Eduardo Pizarro Leongómez: “Descarto tanto un golpe militar contra Petro como un tránsito del ejército hacia la izquierda al estilo venezolano”
El profesor emérito de la Universidad Nacional publica un ensayo donde disecciona la tradición civilista del país latinoamericano que ha vivido menos años en dictadura
El gran militar de las letras colombianas es un viejo coronel retirado cuyo único anhelo es hallar en la caja del correo una carta con su pensión. El personaje de la novela corta de García Márquez nada tiene que ver con la figura omnipresente y autoritaria del tirano de La fiesta del chivo, del Nobel peruano Mario Vargas Llosa. O del sátrapa de Yo, el supremo, del paraguayo Augusto Roa Bastos. Las novelas de dictador, o de caudillo, nunca encontraron tierra fértil en Colombia. Esa idea-fuerza literaria le sirve al politólogo y profesor emérito de la Universidad Nacional, Eduardo Pizarro Leongómez (Bogotá, 1949), para resumir algunas de las tesis que desgrana en su nuevo ensayo: Ni golpes Militares, ni Golpes Civiles. La tradición civilista en Colombia (1831-2024) (Debate).
El sol vuelve a asomarse después de semanas lluviosas en Bogotá. Pizarro, hijo de un comandante de la Armada, y hermano de un guerrillero del M-19 asesinado tras firmar la paz, descarga sobre la mesa un paraguas en una terraza al norte de la capital. De entrada recuerda que Colombia, por encima de la pacífica Costa Rica, es el país de la región que ha vivido menos dictaduras militares o civiles. Con todo y las billonarias inyecciones de dólares de Estados Unidos para enfrentar la lucha guerrillera. O de haber sido el ejército que más oficiales envió a la llamada Escuela de las Américas en Estados Unidos, el polémico centro de adiestramiento y punto de encuentro regional vinculado a la enseñanza de métodos violatorios del derecho humanitario.
Como politólogo que ha trufado su vida académica con la esfera pública, sus argumentos están pertrechados de historia: “Las raíces de nuestro ejército profesional se remontan a la llegada de una misión prusiana. De un capitán y un mayor, que en 1907 sembraron los pilares para el nacimiento de la Escuela Militar. Un proyecto muy serio, que en principio buscó no dejarse contaminar por la política. Por eso, los dos enviados europeos renunciaron a su tarea cuando vieron que los conservadores estaban utilizando a los soldados como base electoral”.
Ese es uno de los hilos conductores para explicar la obediente subordinación del ejército a las élites civiles durante tantas décadas. Desde el amanecer del siglo pasado existió un intento de mantener a raya los asuntos castrenses de la política. Pizarro da un salto hasta mediados del siglo pasado para añadir otro vector. Cuenta que por entonces Colombia, junto a Costa Rica, México y Venezuela, fue uno de los pocos Estados de la región que descartó la llamada Doctrina de Seguridad Nacional. Otra directriz militarista, esta vez esbozada desde París a fin de aplastar la llamada amenaza comunista o nacionalista árabe que brotaba de sus colonias.
“Los agregados militares franceses introdujeron su experiencia de las guerras de Argelia o Indochina en Brasil, Argentina o Chile. La premisa era aniquilar al enemigo interior. En Colombia, por el contrario, las fuerzas armadas se acogieron a la influencia del pensamiento militar inglés. Una corriente que, en su proceso de descolonización, buscó formas menos confrontacionales o propuso medidas de carácter reformista para contener las olas de descontento y violencia”. ¿Cómo se explica entonces a Gustavo Rojas Pinilla, el único dictador militar, entre 1953 y 1957? Pizarro recuerda que llegó como un “héroe nacional para superar la violencia partidista entre liberales y conservadores” y que fue solo una ficha bisagra para apaciguar la sangría. Al lado de un Stroessner en Paraguay o del nicaragüense Somoza sería un simple “oficiante del poder”, se lee en el libro.
Políticos de las dos formaciones tradicionales, en todo caso, nutrieron el gabinete de Rojas Pinilla. Cuando la clase dirigente percibió que el general se amañaba en el poder más de lo esperado, apuró su derrocamiento. Una junta cívica militar asumió el mando. Y al año, Liberales y Conservadores sellaron un pacto de alternancia del poder bautizado Frente Nacional: “Lo extraordinario es que Rojas a duras penas reprimió. Nunca pudo consolidarse como Perón. Esto demuestra que si en muchos países de América Latina las fuerzas militares fueron el eje de la construcción nacional, en el caso colombiano corrió a cargo de los partidos Liberal y Conservador”.
