Petro implosionó la reelección del cambio en 2026

Demasiadas ilusiones rotas deja el fracaso de Petro en la Presidencia. La implosión descontrolada de su Administración es un duro golpe para la izquierda

Gustavo Petro durante el consejo de ministros televisado, en Bogotá, el 4 de febrero de 2025.Ovidio Gonzalez S (gobierno de la república)

El 4 de febrero de 2025 marcará la historia política de Colombia como el día en el que el primer presidente de izquierda en 200 años decidió correr las cortinas de la Casa de Nariño, transmitir por televisión, radio y redes sociales un Consejo de Ministros, y mostrarle sin filtros al país y al mundo la opacidad de su mandato, las enormes fracturas de su equipo de trabajo, los resentimientos de la vicepresidenta y va...

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El 4 de febrero de 2025 marcará la historia política de Colombia como el día en el que el primer presidente de izquierda en 200 años decidió correr las cortinas de la Casa de Nariño, transmitir por televisión, radio y redes sociales un Consejo de Ministros, y mostrarle sin filtros al país y al mundo la opacidad de su mandato, las enormes fracturas de su equipo de trabajo, los resentimientos de la vicepresidenta y varios altos funcionarios con los dos consentidos del mandatario, y, al mismo tiempo, creó la percepción de liviandad de una Administración de ineficientes, despistados e irrespetuosos aprendices, sin dirección ni norte, que han reducido a escombros cualquier posibilidad de reelección de la izquierda democrática en 2026.

Con esa decisión, incomprensible, absurda y hasta ilegal, el presidente Petro ha ratificado su inconmensurable capacidad de autoinfligirse daño, marchitar su prestigio, erosionar la confianza en su Gobierno y someter el resto de su mandato a una interinidad permanente, que en plena campaña presidencial tendrá muy difícil la tarea de liberarse de las etiquetas que él mismo se ha impuesto.

La renuncia del reciente posesionado director del Departamento Administrativo de la Presidencia (DAPRE) Jorge Rojas, uno de los más afectos amigos de Petro, apenas terminó el Consejo de Ministros, ratifica que el ambiente tóxico político-laboral hace imposible que sobreviva la sindéresis y que todo aquel que intente entrar en razón al jefe tiene como alternativa la calle, a menos que se llame Laura Sarabia, la recién nombrada Canciller, quien con 30 años, sin mayores títulos ni experiencia diplomática, tendrá que enfrentar la etapa más turbulenta de las relaciones internacionales de Colombia en la era de Trump y su política de fuerza, garrote, aislacionismo e imposición de su agenda xenófoba e imperialista.

Durante las seis horas de transmisión del mencionado evento, Petro gastó todo su capital político defendiendo a alguien en problemas con la justicia y sin ningún capital político como Armando Benedetti, su entrañable coequipero de origen santista, a quien puso a su lado por encima de la vieja militancia petrista, comparándolo, incluso, con el fundador del M-19, Jaime Bateman. Un oprobio para la militancia del Eme.

La defensa suicida de Petro a Benedetti ocupará un lugar privilegiado en la memoria de este cuatrienio, y será tema de análisis en las clases de crisis y comunicación política, ocupará un capítulo especial en un manual para matar el sueño de un Gobierno progresista, y alcanzará el nivel de mito urbano, que se enriquecerá cada día con la malicia ciudadana y el veneno de los enemigos del mandatario.

A la dimisión de Rojas le siguieron otras y el saliente ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, además, invitó al gabinete a presentar su renuncia para dejar en libertad al jefe de Estado de armar su equipo para enfrentar lo que queda de su período. Con semejante crisis sin resolver se esperan más dimisiones con sabor a destituciones.

Pocas veces en esta Administración ha existido tal avalancha de memes, caricaturas, comentarios e interpretación de lo acontecido. Hay demasiadas aristas de un acontecimiento inédito que ha despertado toda clase de morbosidades y calificativos, y sacudido el tablero político.

