundial después de analizar 163 sectores económicos y sus cadenas productivas.

Hoy, la vida silvestre a nivel mundial presenta una disminución promedio global del 69% de las casi 32.000 poblaciones estudiadas de mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces entre 1970 y 2018, según Informe del Planeta Vivo de 2022. La pérdida de biodiversidad y la degradación de los ecosistemas que la sustentan representa un riesgo importante para la sanidad, el suministro de energía y la producción de alimentos; limita servicios naturales como la purificación del aire, el ciclo del agua o la fertilización del suelo; y, sumada a la crisis climática, trae unos impactos incalculables de alcance económico, social y ambiental.

Por ello, la COP16 —la Conferencia de las Partes de la Convención de Diversidad Biológica, la principal cumbre de biodiversidad en el mundo— que se llevará a cabo en Cali, Colombia, entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre, debe constituirse en un alto en el camino. Un alto para hacer un balance de nuestra relación con la naturaleza. Un alto para considerar el creciente costo de la degradación y devastación de nuestros ecosistemas. Un alto para que cuestionemos el sistema de valores que permite y valida patrones de crecimiento insostenibles, y que también impulsan la inequidad.

Ante la actual encrucijada planetaria, que la cumbre suceda en América Latina representa una responsabilidad y una oportunidad única. Responsabilidad porque la región cuenta con seis de los 10 países más megadiversos del mundo: Brasil, Colombia, Perú, México, Ecuador y Venezuela. Además, tiene alrededor del 40% de la biodiversidad del planeta. Países que, a su vez, albergan ecosistemas críticos, como la Amazonía, los bosques secos tropicales, los páramos andinos, los manglares, el Pantanal y los arrecifes de coral en el Caribe. Un tercio del agua dulce está en la región. Por dar un ejemplo de su dimensión, tan solo el volumen de agua que el río Amazonas vierte al Océano Atlántico es mayor que la suma de los siguientes nueve ríos más grandes del mundo.

En 2022, durante la COP15 de biodiversidad, 196 países acordaron una hoja de ruta en común con el fin de revertir la crisis de biodiversidad: el Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming—Montreal. La COP16 es, entonces, la primera vez que los países se reúnen después de la creación del Marco. Y, por lo tanto, marca un hito para determinar cómo vamos a pasar del acuerdo a la acción.

La oportunidad histórica que enfrentamos en la COP16 es la imperativa necesidad de integrar la protección y el buen manejo de la biodiversidad y los servicios que brindan los ecosistemas a las estrategias sectoriales y de desarrollo de los países, buscando que los marcos de política alineen los incentivos económicos y de mercado para valorarlos. Y esto es algo que no solo involucra a los sectores públicos de la sociedad civil. El sector privado también está llamado a reconocer y divulgar las dependencias en la naturaleza de sus procesos productivos y a cambiar sus modelos de negocio.

Estamos ante la oportunidad de propiciar y promover con decisión marcos y estrategias que nos encaminen a cambiar nuestros patrones de producción y consumo, de tal manera que salvaguardemos los servicios que nos brinda la naturaleza. Este gran objetivo de movernos hacia sistemas alimentarios, financieros y energéticos que nos permitan prosperar a partir de la restauración y conservación de los recursos naturales y no a costa de su destrucción, necesita de unas acciones concretas en la cumbre.

Existen varias herramientas para encaminar esta transición. Por ejemplo, las Estrategias y Planes de Acción Nacionales en materia de Diversidad Biológica —los NBSAPs, por sus siglas en inglés—, cuyo objetivo es especificar cómo cada país contribuirá a cumplir las metas establecidas en el Marco Mundial de la Biodiversidad. Por eso, uno de los grandes objetivos de la COP16 —y uno de los medidores de su éxito— es la presentación y la discusión alrededor de los NBSAPs de cada país.

Sin embargo, esto es, apenas, el primer paso. Porque en la medida que buscamos revertir la pérdida de la biodiversidad, necesitamos asegurarnos de que nuestras soluciones estén diseñadas y financiadas para perdurar en el tiempo. Por tal motivo, la COP16 debe cumplir con el objetivo de determinar nuevos mecanismos que desbloqueen recursos financieros para avanzar con las metas. Actualmente, estamos en déficit. Según datos de 2019, el gasto en conservación de la biodiversidad oscila entre 124.000 y 143.000 millones de dólares anuales, mientras que las necesidades totales estimadas para la protección de la biodiversidad se sitúan entre 722.000 y 967.000 millones de dólares anuales.

Por eso, desde The Nature Conservancy, TNC, hemos venido trabajando, por ejemplo, en la implementación de mecanismos que permitan a los países en vía de desarrollo negociar sus deudas, y asignar lo obtenido a la protección de la biodiversidad y la adaptación climática. Esta es una inversión con la que podemos asegurar un retorno a largo plazo.

Otro de los indicadores de éxito de la COP16 tiene que ver con el reconocimiento de los invaluables aportes de los pueblos indígenas y comunidades locales, quienes en sus territorios —que representan cerca del 22% de las tierras del planeta— han sabido proteger el 80% de la biodiversidad. La cumbre debe buscar que los gobiernos se comprometan a garantizar sus derechos, y la gobernanza de sus territorios y su participación efectiva en la toma de decisiones. Es fundamental garantizar su acceso directo a recursos financieros para que sean ellos quienes definan la gestión de sus territorios.

América Latina esta llamada a ser un lugar de innovación y de rupturas. Podemos, por ejemplo, impulsar nuevos modelos de desarrollo, como el de la sociobioeconomía, que impulsa emprendimientos que generan medios de vida prósperos.

La COP16 es un momento para entender que los recursos naturales y la biodiversidad no son renovables. Al igual que los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el Marco Mundial de la Biodiversidad estableció metas para el año 2030. Por ello, caminemos a la COP16 con el ferreo convencimiento que el año 2030 es ahora, es ya.

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