Una taza hecha con la borra de café para revalorizar los residuos orgánicos
La marca argentina ‘Borra’ busca mitigar las emisiones que generan los desechos y disminuir el uso de plásticos. Tiene alianzas con 11 bares y ahora sale al mercado
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“En tu mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas, yo aprendí filosofía, dados, timba y la poesía cruel de no pensar más en mí...”, dicen los versos de Cafetín de Buenos Aires, que Mariano Mores y Enrique Santos Discépolo compusieron en 1948. Ese tango condensa la importancia de los bares y confiterías en la cultura, pertenencia e idiosincrasia de los habitantes de la capital argentina.
Según datos de la Dirección General de Estadísticas y Censos, hay poco más de 2.800 bares en la ciudad. Todos ellos con sus imprescindibles máquinas de café. Todos sirviendo decenas de miles de pocillos todos los días. Para prepararlos se usa unos siete gramos de café, de los cuales sólo uno llega a la taza junto al agua. El resto es residuo: la borra que comienza a acumularse en las bolsas de cada establecimiento. Los residuos gastronómicos significan la mitad de todos los que se producen en la ciudad. Cada cafetería descarta un promedio de cinco kilos por día.
Camila Castro Grinstein, creadora y directora de Etimo Biomateriales, cuenta que cuando estudió Diseño Textil, empezó a pensar en nuevas materialidades. “Fui investigando, trabajando y formándome con los biomateriales. Analicé la yerba mate, pero su consumo es hogareño y resulta difícil hacerse del residuo. Comencé a ver qué hay a mi alrededor. Tengo montón de restaurante y cafeterías. Así fue como fue surgiendo la idea de una taza hecha con la borra del café. Buscamos reducir el uso de las tazas descartables, que no son biodegradables ni reciclables”.
El producto estrella, que ya está en algunas cafeterías de la ciudad y pronto sale a la venta al público, se llama Borra, una taza compuesta de materiales biobasados provenientes de almidones y borra del café, sin componentes derivados del petróleo y 100% biodegradable.
“Algunas cafeterías nos proveen el material, después lo secamos y almacenamos. Eso se mezcla con una fórmula (todo biobasado y biodegradable), que se transforma en pellets. Finalmente pasa a una máquina que, con calor y presión, llena los moldes y los transforma en tazas. Le extendemos la vida a esa borra que salió de las cafeterías”, agrega sobre el proyecto, que fue premiado en el Santander X Award Emprendedor Launch.
Actualmente, trabajan con 11 cafeterías de la ciudad que cuidan su materia prima y se interesaron por el proyecto. Algunas también ayudan para realizar el testeo del producto y brindar un feedback para mejorarlo, ya que ellos lo usan de forma intensiva. “Tenemos una capacidad de producción de 4.000 tazas mensuales. Si tenés la intención de hacer algo sostenible, necesitás reciclar grandes cantidades de residuos para lograr un impacto positivo. La idea es lograr una vuelta de la comida a la mesa. Si uno imagina un futuro distópico y fatalista, en el que se acaba todo, siempre quedará la cáscara de algo”, analiza Castro Grinstein.
Aunque la borra del café es un material compostable, en la grandísima mayoría de cafeterías de la ciudad, cuando termina el día, las bolsas se cierran y se tiran al tacho de basura. Ese residuo tiene como destino final los grandes vertederos de la ciudad. “Hay que entender qué es una buena gestión de residuos. No todo lo orgánico termina en el lugar correcto. Si acaba en un basural, la borra genera contaminación por los gases que libera”. Y finaliza: “No existe una única solución. Debemos hacer un poco de compost, otro de reciclables y otro de reciclado para producir menos residuos plásticos. Así vamos equiparando y haciendo un balance. Tenemos que buscar un equilibrio”.
Vajillas con cáscaras
El emprendimiento de las tazas de café forma parte de una pequeña gran red en Argentina que busca reducir el consumo de plásticos de un solo uso a partir de residuos orgánicos. Juliana Campanelli es una de las creadoras de Oda Biovajilla. El proyecto nació en la carrera de Diseño Industrial de la Universidad de Buenos Aires, junto a otros compañeros preocupados por la gran cantidad de descartables que se tiraban en ferias y eventos masivos.
Lo que comenzó como una tesis terminó convirtiéndose en una empresa que produce descartables (salseros, cuencos y platos) hechos del descarte de la industria: cascarilla de café, cáscaras de papas y otros a una escala semiindustrial. Buscan ampliar el catálogo a productos como cubiertos y revolvedores.
“En otro momento trabajamos con el mosto de la manzana y palillos de perejil. Estamos abiertos a vincularnos con cualquier productor que tenga descartes orgánicos, que en su mayoría terminan en la basura y no en un compost. De esa forma, nos aseguramos que lleguen a un buen lugar. No usamos plástico, resina ni nada que contamine; el material pasa por un proceso de compresión y sellado, como si fuese una gran waflera. Después se seca con calor y presión y, finalmente, un proceso de horneado para terminar de sellarse”, apunta Campanelli.
El gran desafío de su proyecto y de otros de su tipo es lograr ser competitivos y disminuir los costos en un trabajo constante de alianzas. “Si logramos la inversión que necesitamos para producir en escala, podemos competir en costo con otros descartables importados. Apuntamos a producir 80.000 platos por mes”, se entusiasma.
Campanelli pone la lupa no sólo en los emprendimientos de este tipo sino también en promover políticas públicas más allá del activismo y del trabajo de empresas y organizaciones. “Es injusto que la presión caiga sobre las personas; la responsabilidad tendría que venir de más arriba. Resulta difícil hacer estos proyectos sin ayuda de los gobiernos y de leyes. Lo individual siempre suma, pero la mayoría de la contaminación viene de las grandes empresas”, finalizó.
Jerarquizar lo orgánico
“Nadie trata los residuos orgánicos. Eso es un problema por las emisiones y externalidades que genera. Al descomponerse, genera vectores de enfermedades. Es un gran elefante que estamos dejando pasar por delante sin hacer mucho. Debemos apuntar a una jerarquización de lo orgánico”, dice Santiago Trejo, director de proyectos de la Fundación Banco de Residuos, que trabaja desde hace cinco años con el tratamiento de residuos orgánicos domiciliarios y de grandes generadores, como comercios y restaurantes.
Él habla de esa jerarquización como una “pirámide”, que apunta a sacar el mayor aprovechamiento posible de los residuos. “No tiene sentido que hagas compostaje de un alimento que se puede consumir. Puede servir para consumo animal, compostaje y, finalmente, biodigestión. En Argentina hay pocos lugares donde se hace separación diferenciada de orgánicos”, contó Trejo, que también integra el movimiento Basura Cero Argentina.
Los proyectos de las tazas hechas a partir de la borra del café y de la biovajilla son dos buenos ejemplos de cómo gestionar los residuos. “Son iniciativas muy interesantes porque ven los materiales no como basura sino como recursos. El gran problema son los costos, que terminan siendo determinantes. Para eso es necesario trabajar en alianzas con la propia persona que genera el residuo, el que lo recolecta, el del procesamiento y el cliente final”, agrega Trejo.
Camila Castro Grinstein, de Etimo Biomateriales, usa una imagen circular para explicar la revalorización del producto. “La borra se convierte en taza. Es, de alguna forma, una vuelta del café para el café. También se puede pensar el camino del orujo al vino. Todo lleva tiempo de desarrollo y mucho más en un país con mucha incertidumbre como Argentina. Pero qué lindo sería hacer esa rueda”.