Luis Miguel Rivas: “Si no fui mafioso fue por falta de oportunidades”

El escritor colombiano lanza el libro ‘Malabarista Nervioso’ y habla de cómo su visión del mundo está cruzada por el barrio en el que creció en la caótica Medellín de los 90′s

Luis Miguel Rivas, escritor, guionista y realizador audiovisual, en Medellín, el 8 de Septiembre.Chelo Camacho

Para quienes crecimos en la violenta Medellín de los 90, leer a Luis Miguel Rivas es reírse y llorar de esa realidad de la que aún no sabemos cómo sobrevivimos. Para quienes no crecieron allí ni conocen la vida de barrio, leer a este escritor antioqueño, aunque haya nacido en Cartago (Valle del Cauca), es la manera más graciosa y profunda al tiempo de acercarse a esa cultura y burlarse de ella. “Rivas posee una de las plumas narrativas más interesantes que hay hoy en Colombia, muy por encima de muchas de l...

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Para quienes crecimos en la violenta Medellín de los 90, leer a Luis Miguel Rivas es reírse y llorar de esa realidad de la que aún no sabemos cómo sobrevivimos. Para quienes no crecieron allí ni conocen la vida de barrio, leer a este escritor antioqueño, aunque haya nacido en Cartago (Valle del Cauca), es la manera más graciosa y profunda al tiempo de acercarse a esa cultura y burlarse de ella. “Rivas posee una de las plumas narrativas más interesantes que hay hoy en Colombia, muy por encima de muchas de las celebridades inventadas por el mercadeo”, dice el poeta Darío Jaramillo Agudelo.

Ha escrito Era más grande el muerto (Seix Barral), una desternillante historia de aspirantes a mafiosos que compraban ropa de marca vendida en la morgue con huecos de bala porque no les daba para más; los libros de cuentos Los amigos míos se viven muriendo y ¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno?; y el de poesías Hoy no quiero metáforas (Angosta). De este último sale el poema que da nombre a su siguiente libro, Malabarista Nervioso: “No aspiro a ser payaso No envidio al domador. Soy un malabarista nervioso: el que tiembla y trastabilla cada tarde de domingo, aterrado del estropicio, el caos de las cosas en caída”.

Rivas (53 años) vive en Buenos Aires y está por estos días en Colombia para presentar este libro, Malabarista Nervioso. ”Son exploraciones de otras maneras de narración”, dice él en esta conversación. Un paseo por ciudades, países, para volver al barrio.

Pregunta. Creció en un barrio de Envigado en los años más duros de la violencia. ¿Cómo mantiene el espíritu del barrio tan presente en sus libros y no se pierde en el camino?

Respuesta. Yo en realidad no vivo en Buenos Aires. Aunque esté allá, vivo mentalmente en Colombia. En una realidad de cruce de ambos países, una abstracción de mi mente. Cuando escribí Era más grande el muerto llevaba 7 años sin volver a Colombia y nunca pensé hacerla con un lenguaje de chico de barrio. Pero entre más me metía, más me daba cuenta de que tenía que ser así. Sabía que era un lenguaje de los años 90, de una época y un país distante. Como no tenía recursos para venir, decidí contar el barrio que tengo en mi cabeza, que está hecho de los recuerdos y de mi vibración interna. La sustancia que hace la literatura es agarrar el símbolo de una cultura, aunque los datos específicos no sean los precisos, la esencia de espíritu es lo que se puede captar. Tengo el barrio en mí y mi visión del mundo está cruzada por el barrio. Por muchos lugares sofisticados, restaurantes, libros que crucen por mi cabeza, en mi estructura básica está el barrio, donde me formé y está mi inconsciente.

P. ¿Cómo aparecía la literatura en ese ambiente de barrio en el que creció?

R. Más que la literatura aparecía la necesidad de expresión. Vengo de un medio donde lo que llamamos cultura entre comillas es algo que no existía realmente, de un contexto donde los valores son vivir, pagar el arriendo y comer. Pero en medio de eso tenía una necesidad expresiva desde chiquito, de tener que escribir los nombres de las niñas que me gustaban en el jardín infantil, una necesidad de escribir sobre papel.