Quizás por eso, la resonancia de la manida expresión “ruido de sables” no cala tanto en Colombia. No en vano, cuenta Pizarro, dentro de las fuerzas armadas existe un mantra llamado el “síndrome Rojas Pinilla”. Una suerte de eslogan que sirve de recordatorio: “salió como un villano. Los militares en este país son conscientes de que no están preparados para gobernar. Saben que no están formados en economía y nadie les ha dado preparación para manejar el Estado. Por eso cualquier insinuación de un golpe desde la derecha, o del presidente Petro, va en contra de su mayor orgullo institucional”.
¿Descarta entonces un alzamiento armado en la Colombia de hoy? “Totalmente. Entre otras razones porque el ejército no sabe hacerlo. No hay una tradición. Oficiales de otros países me han contado que en sus casos hay conocimiento de estas dinámicas. Saben los códigos y las rutas para sus reuniones secretas y demás. Nosotros, no”. Además, los golpes contemporáneos, añade, se dan a través del denominado lawfare. “Ya no tienen la cara adusta del general Videla en Argentina o de Pinochet en Chile. Ahora se sirven de manera indebida de la justicia para dar lo que ha sido etiquetado como ‘golpes blandos”.
Se trata de una de las peores pesadillas, o paranoias, del presidente Petro desde hace dos años y medio: “La investigación del Consejo Nacional Electoral contra los topes de su campaña presidencial es una vía cerrada. No tiene ninguna posibilidad porque tendría que pasar por la Comisión de Investigaciones de la Cámara. Allí el Pacto Histórico suma 8 miembros. Con sus aliados políticos llegan a 11 de los 16 parlamentarios. De tal forma que no hay ninguna opción de que prospere el golpe blando”.
En la derecha, por su parte, preocupa que el presidente haya depurado rangos medios y altos para, en teoría, privilegiar a los uniformados leales o de perfil moderado por encima de sus méritos. Un asunto delicado que Pizarro también desecha: “Soy profesor visitante de la Escuela Superior de Guerra y voy a menudo. También soy conferencista y puedo decir que eso no está ocurriendo. Las Fuerzas Militares llevan más de medio siglo combatiendo a la izquierda. Están educados en el anticomunismo y la lucha antinsurgente, entonces es muy difícil que en dos años transiten a una lógica de partido de izquierda como en Venezuela. Eso sería desarmar de golpe su formación, sus valores y sus tradiciones”.
Pese a esa historia de convivencia, más o menos estable, entre las Fuerzas Armadas y la élite civil también ha habido momentos brumosos. El terreno histórico donde se desenvuelve ha estado marcado por la violencia y en más de una etapa por la guerra sucia. Por eso el capítulo de las violaciones a los Derechos Humanos es ineludible. Desde las denuncias de torturas a civiles en los años 70, pasando por la retoma del Palacio de Justicia en 1985, hasta los recientes asesinatos de jóvenes pobres para hacerlos pasar por muertes en combate (mal llamados “falsos positivos”) dejan una imagen escabrosa ¿La jerarquía militar cumplió siempre con su papel de subordinado de los poderes civiles?
“Muchas personas me han planteado la retoma del Palacio de Justicia en 1985 por parte del ejército como un caso excepcional y un ejemplo de posible fractura”, zanja Pizarro, “si por golpe militar entendemos la sustitución ilegal del presidente, entonces no lo hubo. Pero si entendemos, por el contrario, que hubo un golpe de Estado porque el presidente Betancourt perdió el control político de la situación a corto o largo plazo, entonces es posible. Mi posición es ambigua”.
Tan ambiguo, o quizás paradójico, como el hecho de que su hermano, Carlos Pizarro, fue uno de los comandantes de la guerrilla de raíz urbana que ejecutó aquel asalto sangriento a la sede judicial. O que el hoy presidente Gustavo Petro formó parte del mismo grupo, el M-19. Quizás por eso, el veterano politólogo cierra su nuevo ensayo con algunas ideas de cara a un pacto político y social. Uno que ayude a sanar las cicatrices colectivas que marcan la memoria y libere las peores tensiones de un sistema democrático minado por la crispación ideológica.
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