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ELECCIONES EN COLOMBIA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Petro y el arte de cambiar un país

Por primera vez en 200 años de historia los colombianos eligieron un presidente de izquierda

Seguidores de Petro celebran su triunfo en la Plaza de Bolívar, el domingo pasado.
Seguidores de Petro celebran su triunfo en la Plaza de Bolívar, el domingo pasado.Diego Cuevas
María Jimena Duzán

Para los que dicen que Colombia no ha cambiado: por primera vez en 200 años de historia, los colombianos eligieron un presidente de izquierda, sin matarlo. Su nombre es Gustavo Petro, un exguerrillero que entró a la política hace más de 30 años y que en su tercer intento por la presidencia, logro ser elegido. Esta hazaña indica que nuestra democracia, pese a sus resabios, a sus miedos atávicos y a unas elites impúdicamente clasistas, ha ido mejorando. Ya no elimina a los opositores, sino que les permite llegar al poder.

Con Gustavo Petro también llega un cambio en la estética, en la manera de hablar, de concebir el poder y de ejecutarlo, que no se había visto en Colombia. La noche del discurso de aceptación de la victoria, no hubo nada planificado, ni discursos leídos, ni telepronters, ni notables invitados. Abundaron, en cambio, las consignas, los colectivos de mujeres, las arengas de la guardia indígena y el ´viche´, una bebida ancestral que se ha popularizado en Colombia y que es un destilado de la caña de azúcar.

Aunque el triunfo de Petro fue estrecho se apuntó una victoria importante: acabó de un tajo con el conjuro de que la izquierda nunca iba a gobernar este país y de que jamás un exguerrillero seria presidente de Colombia.

Los artífices de ese conjuro son los grandes derrotados y se han quedado enroscados, como las serpientes. Esta vez no les funcionaron ni sus hechizos ni sus embrujos porque los votantes ejercieron su derecho de ir a las urnas sin comerle cuento a sus fábulas y de manera consciente y reflexiva por fin votaron por el cambio. No lo hicimos en el 2016, cuando el país decidió no refrendar en las urnas el acuerdo de paz, a pesar de que fue un pacto que logro desmovilizar a la guerrilla más grande del continente y poner fin a unas de las guerras más largas de la historia. Tampoco votamos por el cambio hace cuatro años, cuando elegimos a Iván Duque, un senador sin mayor trayectoria ni experiencia, por miedo a que llegara al poder un “mamerto” como Petro y convirtiera a Colombia en Venezuela. “Mamertos”, así se le dice en Colombia despectivamente a los comunistas y en general a la gente de izquierda. Ese colombianismo ha vuelto a estar en boga desde el domingo, cuando se eligió a Gustavo Petro.

Si el presidente electo cumple lo que prometió, de ahora en adelante, el poder dejará de ser potestad de una estirpe y pasará a ser un asunto público, donde van a tener voz los negros, los indígenas, los activistas, las madres de las víctimas y los exguerrilleros. Estos escenarios que se abren deberían servir para ampliar la democracia y tendrían que forzar a que Colombia fuera una sociedad menos clasista y excluyente.

El cambio va a ser drástico. Pasaremos de una vicepresidenta convencional como Marta Lucia Ramírez, una mujer blanca de estrato alto, que ha sabido entrelazar su carrera política con altos puestos en el sector privado a una líder ambiental negra como Francia Márquez, feminista y que logró sacar adelante sus estudios de derecho con la plata que ganaba como empleada doméstica. En la presidencia también habrá cambios. El país pasará de un presidente inexperto como Iván Duque que gobernó principalmente para los empresarios a Gustavo Petro, un veterano político que ha prometido gobernar para el cambio y sin odio.

Petro tendrá que escoger muy bien cuáles son las reformas que quiere sacar adelante porque no hay plata para todas y para ello necesita rodearse de buenos tecnócratas y de economistas que todavía no tiene.

Su gran desafío es unir a Colombia porque luego de estas elecciones quedó más dividida de lo que ya estaba. Para calmar la incertidumbre y desarmar la petrofobia podrían ser claves figuras como la del exministro Alejandro Gaviria, un intelectual reformista que apoyó a Petro, pero que tiene su alma en el centro. El nuevo presidente tiene que buscar la manera de sentarse a dialogar con esas 10 millones quinientas mil personas que votaron por Rodolfo Hernández y tender puentes con el propósito de hacer un acuerdo nacional tan amplio como lo permita su paciencia.

Tiene el viento a su favor porque va a tener una oposición acéfala sin la ferocidad de antes. El expresidente Uribe, que siempre la lideró, entró en declive y se volvió insignificante. Hasta en eso ha cambiado Colombia. Uribe el feroz, se quedó sin teflón y Gustavo Petro, el “mamerto” al que le dijeron que nunca sería presidente, está a nada de entrar por la puerta grande de la Casa de Nariño.

Todo lo que le está pasando a Colombia no hubiera sido posible sin la firma del acuerdo de paz del 2016. Este pacto destapó las cañerías y permitió que el país se oxigenara. Poco a poco nos estamos volviendo normales. Ahora Gustavo Petro tiene la oportunidad de unir a Colombia y de desactivar los odios que por décadas nos han impedido perdonar. Ojalá no la desperdicie.

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