P. ¿Y la literatura, digamos, más elaborada?

R. En segundo de primaria nos pusieron a leer un librito de editorial Susaeta donde adaptaban las Fábulas de Esopo al lenguaje de Antioquia. Entonces, por ejemplo, en La liebre y la tortuga, el trayecto que hacían era subiendo por la avenida Las Palmas. Por primera vez vi que las cosas que estaban en los libros tenían que ver con la vida de verdad y eso fue un detonante. Mi madre era obrera de confecciones, así que permanecía mucho tiempo solo inventándome juegos y había algún libro... recuerdo El Flautista de Hamelin. Los libros eran mis compañeros y, además, gente amable que no te regañaba, que no te hablaba maluco, como los tíos que no tuve. Ahí empezó una relación íntima y personal con los libros. La escritura elaborada y el hecho de contar historias fue en el bachillerato, hacía parte del grupo de teatro. Creo que todos somos expresivos, pero hay personalidades que tienen más necesidad de expresarse y ahí está su nódulo.

P. ¿Si no hubiera terminado de escritor, habría sido un ‘chichipato’ de los del barrio?

R. En esa época el único ideal era trabajar con los mafiosos. En la adolescencia, como muchos del barrio, quería tener un carro, ropas de marca, ser respetado y esa era la forma. Yo trataba de acercarme a ver si me daban chambita, pero creo que me veían como muy chichipato. En realidad, si no fui mafioso fue por falta de oportunidades. Igual siempre tuve una personalidad que, aunque quisiera, nunca habría podido hacer algo cruel, no me daba. Creo que trabajaría en una fábrica de confecciones llevando cosas de máquina a máquina o tendría una tienda.

El escritor colombiano lanza el libro Malabarista Nervioso.Chelo Camacho

P. ¿Cómo ha sido volver ahora a ese barrio?

R. Fui donde mi mamá y encontré a los amigos de la época que ahora todos son barrigones como yo, son señores. El barrio también ha cambiado. La cuadra en la que yo vivía le decían ‘Rincón Puto’ porque todas las noches había peleas porque algún vecino se acostó con la mujer del otro y llegaba la policía. Se sigue llamando así, pero las casas están mejor construidas, algunos progresaron materialmente, ahora son clase media baja, pero clase media. Uno nunca va a contar realmente el barrio que es, porque cuando lo vas a hacer ya ha cambiado. En literatura puedes aspirar a contar el símbolo, aunque esa palabra sea grandilocuente.

P. ¿A qué aspira cuando escribe?

R. Quise escribir para inventarme un mundo mejor que en el que me correspondió vivir en la realidad, entre comillas. Ahora trato de encontrar la vibración alegre que hay en el aire siempre. Independientemente de la oscuridad de ese lugar real, la luz que tiene naturalmente la vida, que siempre está vibrando por debajo todo y que se filtra por las grietas de los muros que circundan las piezas más oscuras y sórdidas. Creo que escribo tratando de buscar esa contentura que sé que está en la esencia de la vida independiente de lo terrible que sea todo. Si no existiera eso ya nos habríamos acabado. Trato de haya una pequeña sonrisa en mi pecho cuando estoy escribiendo, aunque sea algo muy duro, una contentura por debajo de lo maluco.

P. El humor está muy presente en la obra. ¿Es parte de esa vibración o viene de su personalidad?

R. Creo que es Roque Dalton quien dice que un humorista es un niño asustado que va por un callejón oscuro y se pone a silbar. Para mí el humor ha sido una manera de no mirar de frente una realidad que me mataría, es una mirada susquineada, que me permite retirarme y relativizar eso tan duro, tan bravo que es la vida. Ahí hay una liviandad. ¿Viste que cuando uno tiene una emoción muy intensa, un terror muy tremendo, y se libera, ese descanso se parece mucho a la risa? Es la búsqueda de una mirada oblicua a las cosas dolorosas, detrás de todo humorista hay un hombre triste que intuye que hay felicidad, pero que resigna esa tristeza.

