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Iris Marín: defender al pueblo sin cálculos políticos ni pleitesías

En poco más de un año, la primera mujer en dirigir la Defensoría del Pueblo le ha devuelto la fuerza y el carácter a esa entidad del Estado. Lo ha hecho con independencia y un liderazgo elocuente, de escucha y acción hacia los más vulnerables

Iris Marín

“Para la verdad, el tiempo”, reza un viejo refrán popular que, por ahora, le calza perfecto a Iris Marín Ortiz (Bogotá, 48 años), la primera mujer al frente de la Defensoría del Pueblo. En su primer año en el cargo, esta abogada constitucionalista le ha devuelto el carácter y protagonismo a una entidad que ha sido fundamental a la hora de representar y visibilizar las voces de la gente que vive en el territorio. Y lo ha hecho por convicción, en defensa de los derechos humanos y sin cálculos políticos.

Cuando, en agosto de 2024, fue elegida por la Cámara de Representantes con el respaldo de la bancada de gobierno, de una terna enviada por el presidente Gustavo Petro, se insinuó que iba a ser una ficha del Ejecutivo. Pero ha demostrado lo contrario con hechos y palabras, como cuando criticó al presidente por subir, en un acto público en Medellín, a ‘paras’ y convictos a una tarima (“la construcción de paz debe basarse en la reafirmación del Estado de derecho”, dijo) y al pedirle a Petro, en noviembre de 2024, que no vinculara a Armando Benedetti al Gobierno porque “ese nombramiento alienta el machismo”, en referencia a la denuncia de violencia intrafamiliar contra el hoy ministro.

El rasero de Marín ha sido igual para todos: pidió que se respetara el primer fallo que condenó al expresidente Álvaro Uribe, se metió de lleno para mediar en la liberación de 33 militares retenidos en El Retorno (Guaviare) y ha denunciado la crisis en el Catatumbo, el reclutamiento de menores y el constreñimiento a líderes y lideresas comunales. “Nuestra independencia no significa que debamos estar en oposición, pero tampoco alineados. Debemos guiarnos por nuestro verdadero mandato: defender al pueblo con base en los derechos humanos”, dice Marín.

Las redes sociales, que bien podrían distribuirse en los nueve círculos del infierno de Dante y sus fosas, son un reflejo de esa independencia. Un día, al amanecer, Marín puede ser tildada de extrema derecha; al mediodía, de tibia; y en la noche, de mamerta o petrista, todo al son de sus pronunciamientos o decisiones. Una muestra de que sus acciones y palabras han incomodado a todos, pero beneficiado a muchos.

En el tiempo que lleva en el cargo ha realizado más de 50 viajes a distintas las regiones del país, ha emitido 19 alertas tempranas y le ha devuelto el valor a una entidad –y a sus funcionarios– que había perdido presencia y peso, en especial para hablar por los más desprotegidos frente al Estado. “Ella tiene el valor de escuchar a la gente y a eso dedica gran parte del tiempo, en especial cuando viaja a los territorios”, dice una de sus asesoras más cercanas.

Iris Marín

Tal vez ese instinto y sentido por escuchar y defender a los otros ha sido el respice polum de su vida. Nació y creció en un hogar de padres migrantes de ideas liberales y de izquierda. Hizo su bachillerato en un colegio de monjas y se formó como abogada constitucionalista en la Universidad del Rosario. Al tiempo que estudiaba Derecho, empezó a trabajar en la Comisión Colombiana de Juristas (CCJ), de la que llegó a ser coordinadora, e hizo lobby en el Congreso de la República en favor de iniciativas de derechos humanos. Fue investigadora en Dejusticia y en 2012 se vinculó, como subdirectora, a la Unidad para la Atención de las Víctimas. En el gobierno de Juan Manuel Santos fue asesora del equipo negociador del Gobierno con las Farc, en asuntos de reparación, y después, magistrada auxiliar en la Corte Constitucional y en la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).

Su designación fue un paso importante en la lucha por la igualdad en las altas instancias del poder institucional, y también para abrir caminos que permitan entender y afrontar de otra manera problemas como la desigualdad o la violación de derechos fundamentales. “Tengo la obligación de mostrar un liderazgo femenino positivo”, dice, y afirma estar convencida de que la función pública tiene como propósito servir a la población, que los derechos de la gente mandan y que se debe trabajar sin rendirle pleitesía a nadie.

Más del 70% de los cargos directivos y de planta de la Defensoría están en manos de mujeres, una muestra del empoderamiento que Marín les quiere dar. Afirma que necesita más recursos, por ejemplo, para aumentar la defensoría pública, en la que tan solo 4.148 profesionales atienden más de 705.000 procesos. “Tenemos muchos liderazgos positivos en el país, pero desconocidos, solitarios y hasta dramáticos. Líderes que son fundamentales, valiosos para muchas comunidades, pero sin respaldo del Estado ni condiciones de seguridad”, afirma.

Acerca de su mayor preocupación sobre Colombia, responde sin dudar: la indolencia y el famoso ‘sálvese quien pueda’, y precisa: “No es que la gente no sea solidaria, pero lo es con su entorno cercano y ya. Por eso hay tanta gente tan sola, abandonada en medio de un sistema que tampoco responde”. Y eso es lo que espera de los cerca de 1.700 funcionarios que tiene la entidad en sus 42 regionales: que escuchen, miren y actúen en favor de a quienes se les están violando sus derechos.

Odia que no se escuche al otro, en especial antes de tomar decisiones. Es meticulosa, académica y rigurosa. Cree en la planeación y algunos dicen que es “cuadernera”: toma nota, repasa, subraya. Parece como si, para algunos, fuera una especie de rectora o prefecta. “La llaman de la izquierda para que corrija a uno de la derecha porque dijo algo incorrecto, y de la derecha para que se pronuncie por algo que hizo o dijo alguien del otro extremo; lo mismo de gremios, oenegés, líderes locales o de comunidades. Es la voz de todos frente al Estado”, dice otro cercano asesor.

Está convencida de que es posible hacer mucho más por la gente en las regiones, de que la paz se hace con el diálogo y no como se está llevando.

Aunque es pronto para hablar de un legado, de defensora quisiera dejar un país no tan dividido. “Somos distintos, tenemos diferencias, debates, pero somos iguales, ciudadanos que dependemos los unos de los otros. En Colombia, la violencia nos ha hecho indolentes frente a los demás, en especial si se trata de un adversario político, al que a veces es aceptado hacerle lo inimaginable. Esa es nuestra Patria Boba: estar peleando por todo”.

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