Después de la crisis diplomática con Trump, por el episodio de los colombianos deportados de Estados Unidos, que se resolvió con rapidez gracias al excanciller Luis Gilberto Murillo y el embajador Daniel García-Peña, quienes evitaron una catástrofe política, social y económica de incalculables consecuencias, no existe hoy un hecho político más sobresaliente en Colombia que el tsunami político generado por el propio presidente, cuyos efectos devastadores se sentirán por décadas, porque se convertirán en esencia de la narrativa demoledora de la derecha, aumentando el desencanto en la izquierda y la polarización interna en tiempos de discursos de odio y xenofobia promovidos por la agenda internacional de Trump, Bukele, Milei, Musk y la caterva de extrema derecha que sacude el planeta.

La tragedia política de la izquierda en Colombia se ha resumido en su canibalismo político, su radicalismo e infantilismo, la incapacidad de gestionar el éxito, y el peso de la guerra interna que durante más de 60 años ha convertido gran parte del país en tierra arrasada, con cientos de fosas comunes, miles de desaparecidos forzados, millones de desplazados internos, miles de ejecuciones extrajudiciales. El exterminio de la Unión Patriótica y los 6.402 falsos positivos son el sello de la tragedia humanitaria colombiana.

La mala hora de Petro es un duro golpe para la izquierda democrática. Su elección significó una luz de esperanza para la modernización democrática, la reconciliación, la justicia social y la lucha contra la corrupción en un país dominado por décadas por la derecha, anclado en la inequidad, la cleptocracia y la guerra, incapaz de cumplir los acuerdos de paz suscritos con las FARC en 2016.

El reconocimiento del incumplimiento de sus promesas de campaña y de su Plan Nacional de Desarrollo, en el mencionado Consejo de Ministros, ratifica que una cosa es hacer oposición y movilizar el país en el estallido social, durante el Gobierno de Duque, o denunciar el paramilitarismo en el Congreso, y otra muy diferente es ejercer el poder, liderar, hacer equipo, convocar el país a la unidad nacional, planificar, actuar, evaluar y demostrar resultados. El Petro opositor, firmante de paz, ideológicamente nunca se ha desmovilizado, se ha radicalizado en su doctrina y desde la Casa de Nariño, como presidente, ha inmovilizado a su propio Gobierno, minando la confianza ciudadana y cerrando espacios electorales de cara al 2026. Pensar hoy en la unidad nacional alrededor de la agenda de Gobierno es, sencillamente, una utopía.

Demasiadas ilusiones rotas deja el fracaso de Petro en la Presidencia. La implosión descontrolada de su Administración es un duro golpe para la izquierda y la antesala de una campaña presidencial marcada por el radicalismo de mandatario, retando a Trump, marchando en contravía como el último Aureliano, buscando martirizarse como Allende o encarnar el pueblo como Gaitán, tratando de imponer su ideario con un nuevo equipo sumiso a sus caprichos. En su camino encontrará a una derecha revanchista impulsada por los nuevos aires del trumpismo, y un centro político que aún no reacciona ni define el liderazgo capaz de asumir las riendas del reto electoral de 2026. A más de un año de las elecciones del Congreso y las presidenciales, el panorama político es demasiado incierto y hay mucha arena movediza en el camino hacia el poder.

El ganador de las próximas elecciones pareciera aún no estar en campaña, porque quienes gravitaban en las encuestas hasta el 20 de enero pasado, día de la posesión de Trump, tendrán que replantear sus estrategias ante la avalancha de acontecimientos globales que impactan la agenda nacional, lo que demuestra que nada está definido, que falta demasiada agua por correr debajo del puente y que los temas que decidirán el voto en Colombia cambian día a día. Hasta hace unos días era la economía, luego la guerra, ahora la defensa de la democracia, amenazada desde muchos frentes.

Nada garantiza el regreso de la derecha, pero tampoco se ve un milagro que resucite a la izquierda. Con un mundo agitado en el que Trump cada día se inventa una nueva guerra comercial, quiere rediseñar un nuevo orden internacional a su imagen y semejanza, y la estabilidad del vecindario tambalea, es imposible anticipar cuál será el ambiente político que definirá el voto de los colombianos. Lo que sí es seguro es que el eco de la implosión no controlada del petrismo se escuchará por largo tiempo.

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