P. ¿Y también es la manera de ser?

R. Sí, es una liviandad de espíritu, una manera de alivianar lo denso, entonces tiene que ver con personalidades, uno no puede querer parecer charro (chistoso). No me propuse hacer escenas graciosas o una novela charra, pero sí pensé en los mafiosos que me tocaron en mi época, en el absurdo de su arrogancia, en lo absurdamente tonto de su supremacía en medio de la ignorancia. Si estabas dentro de ese contexto no las veías, pero bastaba que te salieras un poquito para ver el absurdo y que te diera hasta risa. Y también porque el humor es la única arma contra esos poderes. A un poder de ese tipo si lo relativizas a través de la risa no le queda más que contestar con inteligencia si la tiene.

P. ¿Quiénes son sus personajes? Parecen desesperados, pero ingeniosos. ¿Se plantea personajes de un tipo específico?

R. No tengo una decisión preintencionada. Me interesa la gente que no es relevante, que no llega a nada, pero que tiene una vibración grandísima que no se ve porque el mundo mide de acuerdo con unos estándares en los que se niega la vida de universos riquísimos. Me interesa todo eso que no alcanza a ser. Como dice un fragmento de Tabaquería, de Fernando Pessoa: ¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo /genios-para-sí-mismos a esta hora están soñando? / ¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas -sí, de veras altas y nobles y lúcidas-quizá realizables, /no verán nunca la luz del sol real ni encontrarán quién les preste oídos? Es el universo de los genios. Esos universos son los que me fluyen, pero la reflexión es después escribir. Y tengo una suerte de compasión con los personajes - que no es lástima, es cariño. Son graciosos y tiernos porque yo los quiero.

P. Hablemos de Malabarista nervioso. ¿Son relatos unidos por alguna idea en particular?

R. Todos los personajes están al borde de o en la cuerda floja de algo, a punto de caer. Malabarista Nervioso es un poema que se publicó hace años con la editorial Angosta y es una manera de estar en la vida, que obviamente es la mía pero también la de mucha gente. Eso de estar siempre con el terror de que todo se va a acabar, que es algo que da haber crecido en Medellín en esa época, porque uno siempre piensa que en el siguiente momento va a pasar lo más terrible aunque nunca pase. Y esa es la sensación de un malabarista nervioso, que siempre está haciendo equilibrio y con el terror de que se le van a caer las cosas.

P. Este libro tiene un lenguaje diferente a los anteriores…

R. Hay cuentos que son malabares, exploraciones de otras maneras de narración. Cuando lees Era más grande el muerto o Los amigos míos se viven muriendo, es el lenguaje del barrio, de lugares que conozco, cosas que he vivido, lo que tengo interiorizado. Pero acá en ciertos cuentos quería hacer otras cosas, inventarme un mundo donde la gente no hablara con el lenguaje que yo viví, donde la geografía no fuera necesariamente la de mi barrio. Son cuentos exploratorios y riesgosos en el sentido de que no sé si en realidad funcionen o no, porque no tengo la seguridad de lo que siempre he sabido escribir. El libro en sí, por esa armazón heterogénea y la mezcla de narradores de distintos de otros universos, también es una especie de malabarista que no sé si funciona. Pero lo hice, lo publiqué y ahora se sabrá si se caen o no esas pelotitas.

P. Se fue hace 12 años del país. ¿Por qué?

R. Me tocaron los 80 y 90 y no tengo personalidad adecuada a ese modo de ser antioqueño. Había una sola manera de ser persona, con valores muy específicos: el tipo berraco que llega plantando, que centra sus objetivos de vida en la consecución de plata a como dé lugar y uno siente como que no pertenece del todo o que la esencia de uno se ve amenazada por esa escala de valores.

P. Está de paso en el país después de 5 años. ¿Cómo ha sentido el regreso?

R. En Medellín había un ambiente mental con unos límites definidos. Si no sos una mujer de pelo liso, de tetas operadas y, hablas de una manera determinada, casi que no sos. Tampoco si no sos ese tipo de hombre que mencionaba. Mucho menos ser otra cosa distinta a ser hombre o mujer. Pero en esta oportunidad he visto una generación refrescante, que se abre más. La homofobia sigue ahí debajo, pero no es la única manera de estar en el mundo. Tienen que seguir luchándola, pero antes no podían existir. Los procesos de cambio mental de una cultura son a largo plazo y, cuando se logran sostener en el tiempo, se empiezan a ver efectos sutiles. La mera permanencia de eso es una irreverencia con los valores monolíticos.

