Petro incendia el debate público con sus ataques a la prensa
El presidente pierde aún más el relato con sus invectivas contra las principales líderes de opinión del país, que se dicen amenazados por su discurso
Gustavo Petro, cerca de iniciar la segunda parte de su mandato, ha decidido tener una actitud confrontativa con la prensa. El presidente se siente atacado por muchos flancos, y la realidad es que no es solo una sensación. La mayoría de los medios le critica haga lo que haga y en algunos casos asumen el papel de la oposición en vez de realizar una fiscalización periodística. En redes sociales no le va mucho mejor. Pese a que son conocidos los trolls del petrismo por su agresividad y constancia, el debate en X, por ejemplo, se inclina mayoritariamente en su contra. Los principales líderes de opinión le dedican decenas de tuits que él a veces responde. El debate público del país gira alrededor de lo que diga y haga Petro desde por la mañana temprano, como en su día ocurrió con Donald Trump en Estados Unidos. Sin embargo, todas esas toneladas de información rara vez le resultan favorables. Estos días se ha aireado un episodio de su vida privada que ha sido tendencia, también fuera de Colombia. De algún modo, se puede decir que los inquilinos de la Casa de Nariño, el palacio de estilo neoclásico que funge de residencia presidencial, han perdido el relato que consiguieron crear durante la campaña y que les llevó a entrar por esta puerta.
En solo una semana, el presidente se ha enfrentado de manera directa con algunas de las periodistas más conocidas del país. Estas han respondido que se sienten amenazadas por sus invectivas y su retórica encendida, lo que coloca en una posición muy incómoda a un presidente que en la oposición se quejaba de la persecución desde el poder a los que pensaban distinto. De paso, ha arremetido contra la organización que busca proteger a todos los periodistas del país, la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), que ha recibido una ola de adhesiones. Petro ha manejado con poca habilidad un asunto que no necesariamente tenía en contra. Los periodistas habían puesto en duda la honorabilidad de su número dos, Laura Sarabia, por los supuestos negocios que habría hecho su hermano bajo el cobijo de la Casa de Nariño.
Más que investigaciones sólidas, esos cuestionamientos estaban basados en rumores que llevaban circulando meses. Sarabia recibió un requerimiento en formato de preguntas que podía considerarse, en parte, una forma de verter una acusación velada. Se movían en una delgada línea entre la investigación y la opinión. El tema generó mucho ruido, pero Sarabia respondió el jueves de manera concisa a cada uno de esos interrogantes. Negó todas las acusaciones y retó a los periodistas a presentar pruebas. La pelota está ahora en el tejado de los que aseguran que Andrés Sarabia, el hermanísimo, está vinculado a asuntos de corrupción. Esa actitud firme y clara la podría haber sostenido el propio presidente casi desde el primer día, pero en lugar de eso inició una guerra dialéctica en las que lleva todas las de perder. Acusó a María Jimena Duzán, colaboradora ocasional de este periódico, y a Vicky Dávila, directora de la revista Semana, de practicar “periodismo Mossad” ―una referencia a la agencia de inteligencia y espionaje de Israel―. Ahí entró la FLIP porque Petro, desde el trono, señalaba con el dedo, con el peligro que eso conlleva.
Petro no siempre ha tenido esta actitud beligerante. En campaña se rodeó de dos personas que sabían manejar el trato con la prensa: el asesor político Antoni Gutiérrez-Rubí y su jefe de campaña, Armando Benedetti. Benedetti puso al servicio del candidato varios periodistas jóvenes que mostraron una cara muy amable de Petro y normalizaron las relaciones con las radios y los periódicos. En un punto, se consiguió que fuese un candidato al uso, no una amenaza latente para el país como querían hacer ver desde el establishment, que controla las publicaciones más relevantes del país. Benedetti tiene contacto y una relación fluida con los principales comunicadores, los líderes de opinión más influyentes. A la vez, Gutiérrez-Rubí estructuró el relato y supo trasmitirlo a los corresponsales extranjeros. Organizaba reuniones con The New York Times, CNN, The Washington Post, con este periódico mismamente.
Pero ni el uno ni el otro están ya en Palacio, por razones distintas. La información se hizo entonces más inaccesible por la vía del gabinete de prensa. A los periodistas les tocaba contactar directamente con ministros, asesores, congresistas. Se extendió la idea de que había que blindarse contra los medios e informar con notas de prensa que no suelen tener mucho alcance. Algunos responsables llegaban a decir que no les gustaba “hablar con periodistas”. Esa actitud paranoica le ha jugado alguna mala pasada al presidente. Se le reconoce profundidad intelectual y la elaboración de diagnósticos complejos y acertados sobre el país que gobierna, pero cuando habla de la prensa suele citar a Joseph Goebbels y a los nazis, referencias muy vistas.
Sin embargo, también en la última semana se pueden encontrar señales de un cambio de actitud. Le ha encargado el ministerio del Interior a Juan Fernando Cristo, un político de consenso que tiene como tarea un acuerdo nacional, aunque eso desemboque en su anhelo de una Asamblea Constituyente. De golpe se modera el discurso del Gobierno y eso rebajará la tensión y la crispación y, quizá, ese talante pueda permear sus relaciones con la prensa.
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