Luis Miguel Rivas en el Teatro Prado El Águila Descalza, en Medellín.Chelo Camacho

P. ¿Por qué se fue a Argentina?

R. Allá me preguntan ‘¿usted por qué se vino para acá?’ y yo ‘pues a no estar allá'. Podría haber sido otra parte, fue Argentina por cercanía y posibilidad. Pero también porque los paisas estamos muy cruzados por la cultura porteña empezando por el tango, siguiendo por la música que oían en los sectores populares las mamás mientras planchaban la ropa: Sabú, Sandro, Leonardo Favio. En la adolescencia lo primero que uno leyó fue Sábato, Borges y Cortázar. Ya tenía mucha Argentina en la cabeza y en el espíritu, así que cuando llegué no me sentí tan extraño. Buenos Aires tiene una cosa y es que siendo una ciudad dura, grande, te deja ser. Es muy curioso porque un año antes había vivido en Bogotá y me sentí más extraño que cuando llegué a Buenos Aires. Más extraño en mi propio país que en Buenos Aires.

P. ¿Qué le produjo Bogotá?

R. Trabajaba en televisión escribiendo guiones publicitarios y me fui a Bogotá, pero el mundo de la televisión bogotana me atribuló. Era de una competencia horrible y sanguinaria y pensé ‘esta gente acá es carnívora y yo soy un vegetariano espiritual, no sirvo’. Volví a Medellín y ya me parecía un pueblito muy chiquito. Bogotá, con sus contradicciones y su crueldad, es una gran ciudad.

P. ¿Y cuál fue el detonante final para irse?

R. Además de esos procesos externos, estaba en uno interior en el que me preguntaba qué quería con la escritura: siempre escribía, pero trabajaba y lo hacía a ratos. Fue una coyuntura existencial de esas en las que uno piensa ‘o me mato o arreglo esta vida’. Como decía Camus, lo primero que hay que solucionar es si vale la pena vivir este absurdo. Decidí vivirlo y, por lo menos, armar un absurdo un poco más idéntico a mi absurdo interior.

P. Pero sigue conectado a esa cultura. Habla con acento paisa como si nunca se hubiera ido.

R. En medio de esa cultura antioqueña que se ha criticado tanto ha habido otras explosiones de espíritu como las del escritor Fernando González, Luis Tejada en los años 20 del siglo pasado o Débora Arango. Gente en la que yo veía expresiones artísticas, pero partiendo del lenguaje, de la cotidianidad. Eso me hacía pensar que la filosofía o la literatura también eran para mí, que yo también soy para eso, puedo acercarme a esas expresiones con mis palabras y con el aparataje tal vez precario que haya tenido en mi contexto material o cultural. Ese es mi universo. Yo no voy a ser Borges porque no tuve una nana inglesa ni hablaba cuatro idiomas a los 15 años. Pero con el único idioma que tengo, con mi madre obrera y con el contexto de mi barrio puedo armar un universo hermoso, donde hay también belleza y crueldad. Y eso fue herencia también de la misma cultura que critico en lo que escribo, porque también me dio mucha riqueza.

P. El poeta Darío Jaramillo ha dicho que es una de las mejores plumas del país, ¿cómo maneja el ego?

R. Yo igual tengo que pagar el arriendo ahora que llegue a Buenos Aires y por muy tesos que sean mis libros van a una estantería en la letra R, al lado de otros. No es por falsa modestia, es porque no me soluciona nada internamente de mi angustia esencial. Claro, también disfruto cuando me hacen elogios porque mucho tiempo tuve baja autoestima. Entonces disfruto esas caricias, pero no me las creo demasiado, sé que es una ficción muy linda y qué bueno gozarla mientras esté. Pero ya, uno siempre llega a su casa y se mira al espejo con su cara de farsante y el calzoncillo roto.

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